LA EXQUISITA IMPARCIALIDAD DEL JUEZ ELOY VELASCO
DIARIO
RED
El juez de la Audiencia
Nacional, Eloy Velasco —
David Zorrakino / Europa
Press
¿Puede una persona cabal asegurar que, cuando este magistrado, vuelva a su juzgado va a aplicar el derecho de forma imparcial si le llega algún caso que tiene que ver con Podemos o con la violencia sexual?
Cada vez que los partidos de izquierdas y los partidos independentistas han denunciado durante la última década la existencia del lawfare —es decir, la colaboración, a veces tácita, a veces explícita, entre magistrados conservadores que retuercen el derecho para perseguir a sus adversarios políticos y la mayor parte del poder mediático que va publicando las diferentes decisiones judiciales como si tuvieran alguna base, con el objeto de difamar, destruir la reputación y, en última instancia, amañar el proceso democrático mediante una operativa de carácter neogolpista—, cada vez que esta evidencia se ha mencionado en público y muy especialmente cuando se ha hecho desde un lugar institucional, la respuesta automática, contundente y unánime por parte del conjunto de los actores sistémicos —desde la extrema derecha política y mediática hasta sus homólogos en la progresía— ha sido afirmar, primero, que decir tal cosa supone un "ataque a la justicia" y a la "separación de poderes" y, segundo —en su argumentación más fuerte— que tal cosa es falsa dado que todos los magistrados son servidores públicos imparciales, independientes y que no se dejan llevar por su ideología a la hora de hacer su trabajo.
Se nos
sigue diciendo insistentemente desde las tribunas y los medios del sistema que
no debemos creer lo que están viendo nuestros ojos porque eso es imposible
A pesar
de la ya ingente cantidad de evidencias que se han hecho públicas y que
contradicen el argumentario sistémico del régimen del 78, a pesar de la
filtración del whatsapp de Ignacio Cosidó al grupo parlamentario del PP en el
Senado proponiendo hacer a Marchena presidente del CGPJ para controlar la sala
segunda del Tribunal Supremo "por detrás", a pesar de las
conversaciones entre los corruptos Ignacio González y Eduardo Zaplana sobre la
necesidad de traer de vuelta a García Castellón desde su retiro dorado en el
extranjero, a pesar de los audios publicados por Diario Red en los que el
juez Aguirre se jacta de sabotear la aplicación de la Ley de Amnistía, a pesar
de las incontables causas prospectivas abiertas contra Podemos durante años que
no han conseguido encontrar ni la más mínima infracción pero sí han servido
para llenar de difamaciones los telediarios y las tertulias, a pesar del hecho
de que incluso hay un juez corrupto, como el juez Alba, que ha sido sentenciado
a prisión por hacer lawfare contra Victoria Rosell, se nos sigue diciendo
insistentemente desde las tribunas y los medios del sistema que no debemos
creer lo que están viendo nuestros ojos porque eso es imposible. Los jueces
—todos ellos, desde Escalonilla hasta Marchena, pasando por García Castellón,
Aguirre, Llarena o Peinado— son seres humanos carentes de ideología y, además,
en el caso de que la tuvieren, jamás dejarían que sus sesgos ideológicos
personales se interpusieran en su operativa jurídica, no paran de repetir.
"Yo
entiendo que, cuando eres el quinto partido político que ha perdido las
elecciones y tienes cuatro gatos, pero los necesita el segundo partido que ha
perdido las elecciones para pasar en número de integrantes al primer partido
que ha ganado las elecciones, y, por lo tanto, tu legitimidad es bastante más
menor (sic) que si hubieras ganado las elecciones —que no las has ganado—, pero
ya, cuando eres el quinto y tienes que formar parte de una coalición de
gobierno y el gobierno te tiene que dejar lo que llamábamos en el colegio
"las asignaturas Marías" pa ti, las importantes pa mí —no sé si se
han creído muy importantes, pero es lo que les hicieron— [...] de repente se
creyeron que nos estaban enseñando el mundo, a cambiar, nos intentaron explicar
qué es consentir... A un jurista, que llevamos desde el derecho romano sabiendo
lo que es el consentimiento, y el expreso, y el consentimiento tácito, y las
actuaciones consecuentes, y los actos consecuentes, y mil cosas que
nunca aprenderá Irene Montero desde su cajero del Mercadona ni nos podrá dar
clases a los demás."
Tal y como ha
publicado El País —con vídeo incluido—,
estas son las palabras textuales que pronunció el juez de la Audiencia
Nacional, Eloy Velasco, hace dos semanas mientras impartía una charla en la
V Semana Internacional del Compliance, unas jornadas en las que los
participantes pagan entre 300 y 400 euros por escuchar a los ponentes.
Más allá
del evidente clasismo que revela la última parte de la alocución del magistrado
y más allá también de su disquisición contraria a la democracia parlamentaria
en la que reduce la legitimidad de un partido para gobernar cuando no ha sido
el más votado en las elecciones generales, más allá del hecho de que Velasco
parece desconocer la Recomendación General número 33 de la CEDAW de Naciones
Unidas y o el mandato incluido en la Ley Orgánica de Garantía Integral de la
Libertad Sexual que obliga a los operadores judiciales a la formación continua
en materia de consentimiento, más allá del contenido de las palabras del juez,
es obligado preguntarse: ¿Puede cualquier observador mínimamente imparcial —no
hace falta que sea de izquierdas— abstraerse del resentimiento y la animosidad
contra un partido político en concreto y contra el feminismo en general que se
desprenden de forma obvia de la intervención de Eloy Velasco? ¿Puede una
persona cabal, que no esté repitiendo argumentario sistémico, asegurar que,
cuando este magistrado, vuelva a su juzgado va a aplicar el derecho de forma imparcial
si le llega algún caso que tiene que ver con Podemos o con la violencia sexual?
Si la respuesta a estas dos preguntas es afirmativa, quizás hace falta volver a
ver el vídeo una vez más.
¿Hasta dónde podría llegar con
una copa de vino en una cena con jueces amigos y de ideología coincidente?
No hay
que ser ni de izquierdas ni feminista para defender que, si algunos de los
jueces de un país —a la hora de afrontar procesos judiciales con contenido
político— no son capaces de bajar el dial de sus fobias ideológicas, entonces
lo que llamamos "justicia" está en grave peligro y, con ella, también
la democracia. Más allá de la anécdota, el poso que dejan estas palabras
del juez Eloy Velasco es un poso de sospecha. Después de escuchar al magistrado
en un corte de apenas un minuto y en el que se dirige a unas cuantas personas
de su gremio en una charla que no se emite en abierto pero que tampoco tiene un
carácter completamente privado, cualquier persona no excesivamente suspicaz
puede preguntarse legítimamente que no será capaz de decir Velasco cuando esté
departiendo con algún compañero de trabajo a solas en el juzgado. Si esto es lo
que se atreve a decir ante decenas de desconocidos, ¿hasta dónde podría llegar
con una copa de vino en una cena con jueces amigos y de ideología coincidente?
Si algo
demuestra la noticia publicada por El País es que el mantra sistémico de la
imparcialidad judicial no solamente es falso y de un infantilismo vergonzante
sino que, además, tomarlo por bueno es negar la existencia de una de las
máximas amenazas a las democracias modernas. Y no hace falta decir que ocurre
cuando se cierra los ojos ante una amenaza.
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