¿ASÍ PRETENDEN DERRIBAR AL GOBIERNO?
CARLOS ELORDI
Más de un dirigente del PP, si es que no
son muchos, debe pensar que con su actual estrategia no van a derribar al
Gobierno y que ya es bastante inevitable que las elecciones generales tengan
lugar dentro de dos años o algo más. Es también muy probable que aún no haya
terminado la sucesión de escándalos promovidos por la derecha, con la
colaboración de jueces bien escogidos, y que los medios afines al PP, así como
sus disciplinados tertulianos, terminarán dado todo el pábulo posible a los
nuevos que lleguen a la actualidad. Eso es lo que nos espera, aunque sea cada
vez más insoportable y más ridículo.
Otra hipótesis para entender la ofensiva de estas últimas semanas, aunque seguramente preparada desde tiempo atrás, es que el desgaste político y de imagen que esta provoca en el electorado potencial del PSOE y de la izquierda terminará por eclosionar obligando a Sánchez a tirar la toalla.
Puede perfectamente ocurrir lo
contrario. Es decir, que la gente de todos los colores, incluidos algunos
sectores de votantes del PP, terminen aburriéndose de escuchar cada día las
profecías apocalípticas que hacen Alberto Núñez Feijóo, Miguel Tellado y Cuca
Gamarra, cada vez menos originales, cada vez más cansinas, cada vez más
insufribles por mucha tirria que se le tenga a Pedro Sánchez y a la izquierda.
Los demagogos que han hecho historia, grande o pequeña, han tenido siempre algo
de chispa, de originalidad, de capacidad de hacer espectáculo. Los del PP de
hoy son unos pesados.
Además, el impacto real de los escándalos tiende a perder fuerza
a medida que pasan los días por mucho que se esfuercen los corifeos mediáticos
del PP en mantenerlos calientes. El de José Luis Ábalos y Koldo, sin dejar de
ser una cosa seria, se perfila cada vez más como un asunto delimitado y de unas
dimensiones incomparablemente más reducidas que los famosos casos de los
tiempos pasados, los del PP y los del PSOE. Todo indica que el de la mujer del
presidente terminará sin consecuencias mayores para ella. Entre quienes saben
de estas cosas, empieza a crecer el consenso de que las acusaciones de Víctor
de Aldama contra altos dirigentes del Gobierno y del PSOE van a quedar en poca
cosa, salvo en lo que se refiere justamente a Ábalos y a Koldo. Y, por último,
el caso contra el hermano de Pedro Sánchez parece estarse acabando antes casi
de haber empezado.
¿Se volverán esos fracasos en contra del PP? Probablemente no
todo lo que deberían y ello, gracias al trabajo incansable de los aliados
mediáticos de la derecha, cuya desfachatez y falta de rigor, cuando no de
respeto a la verdad supera cada día sus propios límites. Pero tanta
inconsistencia de acusaciones tan graves algún efecto tendrá en la credibilidad
de los dirigentes de la derecha. Feijóo está jugando con fuego y Vox está a la
vuelta de la esquina, preparándose para aprovechar sus eventuales fallos.
¿Por qué siguen entonces dando caña? Probablemente, porque no
tienen otra cosa con la que actuar en política. El PP es un partido mucho más
machacado internamente de lo que suele creerse. Crisis sucesivas le han hecho
perder a cientos de dirigentes y cuadros con experiencia, carecen de cerebritos que
aconsejen a los jefes, el aumento de su poder territorial ha supuesto que
alguna de su mejor gente se haya quedado en los gobiernos regionales. Y ahora
ha llegado el desastre político del País Valencià, que por mucho que se estén
esforzando en taparlo, les terminará estallando en la cara.
Aunque parezca lo contrario, Pedro Sánchez tiene en sus manos el
control del tiempo político, también el de ese último asunto. Su actuación en
el pleno del Congreso de este miércoles vino a demostrar que lo sabe y que los
gritos y los numeritos que cada día montan el PP y la gente que está a su
servicio le importan muy poco. Al menos hasta que lleguen las elecciones, que
ahí las cosas pueden ser mucho más difíciles.
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