NO SÉ SI LES
SUENA LA PELÍCULA
Una mujer con
un muñeco de Mazón durante una manifestación que recorre las calles de Valencia
para exigir la dimisión del presidente de la Generalitat valenciana. Europa
Press
En las películas de catástrofes nunca falta el personaje que, por maldad, estupidez, desconocimiento o todo junto, consigue que la catástrofe sea veinte o treinta veces más gorda de lo que hubiera sido sin su intervención. Es todo un clásico el político que se sacó la carrera en una tómbola, gracias al dinero de papá; que se ríe de los científicos porque llevan bata y porque él tiene un primo -al que no ve desde que iba en pantalones cortos- que llegó a ser el hombre del tiempo en un canal de madrugada. No avisa del maremoto o del tifón o del volcán en erupción hasta que ya es demasiado tarde; la movida le ha pillado pescando truchas, almorzando arroz a banda o tonteando con una señora, a veces practicando las tres actividades a la vez, ya que estos políticos son gente muy ocupada y no suele atender al teléfono así les llame el Papa Francisco. No sé si les suena la película.
También
está el servidor público que se debe ante todo a la economía, que no puede
permitir que los negocios cierren un lunes por la tarde, que la hostelería se
vaya a pique, que la gente no coja el coche y empiece a quemar el tubo de
escape: imagínate las pérdidas en restaurantes, supermercados, discotecas y
gasolineras; casi mejor que venga un huracán y arrase la región por unos
cuantos años, que por lo menos harán negocio los sepultureros, los periodistas
carroñeros y los parapsicólogos. Por ejemplo, en Tiburón, de Steven
Spielberg, hay un alcalde que decide mantener las playas abiertas pese a que le
han advertido que un escualo enorme está merendando bañistas crudos, pero su
prioridad es salvar la temporada veraniega, aunque sea al precio de doce o
trece cadáveres. No sé si les suena la película.
Cualquiera
con dos dedos de frente, incluso con un dedo, calificaría al alcalde de Tiburón
(repulsivamente interpretado por Murray Hamilton) como un demente, un imbécil
irresponsable y un homicida sin escrúpulos. Sin embargo, muchos años después, Boris
Johnson, en su papel de alcalde de Londres, aseguraba que Murray Hamilton
era el auténtico héroe de la película, lo que da una idea, primero, del gusto
cinematográfico de Boris Johnson, y luego del de sus votantes. La lección es
que, en la secuela de Tiburón, realizada y ambientada varios años
después de la primera, Murray Hamilton sigue felizmente al mando de ese
pueblecito tan proclive a la depredación submarina. Seguro que lo eligieron por
mayoría. No sé si les suena la película.
Si
los cineastas de Hollywood, en lugar de rodar esas películas catastróficas en
Florida o en California, las rodaran en España, no tendrían que echar mano de
guiones truculentos ni novelas apocalípticas: les bastaría con leer el
periódico o mejor, asomarse a la ventana. Ni siquiera necesitarían inventarse
un munícipe psicópata, obtuso y medio idiota: con poner a un gobernante del PP
al frente, los desastres naturales y artificiales van a multiplicarse
exponencialmente, ya sea a base de incendios, accidentes ferroviarios, lluvias
torrenciales o pandemias en residencias de ancianos. Teóricamente, un
gobernante del PP debería dar más miedo que un terremoto o un tiburón asesino,
pero a la gente le gusta el estilo Murray Hamilton. Que no cierren los bares y
que siga la fiesta. No sé si les suena la película.
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