LA BODA ROJA Y LA REFORMA FISCAL
GUILLERMO ZAPATA
La vicepresidenta primera y ministra de hacienda,
María Jesús Montero, atiende a los medios durante una sesión plenaria en el
Congreso de los Diputados. Eduardo Parra / Europa Press.
La
Boda Roja es un acontecimiento traumático que marca para muchos el momento más
importante a nivel dramático de la saga Canción de Hielo y Fuego, o en su
versión televisiva, "Juego de Tronos". Sucede en el tercer
libro de la serie, Tormenta de Espadas, y supone la culminación de la venganza
de la familia Frey, aliada con los malvados Lannister, contra los protagonistas
de la saga, los Stark. Ya sé que en Juego de Tronos las cosas son siempre un
poco más complejas que "los buenos y los malos", pero simplifico para
entendernos.
Los Frey son una familia de poco poder que, sin embargo, controla un territorio clave en el desarrollo de la guerra entre los Stark y los Lannister. El control de ese territorio es una ventaja estratégica que le confiere a la familia Frey una importancia capital. A pesar de su relativo poco peso en el conjunto de las grandes familias nobles de los Siete Reinos, gracias a ese control estratégico, los Frey han sobrevivido casando a sus hijas con nobles de otras casas. Ese es el acuerdo al que llegan con Robb Stark, líder de la familia Stark. Ellos le permiten el control de esa zona clave para la guerra y él se casa con una de las hijas de Lord Frey. Un acuerdo que Robb incumple casándose con otra mujer. En consecuencia, Walder Frey, líder de la casa, organiza una segunda boda a la que invita a Robb y, una vez allí, le asesina a él, a su madre, a su mujer y a varios miembros más de la familia Stark.
Ya,
bueno, pero ... ¿qué tiene que ver todo ésto con los impuestos?
Esta
semana se ha aprobado una ambiciosa reforma fiscal en el Congreso de los
Diputados con medidas como 15% del IRPF a las grandes multinacionales, subir
tres puntos porcentuales la cotización a las rentas de más de 300.000 euros o
mantener de forma indefinida el impuesto a la banca. Eso cae del lado del
haber, junto a algunas cosas más como cambiar la forma de tributar de los
trabajadores intermitentes de la cultura o subir los impuestos a los productos
de lujo. En el lado del debe estaría el impuesto a las energéticas, que se
aprobó de forma temporal durante la anterior legislatura y no se ha llegado a
hacer permanente por la oposición de Junts y el PNV, la tributación de las
SOCIMIS, que no ha logrado cambiarse o el impuesto al Diesel, una medida clave
para la transición energética y que ha caído con el voto en contra de Podemos y
la abstención del BNG.
El
resultado final, con todo, es bastante satisfactorio. En algún aspecto, más
ambicioso que lo logrado en la anterior legislatura con mayorías más
progresistas en la cámara.
Sin
embargo, a lo largo de toda esta semana hemos vivido una suerte de "Boda
Roja" narrativa. Mientras se desarrollaba una negociación muy compleja en
el interior de la mayoría de la investidura, los relatos apocalípticos se iban
imponiendo. La reforma fiscal parecía ser una mierda involutiva, un regalo para
Junts y el PNV, la prueba de la parálisis y la incapacidad del
gobierno PSOE-Sumar, etc, etc.
Todas
esas narraciones se han evaporado en el momento en que se han conseguido
diversos tipos de acuerdo con las fuerzas de la investidura y entonces el
terrible mojón se ha convertido es una cosa fabulosa, gracias siempre al aporte
de cada quién. Es legítimo que toda fuerza política quiera vender sus
victorias, pero no es posible que la barbarie y la civilización estuvieran tan
cerca. No es posible que la nada y el todo estuvieran a una reunión de
distancia. Si así era. O no había tanto cielo, o nunca hubo tanto infierno.
Lo
que parece señalar esa performatividad siempre hacia afuera es la necesidad de
maximizar el peso que cada organización política tiene en el acuerdo, presionar
en medio de las negociaciones o justificar hacia propios y extraños posibles
desbandadas. Cuando lee Juego de Tronos, todo el mundo olvida convenientemente
que, si bien la acción de los Frey es salvaje y desproporcionada, cruel y
mezquina, los pactos a los que habían llegado son tan pactos como cualquier
otro y romperlos siempre tiene algún coste. La otra cosa que solemos olvidar es
que, en general, siempre creemos ser los Stark de nuestra propia historia, y no
se nos pasa por la cabeza que quizás, sólo quizás, algunas veces somo los Frey.
O los Lannister.
La
boda Roja es la expresión máxima de la barbarie incivil, de la guerra en su
forma mas descarnada. También es un momento épico y terrible que todo el mundo
recuerda. La civilización que nos permite levantarnos cada mañana, la que nos
separa de los Trumps, las Ayusos, los Mazones y los Mileis,
está fabricada de los materiales opuestos. Materiales muy poco épicos.
La
civilización, que no es más que subirle el impuesto a una multinacional para
pagar la educación pública o la sanidad, se fabrica con acuerdos siempre menos
ambiciosos de lo que nos gustaría, siempre imperfectos, dependientes de
mayorías cambiantes y con intereses cruzados.
Son
acuerdos y propuestas siempre parciales, incompletas y frágiles, pero es la vez
son lo único que nos separa del horror de la guerra, del fin de las
mediaciones, de "el mundo es cómo es por mis cojones". La
civilización está fabricada de reuniones infinitas que nunca están a la altura
de lo que soñábamos antes de entrar en ellas.
Y
hay un momento dónde lo fácil es perder la perspectiva. Dónde lo sencillo es
que los vetos cruzados, la falta de paciencia, el regarte corto, las ganas de
épica o el quedar bien con la película que te has montado que cree tu
parroquia, sea la que sea, puede hacer que esa frágil civilización se vuelva
una boda de sangre.
Pero
mientras en España se gobierna para subir los impuestos a los ricos, una forma
de gobierno que empieza a ser indistinguible del fascismo espera a tomar
posesión del gobierno de los Estados Unidos, el gobierno Alemán se resquebraja
y la extrema derecha asoma la pata tanto allí como en Francia, donde ya sostuvo
la investidura del candidato de Macron y la Unión Europea ya tiene a la
extrema derecha en sus estructuras de gobierno.
Quizás
si estamos a un paso pequeño entre el cielo del infierno. Por eso, cómo decía
Italo Calvino, nos toca proteger aquello que en el infierno no es infierno y
darle tiempo y espacio. Aunque sea frágil y un poco más aburrido.
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