LA BIBLIA Y
EL CUENTO DE NUNCA ACABAR
POR MIKEL ARIZALETA
Hay cosas que no nos debemos cansar de repetir,
porque nunca será suficiente (Sigmund Freud)
El
loado exegeta Gerd Lüdemann, tan frecuentemente citado por mí y tan perseguido
por la publicación de sus investigaciones y reflexiones críticas con dogmas y
puntos centrales del cristianismo, pero profundamente sólidas y sabias,
escribió el pasado año un libro titulado “Altes Testament und christliche
Kirche. Versuch zur Aufklärung” (Antiguo Testamento e Iglesia cristiana.
Intentando una explicación). En el que,
tras análisis detenido y pruebas ofrecidas, presenta a modo de epílogo siete
puntos, que todo aquel que lee la biblia y roza la creencia debiera tener en cuenta:
Primero:
La crítica histórica ha puesto de manifiesto el absurdo e infundado empleo del
Antiguo Testamento por el Nuevo Testamento, puesto que en ningún momento los
autores veterotestamentarios tuvieron ante sí
ni pensaron en las personas o hechos, que según los autores
neotestamentarios tuvieron en cuenta. Por tanto no es verdad la tesis,
defendida a menudo, de que no se podía
demostrar ni refutar científicamente la legitimidad de este uso. Lo que sí es
seguro es que: el Nuevo Testamento ha tergiversado las intenciones del Antiguo
Testamento, ha hecho abuso histórico de él. Lo ha manipulado. En interés de una
mejor comunicación, la teología debería
dar sobre ello alguna explicación, al
igual que la ciencia natural ha dado cuenta de la falta de solidez de la visión
ptolomaica del mundo.
Segundo:
Ni hubo época de patriarcas ni época de jueces. Israel entra en la historia por
primera vez con la realeza, y también con cierto retraso pudo imponerse la
exclusiva adoración a Jahvé ante la
corriente del politeísmo judío reinante y el polijahvismo , definitivamente
tras el schock del exilio babilonio (587-539 a. d. C.). La combinación
narrativa del “sólo Jahvé” con Moisés es una retroproyección de la fe del
judaísmo posnacional a los inicios de Israel de más de 700 años. El Antiguo
Testamento es la biblia del judaísmo de la época persa y helénica, no la
literatura del antiguo Israel.
Tercero:
Grandes partes del Antiguo Testamento se entienden como relatos de historia, de cuya facticidad
sus narradores estaban convencidos. Y donde, como en los relatos cultuales,
leguleyos y científicos, no se trata de narraciones históricas, los teólogos
judíos no obstante los han arraigado, incrustado y metido en el marco de la
historia de Israel, y los han visto y contemplado como palabras y hechos auténticos de personas
veterotestamentarias. De modo que el valor histórico del Antiguo Testamento, en
el sentido de una correspondencia entre el relato y el hecho real, es más bien
pequeño para el tiempo que va hasta el exilio babilónico (539).
Cuarto:
Ningún libro de Moisés procede de Moisés, ningún salmo de David es de David,
ninguna visión de Daniel es de Daniel, casi ninguna de las frases de los
profetas es de los profetas, bajo cuyos nombres se nos han trasmitido los
libros. No hubo éxodo de Egipto, ni revelación en el Sinaí, ni entrega de los
diez mandamientos. Abraham, Isaac, Moisés y Josué son meros nombres, Jericó
jamás fue conquistada. Y no nos debemos cansar de repetirlo porque a lo largo
de 2000 años ha servido a funcionarios de la Iglesia y a políticos para
mantenerse aferrados a su poder.
Cinco:
Sólo una interpretación del Antiguo Testamento sobre Jesucristo, una proyección
sobre él, proporciona actualmente a la asignatura confesional “Antiguo Testamento” una aseguranza legal dentro de la facultad de
teología en las Universidades alemanas. Y como muchos académicos
veterotestamentarios consideran para sus adentros no científica la interpretación cristológica del Antiguo
Testamento, de corazón no pertenecen a la facultad de confesión cristiana,
deberían hablar abiertamente de su cargo de conciencia. Lo que sería una señal
para colegas de otras materias teológicas de cara a elaborar conjuntamente con
ellos reformas concernientes dentro de la facultad teológica y también para
sacudir las cadenas de amarre confesional en pro de una libertad científica.
Seis:
Científicamente no hay que entender la relación del Antiguo Testamento con el
Nuevo como consumación o ejecución del Antiguo en el Nuevo Testamento, ni
tampoco como pre-retrato o prefigura del Nuevo Testamento en el Antiguo, sino
exclusivamente como dependencia del Nuevo del Antiguo. De ahí que los judíos
vean con razón el “Antiguo Testamento” como algo que les pertenece. Esto arroja
luz sobre el hecho de que la misión cristiana fracasara desde el inicio en la
mayoría de las comunidades judías. Sus miembros no entendían, les parecía una
vergüenza, sentían encono ante el uso cristológico de su propia escritura
sagrada por los teólogos cristianos.
Siete:
Afirmaciones centrales de la teología cristiana como “Dios condujo a su pueblo
Israel desde Egipto” o “Dios resucitó a Jesús de los muertos” carecen de
fundamento, porque no se dio ni el éxodo de los israelitas de Egipto ni la
resurrección de Jesús de los muertos. La ciencia roe el tuétano del credo de la
Iglesia cristiana, que se ha entendido y entiende en una historia bimilenaria
sustentada en supuestos hechos de Dios en la historia.
Mikel Arizaleta
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