LA DEBILIDAD DEL HOMBRE DE
NUESTRO TIEMPO
GUILLERMO DE
JORGE
Nos
dejamos seducir, nos dejamos engañar, dejamos que nos cuenten todo aquello que
a nosotros nos encantaría oír. Nos gusta, y disfrutamos con que nos hagan a nuestra antojo
ese mundo idílico que todos soñamos alguna vez. De una manera u otra, somos
evidentemente los responsables oficiales de nuestras derrotas. En ocasiones
somos sin duda alguna los verdaderos artífices de nuestro hundimiento. Pero
quizás, lo más irónico es que en otras muchas ocasiones nos quejamos. Incluso,
creemos que con sólo quejarnos, tenemos más que suficiente para enmendar el
despropósito y la verdad es que en cierta manera es correcto. Y lo peor de todo
es que generalmente lo que hacemos en realidad es que nos autocomplacemos –y yo,
generalmente, el primero-, porque de todos es sabido que no hay nada mejor como
la vanidad y la autosatisfacción. Y es que es tan dulce la vanidad, y es que
tan dulce la autocomplacencia que si no son los demás condescendientes, ya nos
tenemos a nosotros mismos para crearnos un paraíso hecho a nuestra medida.
Ese mundo que solemos esperar o esa
realidad tan denostada por nosotros a la que apelamos en los momentos más
difíciles siempre es el caldo de cultivo para otros muchos que esperan, a las
primeras de cambio, hacer negocio, incluso a costa del sufrimiento ajeno.
Quizás, es lo más terrible que le
puede pasar a una sociedad en plena quiebra de valores como es aquella en la
que estamos viviendo. Que el propio dolor de los hombres sea moneda de cambio
para los marchantes de paraísos y para los mercaderes de lo pernicioso –léase esto
último como una queja formal a todos aquellos que usan el dolor ajeno para su
propio beneficio-.
Así pues, tenemos sin darnos cuenta
todos los ingredientes perfectos para que en el momento más inesperado nos
claven una estaca en pleno corazón y nos dejen con los huesos rotos y los
bolsillos vacíos. Así es como se amasa la verdadera pobreza del ser humano,
cuando sales al mundo y te atacan calle abajo clavándote hasta el último rincón
del tuétano de tus huesos con una daga.
Acabaría este artículo con algo que
fuese afín a la dinámica de esta época. Prometiéndole, por ejemplo, mi querido
lector, un paraíso inexistente al borde de los labios o propugnando un mundo
donde no existiese el dolor. Sin embargo, no puedo. No puedo dejar de serle
leal y dar una opinión que deleite sus oídos. Pero tampoco voy a predecir el
futuro: no es mi oficio, ni lo pretendo.
Sin embargo, para estás últimas
líneas, sólo me queda apelar a todo aquello en lo que siempre he creído. Sin
dudar. Sin renunciar a todo aquello que siempre nos ha unido y que siempre nos
ha hecho permanecer juntos contra viento y marea. A pesar de todo. A pesar de
usted y de mí. Pero, recuerde: Si alguien le ofrece un duro por cuatro pesetas,
no dude: actúe.
Guillermo de Jorge
@guillermodejorg
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