LA ANUNCIADA MUERTE DEL CASTELLANO
LUIS MORENO
Profesor Emérito de
Investigación en el Instituto
de Políticas y Bienes
Públicos (CSIC)
Voces airadas y rabiosas claman porque la nueva ley orgánica de la educación (y ya van 7 distintas desde la Transición Democrática), no incluya en el texto legislativo que la lengua castellana sea la vehicular educativa en toda España. Para las posiciones más alarmistas ello supondría la muerte anunciada de la lengua de Cervantes en la propia piel de toro. Es decir, el inicio de un proceso irreversible hacia la desaparición del español y hasta del mismo concepto de hispanidad.
El sofisma de la
argumentación es que el catalán, el vasco o el gallego también son lenguas
españolas. No se trataría pues de un escenario de suma cero, en el que la
pérdida de unos equivale a la ganancia de los otros. Bien cierto es que la
Constitución de 1978 establece al castellano como lengua española oficial del
Estado (art. 3.1). No lo es menos que en seis de las Comunidades Autónomas
otras lenguas son reconocidas como cooficiales. Así lo consensuamos como pilar
constitucional de nuestra convivencia democrática de hoy.
Conviene recordar
que, como bien exponía recientemente Francisco Imbernón con relación al caso de
Cataluña, tras 37 años de inmersión lingüística, no hay nadie en el Principado
Cataluña que no sepa y domine el castellano. Recuérdese que según dice la
propia ley (LEC) catalana de 2009: "todos los niños de Catalunya,
cualquiera que sea su lengua habitual al iniciar la enseñanza, deben poder
utilizar normal y correctamente el catalán y el castellano al final de sus
estudios básicos".
No cabe la menor
duda de la importancia que el castellano juega en la identidad nacional de la
inmensa mayoría de los ciudadanos. Los 47 millones de españoles lo tenemos como
lengua oficial. Pero en la cuarta parte de los territorios que conforman el
país se encuentran también las lenguas españolas vernáculas locales: Catalá (Catalunya-Cataluña,
València-Valencia, Illes Balears-Islas Baleares, Franja de Aragón – Franja de
Ponent); Galego (Galiza-Galicia); y Euskera (Euskadi-País Vasco,
Nafarroa-Navarra).
Más allá de su
consideración como lenguas vernáculas cooficiales existen otros dialectos que
muestran la gran diversidad interna en España. Además de la variedad
lingüística del romaní hablado por el pueblo gitano, pueden mencionarse los
siguientes. aragonés, leonés, bable, andaluz, canario, extremeño, murciano y
aquellos que provienen del árabe.
Lo más cierto y más
verdadero sobre el tema de la lengua es que está –y lo seguirá estando--
altamente politizado y seguirá utilizándose como arma arrojadiza en la pugna
electoral por las poltronas. Y es que es el único marcador cultural diverso en
suelo ibérico, o hecho diferencial como reclaman partidos regionalistas y
nacionalistas. A diferencia de otros países de composición plural, y según lo
teorizado por Fredrik Barth, los otros marcadores culturales más intratables en
el desarrollo de la relaciones de convivencia democrática no son aplicables
directamente al caso español (raza o religión, pongamos por caso, como ilustró
dramáticamente el caso de la ex Yugoslavia). Las aspiraciones políticas de las
Comunidades Autónomas se articulan fundamentalmente en torno a las
interpretaciones históricas propias, y son potenciadas legítimamente si existen
lenguas vernáculas diferentes al castellano.
Pero los españoles
no están marcados a fuego por su lugar de origen o residencia. En realidad,
cualquier persona nacida en cualquier rincón de España puede asumir la lengua
vernácula e identificarse con el territorio de adopción pese a su origen
familiar o sus antecedentes ancestrales.
Resultará entonces
que el castellano va camino de una lenta agonía por su menor incidencia
internacional. ¿Es así?
Internacionalmente
el Spanish (como es conocido en el resto del mundo) es la lengua nativa más
hablada en todo el mundo. Según datos compilados para una presentación que
realicé en Lafayette College (Pennsylvania) hace un par de años, eran 406
millones los nativos castellanoparlantes, en contraste con los 335 millones de
angloparlantes. Naturalmente si se tiene en cuenta a quienes tienen el English
como como primera o segunda lengua de uso las cifras cambiaban sustancialmente:
1.500 millones (English) por 560 (Spanish). Conviene no confundir los
anteriores datos con el número de quienes utilizan lenguas suprarregionales,
según la clasificación de los lingüistas (básicamente dentro de un mismo país)
El caso del chino Mandarín destaca con un número total de 1.345 millones.
Así, pues, tampoco
parece que castellano pueda vislumbrar un ocaso ineluctable en el mundo después
de la aprobación de la Lomloe.
Ciertamente tanto
el castellano como el inglés son lenguas vehiculares universales. Por fortuna
son legión los jóvenes que han aprendido el uso de la lengua de Chaucer, bien
sea por su utilidad en la jerga que inunda las comunicaciones telemáticas hoy
en día, o como recurso para sus futuras expectativas profesionales. Mi propia
educación vehicular de postgrado en el Reino Unido (merced a una beca del
Ministerio de Educación concedida hace 40 años) me ha facilitado desde entonces
redactar y publicar un mayor número de textos académicos en inglés que en mi
lengua madre.
Mal que les pese,
bien harían nuestros políticos, incluso aquellos más jóvenes que desprecian los
acuerdos constitucionales de 1978, en reivindicar con gratitud y orgullo la
buena salud de nuestras lenguas españolas. Y no solo la de nuestro ingenioso
caballero andante Alonso Quijano.
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