EL
ESPERANZADO VOTO DEL SEÑOR PABLO
FRANCISCO MORENO
Ingeniero de
Telecomunicación por la Universidad Politécnica de Madrid y colaborador de
econoNuestra
Desde
que Manuela murió el desayuno era el momento más amargo del día. Casi cuarenta
años compartiendo el aroma del primer café. En ningún otro momento se sentía
Pablo tan inmensamente solo. Tan inmensamente viejo y cansado.
Manuela
había muerto hacía ya tres años y aún sentía que el duelo se quedaría con él
para siempre. Los hijos volvieron de Alemania para despedir a la madre. Ellos
mismos tuvieron que comprar los sedantes que en el hospital escaseaban y que
tanto alivio proporcionaban a Manuela. Es culpa de los recortes, le había
confesado una enfermera, se me parte el corazón, intente usted comprar un par
de cajas de éstas. Fueron unas pocas semanas, después el entierro, la despedida
de los muchachos y la batalla con la soledad.
Pablo
no entendía por qué Manuela no había tenido derecho a los sedantes que
necesitaba para paliar sus dolores. Sin embargo los recortes a los que nos
obligaba el Pacto de Estabilidad eran inevitables en mayor o menor medida. La
integración en el euro había supuesto la pérdida de autonomía en política
monetaria, lo que impedía aplicar recetas clásicas tales como la devaluación o
la expansión monetaria para financiar la deuda del estado. Como los arquitectos
de la Unión no habían incluido la integración fiscal en el paquete, la pertenencia
a un club de países ricos no iba a proporcionarnos un extra de protección en
situaciones de dificultad. Como diría el premio Nobel de Economía Paul Krugman,
Nevada, tras caer en una recesión causada por una burbuja inmobiliaria, paga
menos impuestos que el resto de los estados y los ancianos siguen cobrando los
cheques de la Seguridad Social. En las mismas circunstancias España estaba
sola.
Los
hijos de Pablo, Antonio y Alfredo, vivían en Alemania desde hacía 5 años.
Antonio, el mayor, siempre fue buen estudiante, siempre con beca. Pablo sentía
un orgullo inmenso. Por aquel entonces, en el barrio, muchos chavales fueron a
la universidad. No todos eran tan aplicados como su Antonio, pero consiguieron
finalizar los estudios a pesar de que sus padres no tenían un gran poder
adquisitivo y después encontraron buenos trabajos.
Antonio
estudió química, le encantaba la ciencia. Al terminar la carrera aceptó una
beca de investigación sobre ingeniería genética. Pablo recordaba a Antonio
entusiasmado. Este es el futuro papá, decía. Desarrollaremos un sector nuevo,
dinámico y creativo, donde tendrán grandes oportunidades esos jóvenes
brillantes con los que trabajo en la universidad. Esta vez España no perderá el
tren. No terminó el proyecto para el que había sido contratado. Las
subvenciones desaparecieron, los contratos fueron rescindidos y tres meses más
tarde Antonio estaba en Alemania dándole un empujón de casi un año a las
investigaciones que sobre su especialidad se estaban llevando a cabo en la
universidad de Düsseldorf.
El
sueño de Antonio era sin lugar a dudas un sueño compartido. No obstante a día
de hoy está lejos de hacerse realidad. El porcentaje del valor añadido
industrial correspondiente a productos de media y alta tecnología permanece
estancado en España en algo más del 30%, aproximadamente la mitad que Alemania,
país que podríamos tomar como modelo y referencia. Por el contrario tantos años
de crecimiento sostenido se han aprovechado para convertirnos en líderes
mundiales de las infraestructuras innecesarias. España, con más de 3.000 km, es
el segundo país del mundo con mayor implantación de la alta velocidad por
ferrocarril, solo superado por China, con líneas que han llegado a tener un
promedio de nueve viajeros al día. También estamos en cabeza en número de
aeropuertos, 52 frente a los 39 de Alemania, país con casi el doble de
población que la española, algunos de los cuales no superan los 5 pasajeros en
un mes. Autovías rescatadas, ciudades de la cultura y todo tipo de
infraestructuras faraónicas completan la foto. Pareciera que el sector
empresarial español ha tenido un incentivo muy fuerte para asegurar la
rentabilidad de sus inversiones a la sombra de la obra civil, en lugar de en el
riesgo asociado a la innovación. La crisis no ha ayudado a mejorar la
situación. La obra civil innecesaria se ha reducido, pero también la inversión
productiva, de modo que la industria se ha deteriorado del orden de 7 puntos
porcentuales más que el resto de nuestra economía y el porcentaje del PIB
destinado a la inversión se ha reducido a la mitad. Y por supuesto la enorme
pérdida de talento que ha supuesto el éxodo de Antonio y tantos otros miles de
brillantes licenciados, ingenieros y arquitectos que se han visto obligados a
poner sus conocimientos al servicio de otras economías.
Alfredo
era otra cosa: nunca se le dieron bien los estudios. Estuvo varios años
peleando con la ESO hasta que a los diecisiete le planteó a sus padres que
quería empezar a trabajar. Por aquel entonces muchos chavales en el barrio abandonaron
la escuela muy pronto y empezaron a trabajar en la construcción ganando buenos
sueldos. Al poco tiempo el de Alfredo fue el salario más alto que entraba en
casa, se echó novia y al cumplir los dieciocho se compró un Audi A3. No era lo
que Pablo había soñado, pero parecía que a su hijo Alfredo la vida le sonreía.
Un
día Pablo escuchó en un programa de televisión que Lehman Brothers había
quebrado en Estados Unidos, se hablaba de activos tóxicos ocultos en los
balances, parecía que nadie estaba seguro de la solvencia de los bancos, la
opinión de las agencias de calificación era papel mojado, las entidades
financieras dejaron de prestarse unas a otras e intentaban recuperar liquidez
deshaciendo sus posiciones en otros bancos. La constructora para la que
trabajaba Alfredo se quedó sin crédito y no pudo pagar a sus proveedores, que
dejaron a su vez de suministrarle, de modo que tuvo que dejar a medias las
edificaciones en curso. Alfredo se quedó en el paro y antes de seis meses
estaba en Alemania con su hermano Antonio, trabajando de camarero.
La
exposición de la banca española a los activos tóxicos norteamericanos era
escasa. Nuestro sistema financiero tenía sus propios activos de dudosa calidad,
en forma de cédulas hipotecarias adquiridas masiva y libremente por bancos y
fondos de pensiones europeos, principalmente alemanes, que buscaban maximizar
la rentabilidad de sus inversiones a la sombra del pujante sector inmobiliario
español. Nuestros bancos habían superado la capacidad de financiación que le permitían
los depósitos de sus clientes y aprovecharon los créditos ya concedidos en la
red minorista como garantía de emisiones de cédulas hipotecarias que compraban
los inversores centro-europeos y que permitían a su vez conceder nuevos
créditos. Esta bola de nieve cebó una burbuja inmobiliaria que pinchó cuando la
quiebra de Lehman Brothers extendió la desconfianza por el sistema financiero
internacional. La financiación exterior se cortó de un día para otro y Alfredo,
como tantos otros miles de españoles, perdió su empleo. En ese momento la deuda
privada acumulada por empresas y familias ascendía a un 212% del PIB, un lastre
para la economía y una amenaza para la deuda del estado, un 40% del PIB en
aquel momento, y por ende para los servicios públicos, dado el enorme incentivo
que tienen los sectores sobre-endeudados para socializar las pérdidas cuando
estas son insostenibles.
Pablo
cerró con llave la puerta de su casa y bajó la escalera. Al pasar frente al 2º
B no pudo evitar acordarse con tristeza de don Pepe y doña Pino, vecinos de
toda la vida, gente abnegada y trabajadora. El invierno pasado los
desahuciaron. Pepe y Pino habían avalado a su hijo para comprar un piso cuando
se casó. El joven matrimonio tuvo mala suerte. Ella se quedó embarazada y tras
el permiso de maternidad, al intentar reincorporarse a su trabajo, le
comunicaron que no contaban más con sus servicios. Él cayó después, su empresa
anunció que preveía reducir ingresos y, amparándose en este augurio, le
despidió con una indemnización escasa. El matrimonio con un bebé de meses fue
el primero en perder su casa. Unos meses después Pepe y Pino. A Pablo le
recorrió un escalofrío al recordar a los vecinos intentando parar el desahucio.
Cuando Pepe y Pino estaban en la calle Pablo bajó a por ellos. Pasaron unos
días en su casa hasta que unos familiares vinieron a recogerlos. No los había
vuelto a ver desde entonces.
Al
cruzar el umbral del portal Pablo encaró la imagen sonriente del líder y
recordó esas palabras escritas por Delibes en su disputado voto del Señor Cayo.
Habían intentado arrancar el cartel, pero milagrosamente aguantó las dos
semanas de campaña. Pablo esbozó una sonrisa escéptica, miró al cielo, se subió
las solapas de la chaqueta y pensó: estoy viejo.
Cruzó
la calle y se dirigió al colegio donde estudiaron sus hijos. Pasó por delante
del local de Cáritas. Desde que se jubiló lo visitaba a diario pues necesitaba
orden en su día a día y una misión para su existencia, sobre todo ahora que
Manuela ya no estaba. Recogían ropa y comida que repartían después entre muchos
vecinos necesitados: desempleados, trabajadores pobres, abuelos que repartían
su pensión entre hijos y nietos. Pablo se esforzaba por tratarlos con la
dignidad merecida, solo la gente honrada está expuesta a estos zarpazos de la
vida, pensaba.
No
puede sorprendernos que Pablo encontrase tantas caras conocidas buscando
solidaridad en Cáritas. España es el segundo país de la Unión Europea con mayor
índice de desigualdad y el que tiene, junto con Rumanía, Bulgaria y Grecia, los
mayores índices de pobreza infantil. Desde el estallido de la crisis la labor
de las ONGs había sido fundamental para paliar el sufrimiento de los más
necesitados. No obstante, Pablo recordaba que Juan, otro voluntario con el que
se encontraba todos los días en el local, siempre le decía: está muy bien que
vengan a dar limosna, pero lo más importante es que paguen todos sus impuestos.
La presión fiscal en España, es decir, la recaudación fiscal en proporción al
tamaño de nuestra economía es ligeramente superior al 30%, muy por debajo de la
media de la Unión Europea, y próxima a la de un reconocido paraíso fiscal para
las multinacionales como es Irlanda. Con una presión fiscal equivalente al
promedio de la Unión Europea España podría contar con aproximadamente 90,000
millones de euros adicionales para financiar los programas sociales con los que
soñaba Juan y que tan habituales son los en los países de nuestro entorno.
Mientras
subía las escaleras del colegio recordó con emoción cuando iba con Manuela a
recoger a sus pequeños. ¡Cuánto le gustaría que estuviesen hoy con él! No
habían podido votar por correo pues el voto rogado era un infierno. Cruzó el
umbral de la puerta: el hall estaba igual que cuando sus hijos correteaban por
aquellos pasillos. Todo conspiraba para sumirlo en la melancolía. Estás viejo
Pablo, volvió a pensar. Quiso buscar las papeletas entre los montones ordenados
sobre el mostrador de la conserjería y fue entonces cuando sintió un vuelco al
oír una voz familiar: ¡papá!
Pablo
pueblo, Pablo hermano
Hijo
del grito y la calle
De
la pena y el quebranto
Pablo
pueblo
Llega
hasta el zaguán oscuro
Y
vuelve a ver las paredes
Con
las viejas papeletas
Que
prometían futuros
En
lides politiqueras
Y
en su cara se dibuja
La
decepción de la espera.
Rubén Blades (Pablo Pueblo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario