LA MEMORIA DE LO COTIDIANO
DUNIA SÁNCHEZ
Cómo te encuentras hoy, me dice ella en esa conversación cotidiano cuando nuestros cuerpos se nutren del despertar en sábanas revueltas. Yo contestaba que bien , qué más decir, para que contarla de mi tristeza, de ese llanto que me sondaba a cada instante, en ese preciso momento cuando la realidad a plena luz del día se aproxima.
Mi madre, oh
querida madre se iba. Se iba por esos carriles de la desgana, de la
monotonía, de la demencia hostigadora con el paso de los meses. Y aquí estoy
con ella. Sí, con ella, despechada por la claridad de las ideas, escuchando
como el rumor de las olas se ceba su adiós de las raíces de esta atmósfera. Sus
manos frágiles, transpirables las poso entre las mías y cometo una batalla en
un viaje imposible, donde la memoria de las mareas se pierde, con ella.
Me abrazas,
pones tu mano sobre mi hombre y me animas. Aquí, las tres donde el océano deja
la isla. Aquí, donde las gaviotas en sus alientos en espiral corren hacía su
presa. Aquí, donde una mañana de otoño desprende su olor de algas.
Y esto no es
la cura sino disfrutar de sus últimos momentos en que sus ojos aún pueden
hablar, aunque su silencio es eviterno. Las olas vienen y van. La marea está
baja, la calima tiñe de un amarillo pálido el cielo. Oh, madre,
querida madre, así es la vida. Hablaremos cuando los astros iluminen nuestras
almas más allá de esta tierra. Ella no desvía su mirada del vaivén del oleaje.
Un perro anda suelto y ello despierta su atención. Siempre ha amado los
animales. Se entretiene con ello y puedo ver como se perfila una sonrisa en sus
labios. Y yo también sonrío y ella también sonríe. Nos agarramos fuertemente la
mano y esta evasión de lo cotidiano de la vida lame cada preocupación, cada
mortificación habida en mi razón.
Caminamos un
poco, ella en su silla de ruedas. Y en la orilla nos fijamos en esa felicidad
comprometida con el reino animal, con la madre tierra. Pienso en mi final, que
no será el mismo, pues el ultimo aliento está en el testamento vital. Ronroneo
mi mañana, que es mi futuro y escenifico mi ida. Mientras lucho con los
demonios de mi reconditez, quiero que se quede aquí conmigo mientras pueda, que
su despedida sea lo más gratificante, bonancible posible. Regresamos junto a
ella, cada una coge cada mano y con esa sonrisa fiel seguimos ese perro y el
aliento en espiral de las gaviotas.
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