NO ES UNA PERSONA CUALQUIERA
El
fútbol es el pop más frágil. Para personas frágiles que ven a jugadores
frágiles desde el punto más alto de la grada, que es casi un abismo
GUILLEM MARTÍNEZ
Maradona estuvo un par de años en el Barça. Uno se lo comió una hepatitis, y el otro la entrada salvaje de Goikoetxea. Descomunal, un alegato de la brutalidad contra el genio. Tras un choque así no puede haber un parte amistoso. De hecho, en el partido de vuelta contra el Athletic, con Maradona aparentemente recuperado, el partido acabó a leches, con posterior sanción para Maradona. Núñez –el nuñismo fue al Barça lo que el pujolismo a Cat: la mediocridad, esa cosa con sabor a café con leche; litros de café con leche que deformaron el gusto, tal vez para siempre– aprovechó la sanción para despachar a Maradona. Zas.
Su trayectoria culé
fue breve y con pena y sin gloria. El Madrid desprecia la técnica y el Barça
desprecia el genio, que es el hijo natural de la técnica. Lo ve como
sospechoso. Más cuando se manifiesta fuera del estadio. Un imponderable, porque
el genio, como su nombre indica, se manifiesta en todas partes, incluso donde y
cuando no debe. Maradona lo manifestaba en Barcelona de noche. En juergas con
los amigos –barrio puro– argentinos, sin ningún sitio a donde ir salvo
Maradona, y que se quedaban a dormir en la escalera del piso del jugador, en
plena Barcelona rubia. Por otra parte, el fútbol es una lógica autónoma y, por
esa lógica, imposible de calcular, en el Barça no suelen funcionar los
jugadores franceses, italianos y argentinos. Es inexplicable. Pero inapelable.
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Respecto de los
argentinos es preciso señalar que el fútbol es un deporte argentino, de difícil
exportación, por tanto. Ver lo que hace el fútbol en Argentina es ver el fútbol
por primera vez. Emociona. Guardo escasos recuerdos de aquellas dos ligas de
Maradona en el Barça. Creo que le llegué a ver en un partido contra el
Espanyol, con la pena de asistir a un espectáculo único y que lo único no
surgiera. Mi padre me llevaba a los Espanyol-Barça, que eran más baratos.
Íbamos al quinto pino, desde donde los jugadores eran miniaturas. Mi padre se fumaba
una faria y me daba otra para mi. Yo tenía una edad más cercana a mearme encima
que a fumarme una faria. Pero asistía al reto con orgullo. Con un puro y junto
a mi padre me sentía un par de niños. Oíamos los gritos antisemitas de la
afición y nos mirábamos como si hubiéramos hecho una travesura. Disimulábamos
la alegría del gol. Molaba. Maradona salió pitando del Barça hacia cualquier
sitio. Concretamente a Nápoles, su Destino aparente. El Napoli fue el equipo en
el que jugó más temporadas. Ganó dos Scudetti, algo que no sucedía desde el
Neolítico y con otro deporte.
En Nápoles, esa
ciudad de difícil integración incluso para un italiano, fue un integrado,
incluso una parte del panteón local. Fue feliz en esa Italia que es como una
Argentina meditada, que ya es decir. Tuvo un hijo con la misma mujer napolitana
con la que lo hubiera tenido yo si hubiera sido Maradona. Cruzó la noche con el
juguete descubierto en Barcelona, y finalmente fue sancionado, por primera vez,
por doping, si bien no fue doping, que fue coca. Abandonó Nápoles por piernas
para encontrar, esta vez sí, si bien de forma paulatina, su Destino. Hay pocas
imágenes de Maradona con la camiseta del Napoli, porque el Napoli son pocos. Y
las mejores no son con la camiseta del Napoli, ni jugando a futbol. Son en un
calentamiento. Con las botas desanudadas, para aliviar el dolor crónico de un
jugador de fútbol –uñas rotas, desencajadas y negras–, sigue con toques de
balón la música ambiental del estadio. Life is Life, una canción-repelús de un
grupo creo que alemán, esa cultura con serios problemas con el pop. El
resultado es uno de los iconos del pop: Maradona, en trance, abandonado a su
propio tiempo, haciendo maravillas. Cuando algún día vuelvo a casa abatido me
pongo ese vídeo en Youtube, o una de Guille Milkyway, y el pop hace su trabajo.
Ver esas imágenes de Maradona confirma que, como todo el mundo, sólo sabía
hacer una cosa. Y que la hacía de forma imposible. Coincidiendo con su estancia
en el sur de Italia se produjo, y no por azar, su explosión en la selección, en
los mundiales de México. Contra Inglaterra, después del tiro al pato de las
Malvinas, hizo el partido de su vida, en el que produjo el mejor gol y el peor
gol de la Historia. Ambos bellísimos e incuestionables. Messi los copió, lo que
en fútbol es un improbable. Es decir, una mejora. El culto de Messi a Maradona
es un indicio de su propio futuro. Está escrito, por tanto, que abandonará el
Barça, esas juntas repletas de chupatintas de West Point, aterradas ante el
genio, y que acudirá a su Destino, en el que será feliz, que es el fin del
fútbol. Un día me topé con Maradona en La Bombonera, el kilómetro cero del
futbol, ese estadio inimaginable y en el que todo ocurre de verdad. Le dije
algo divertido y él me contestó algo divertido. Fui feliz. El fútbol, ese
deporte para niños jugado por hombres, tiene eso, y eso acaricia tu corazón. Es
el pop más frágil. Para personas frágiles que ven a jugadores frágiles desde el
punto más alto de la grada, que es casi un abismo.
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