DE LA CULTURA”
EDUARDO SANGUINETTI, FILÓSOFO
Hoy,
repensar el ayer en Argentina significa entablar un diálogo con la “falsa
modestia”. Sin problemas espectaculares, sin causas apasionantes, los diversos
sectores que conforman por decreto, la agenda de esa ¿cultura? parecen
definitivamente arreglados, sumergidos en una fase de indefinido y satisfecho
estancamiento, con sus repugnancias reprimidas y el antojadizo accionar impune
de “mandarines y mandaderos” que pretenden “manipularla”… tal el caso, del
flamante secretario de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, el
exmultifuncionario del gobierno de Fernando De la Rúa y Flia.:Darío Lopérfido.
No
se ignora, que existen resistencias importantes con este señor, como por
ejemplo, del Ing. Hernán Lombardi, titular del Sistema Federal de Medios, del
gobierno de Mauricio Macri, quien no ha visto, según trascendidos de medios,
con buenos ojos la designación de Lopérfido, al frente a la Secretaría de
Cultura, que el ingeniero Lombardi ocupara en el anterior gobierno de la Ciudad
de Buenos Aires, de manera muy eficiente.
Coincido
plenamente con Lombardi, en cuanto a disentir, con el simplista parecer de
Lopérfido, al declarar, en lenguaje rústico, en una entrevista otorgada a
varios medios, con relación al funcionamiento del Centro Cultural Kirchner: “no
es posible sostener un lugar de excelencia de manera gratuita”. Sin embargo,
Joaquín Navarro (vocero de Lombardi) salió a desmentirlo: “No se va a cobrar
entrada en el Centro Cultural Kirchner. Además, ese espacio no depende de la
ciudad”… Lopérfido dijo también: “El populismo es una idea que va contra la
sofisticación del pensamiento, y yo creo en la exigencia en materia cultural”…
sería interesante que amplíe ¿no?
Escribo
esta columna a modo de testimonio escrito, autobiográfico: un ‘acto de vida’,
en desfavor ‘del montaje de esta historiola’ y de los intentos de dar
legitimidad a la ficcionalización de ¿funcionarios?, de ‘nuestra historia del
presente’, fraguada en el fogón de los discursos reduccionistas, de las
ideologías de ocasión, presentes en argumentaciones insostenibles, justificando
lo que no amerita el más mínimo análisis, por la vacuidad se lo tratado, por
estos funcionarios.
Sería
indispensable, que Darío Lopérfido, deje de lado, el manierista y torpe intento
de dar espacio a lo intrascendente, en que desacreditando la distancia entre
arte y vida, la cultura juegue a menudo a mantener los privilegios mediante
estatutos de poder y discursos externos que curiosamente legitimen como
diferente lo igual.
El
problema no estriba tampoco en defender una cultura oligárquica, frente a otra
popular o viceversa, sino en asumir los compromisos, las diferencias y las
relaciones. No basta con encontrar similitudes naturales entre The Talking
Heads y Ross Bleckner, sino se admite además que en lo que respecta a ciertas
cualidades hoy supervaloradas – que legitiman lo que no puede evitar ser una
cultura de élite, la vida cotidiana y la cultura de masas, avanzan más rápido,
tienen menos escrúpulos disciplinares y disciplinarios, orientándose a un
disfrute más inmediato.
Darío
Lopérfido, en estado de tensión dinámica y no anquilosante, debería “adaptarse”
y “autoorganizarse”, acatando la veracidad de las evidencias, de siglos que lo
anteceden. La obsesión por “brillar”, en realidades obtusas, no garantiza en
absoluto, mayor eficacia, para los tiempos difusos por los que transitamos, en
búsqueda de un proto-suelo, donde encontrar el anclaje en ensayo magistral. de
someternos a la historia de la representación y sus representantes, de lo
material-inmaterial, lo popular y lo público, el logos y la tekné.
Hace
dos décadas, Lyotard, organizó en el Centro Pompidou (el nombre de dicho
espacio de arte, fue construido durante el mandato del presidente francés
George Pompidou, el cual falleció antes de que se terminara el edificio) la
megamuestra que tituló “Les Inamteriaux” (Los inmateriales). En dicha
tentativa, que he tenido el honor de ser invitado, el talentoso Lyotard, ha
recorrido anticipadamente la posmodernidad, desde la ciencia, la teknè, el arte
visual, el psicoanálisis, el teatro lírico, la filosofía y el sonido… toda esta
operación cultural por y para ampliar el paisaje de lo que podría llegar a ser
la cultura del tercer milenio, sin la restricción de un límite y la urgencia de
una ruptura. Lyotard ha suturado de ese modo lo popular en lo público, sin caer
en las repugnancias reprimidas, que antepone Lopérfido, condicionando al
espectador, de manera un tanto ingenua y totalitaria.
La
aventura de operar en acciones culturales, consiste en generar nuevas obras,
nuevos mitos, nuevos poemas y teoremas, respondiendo a la complejidad de la
realidad, pero también a la sutiliza de un deseo renovado. Instalarse más allá
de la sumisión y la rebeldía. No a favor o en contra de la realidad, sino
siempre a favor de la existencia cultural y de la relación.
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