Una sociedad sin exigencias,
espero.
GUILLERMO DE JORGE
Da la sensación que las sociedades de hoy en día les
interesa crear sociedades exigentes, pero no sociedades con exigencias. Parece
como que interesa más crear sociedades que no estimulen mecanismos que induzcan
al individuo a ser un ciudadano formado, competitivo y, por consiguiente, capaz
de valerse por sí sólo aun cuando las condiciones son desfavorables y adversas.
Les interesa crear sociedades exigentes, pero no personas
con exigencias. Quieren que personas que, sin mover ni un solo dedo, sean
capaces de exigir todo aquello que ellos no han sido capaces de defender ni de
mantener con sus propios medios. Personas que exigen a los demás objetivos y
metas que ellos mismos no están dispuestos a alcanzar por voluntad propia. Este
tipo de sociedades en las que actualmente vivimos forman sistemas sociales
donde el individuo es un elemente pasivo, acostumbrado a que le den todo hecho
y sin hacer ningún tipo de esfuerzo. Y mi pregunta es: ¿Es así como hacemos una
sociedad justa? No, debo de reconocer que no.
Si creamos una sociedad donde el espíritu del sacrificio o
la capacidad de trabajo están infravaloradas, si creamos un sistema común donde
el trabajo ajeno no se valora, donde no existe la cultura del esfuerzo y en
donde cualquier persona puede optar a las mismas necesidades y a las mismas
oportunidades sin necesidad de esforzarse –esto último es básico: necesidad de
esforzarse-, ¿usted, mi querido lector, sería capaz de mover un dedo para hacer
algo? Yo, debo de confesarle y no por ultima vez, que seguramente yo no movería
ni una sola falange de mis ampulosos, torpes y oscurecidos dedos.
Entiendo perfectamente que exista una serie de grupos
sociales que deban de estar en constante cuidado por el resto de la sociedad. Y
que deben de ser beneficiarios de todos aquellos medios y servicios que estén a
nuestro alcance para que puedan optar a una vida digna: personas mayores,
dependientes, menores de edad, enfermos terminales, etc. Pero con el resto de
la población, ¿sería saludable para el
bien común renunciar a la cultura del esfuerzo? ¿Sería positivo si a nuestros
hijos en vez de enseñarles a pescar, le compramos el pescado, directamente se
lo troceamos, le abrimos la boquita de pan de leche y muy sutilmente le
alojamos el trozo de carne de pescado en sus pequeñas mandíbulas? Y puestos ya,
¿les movemos los dientes para que puedan masticar? Yo, personalmente, no
estaría tan de acuerdo, si de mí dependiera.
En estás épocas donde los venderos de quimeras aprovechan
la inexperiencia, la temeridad y, sobre todo, la desesperación y el dolor de
los demás para lucrarse y hacer negocio, hay que tener más cuidado que nunca
para que no nos vuelvan a vender duros por cuatro pesetas –como ya pasó no hace
mucho tiempo; y no hablo de décadas, ni siquiera de lustros: hablo de años-. En
esta vida, le pese a quien le pese, todo cuesta y mucho, y quien diga lo
contrario: miente. Y si usted cree que está a salvo, recuerde y si puede ser
con otras y más crudas palabras, que si todos aquellos que nos quisieran hacer
daño o si todos aquellos que quisieran aprovecharse de nosotros fuesen capaces
de volar, le aseguro, mi querido lector, que no veríamos le cielo durante mucho
tiempo.
Guillermo de Jorge
@guillermodejorg
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