LOS SECRETOS DEL
SUPREMO
IGNACIO ESCOLAR
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Es lo que ha ocurrido y es casi una
parodia. El Tribunal Supremo ha puesto en marcha una investigación por
“revelación de secretos”. Y casi en tiempo real, en cuestión de minutos, cada
nuevo paso que da esa investigación es filtrada a los medios. Ya se han
publicado en la prensa pantallazos de las conversaciones por whatsapp del
fiscal general del Estado, de su número dos, de Juan Lobato… Y eso que por
ahora la Guardia Civil solo ha presentado un informe, sobre el teléfono y el
correo electrónico de María Pilar Rodríguez, la fiscal provincial de Madrid.
Aún faltan por analizar todos los dispositivos electrónicos del fiscal general
del Estado.
La investigación sobre el fiscal general
del Estado ya no es secreta. Pero eso no significa que se pueda filtrar. El
propio juez Hurtado, en el auto donde dio traslado de toda esa documentación a
las acusaciones, avisó de que “está prohibida su difusión a terceros”. Algo que
no se cumplió.
¿Está investigando el Supremo esas filtraciones? Por supuesto que no. Y esta es una de las claves de la Justicia española: el doble rasero. Los mismos hechos que en un caso se ignoran, en otro se convierten en la excusa para una investigación desproporcionada, a ver qué se pesca.
Pero volvamos al disco duro, el que se guarda en una caja fuerte
del Supremo. El pasado 30 de octubre, antes de decidir ninguna otra diligencia,
el juez Ángel Luis Hurtado ordenó a la Guardia Civil un registro a todas luces
desmesurado. Pidió una copia de todos sus dispositivos electrónicos. De su
móvil. De su ordenador. De su tablet. Y también las contraseñas de todas sus
cuentas de correo electrónico, redes sociales u otras plataformas digitales. En
el auto de Hurtado –en la parte dispositiva, a partir de la página 7– está todo descrito con sumo detalle.
La Guardia Civil estaba incluso autorizada a modificar las contraseñas. Todo
esto, sin que Hurtado considerara necesario –lo añade expresamente– que
estuviera presente el abogado del fiscal general del Estado.
Toda esa información se volcó en ese disco duro. Pero ocho días
después de ordenar el registro, Ángel Luis Hurtado se corrigió a sí mismo. En
un nuevo auto, de apenas un párrafo, ordenó “limitar el análisis pericial del
material intervenido” a solo una semana: “a las fechas que abarcan del día 8 al
14 de marzo”.
En su primera orden, Hurtado pedía analizar las comunicaciones
del fiscal general del Estado durante ocho meses: mucho más de lo que solicitó
el abogado de Alberto González Amador. En la segunda, solo durante una
semana.
¿Por qué este cambio de criterio? Hay una razón. No es muy presentable.
La abogacía del Estado –que defiende al fiscal general– había
recurrido ese registro por desproporcionado. Cuando esto ocurre, debe resolver
ese recurso una sala superior: otros tres jueces del Supremo. Según distintas
fuentes, el Supremo no iba a validar un registro tan masivo. Y uno de estos
jueces avisó a su compañero, Ángel Luis Hurtado, de que le venía un varapalo:
que no podían aceptar una intervención de las comunicaciones tan excesiva. Por
eso Hurtado cambió su criterio, antes de que se lo ordenaran. Por eso limitó a
siete días lo que antes había ordenado por ocho meses.
Esta semana, Ángel Luis Hurtado abrirá esa caja fuerte en
presencia del acusado, del fiscal general del Estado. Y un perito informático,
delante de ambos, descargará de allí solo sus comunicaciones de esa semana: del
8 al 14 de marzo. Será ese material lo que después analizará la Guardia
Civil.
Pero, ¿qué pasará con el resto de los archivos intervenidos?
¿Con ese disco duro, con las copias íntegras de su teléfono y el resto de los
equipos informáticos? La abogacía del Estado ha pedido su destrucción. No está
claro lo que decidirá el Supremo.
En esa caja fuerte de Ángel Hurtado ya no está solo el teléfono
móvil del fiscal general del Estado. También se guarda desde ayer un volcado
del teléfono móvil de Juan Lobato, el exsecretario general del Partido
Socialista de Madrid.
La manera de actuar con Lobato también explica lo del doble
rasero.
El lunes, el diario ABC publicó que Lobato había ido a un
notario para certificar una conversación por whatsapp con una asesora de La
Moncloa, Pilar Sánchez Acera, que además era parte de su Ejecutiva. Y apenas
unas horas después de aparecer la noticia, el juez Hurtado citó a Juan Lobato
como testigo.
¿Quién dijo que la justicia es lenta?
La velocidad con la que Hurtado adoptó esta decisión contrasta
con la parsimonia con la que se toma todas las declaraciones como testigo que
propone la defensa del fiscal general. Hace más de dos semanas que la abogacía
del Estado pidió que se llamara a declarar a Miguel Ángel Rodríguez y a los
periodistas que publicaron la famosa carta cuya filtración se investiga. Hace
una semana, la abogacía volvió a insistir al juez para que resuelva sobre estas
declaraciones. Hurtado ni siquiera ha contestado.
¿Doble rasero? Sin duda lo parece. Como la propia investigación
en sí, desde su origen.
En la Fiscalía, antes de que lo publicáramos los medios, hubo
cuatro personas que accedieron a ese correo. El fiscal que llevaba directamente
el caso –Julián Salto–, la fiscal superior de Madrid –Almudena Lastra–, la
fiscal jefa provincial –María Pilar Rodríguez– y el fiscal general del Estado.
Además, al buzón de correo donde llegó ese mail –que es una dirección genérica–
tienen acceso 17 personas más: otros 13 fiscales y cuatro funcionarios.
De todos ellos, el juez Hurtado ha decidido investigar a solo
dos: al fiscal general y a la fiscal provincial.
Había solo una razón para considerar al fiscal general del
Estado como responsable frente al resto: la nota de prensa que emitió la
Fiscalía desmintiendo el bulo que había lanzado Miguel Ángel Rodríguez. Álvaro
García Ortiz había asumido públicamente toda la responsabilidad de emitir esa
nota. Pero el Supremo, al aceptar la investigación contra él, ya dejó claro que
en esa nota de prensa no había delito alguno. Aún así, la investigación ha
seguido adelante.
Tampoco se investiga –ni siquiera se le ha llamado aún como
testigo– a la persona que filtró el primer correo que se publicó entre el
abogado de González Amador y la Fiscalía: a Miguel Ángel Rodríguez. El jefe de
gabinete de Ayuso sigue amenazando cada día desde las redes sociales,
impunemente.
¿Doble rasero? Lo parece. El juez Ángel Hurtado es también el
mismo que se opuso a que Mariano Rajoy fuera llamado a declarar como testigo
ante la Audiencia Nacional, para que explicara lo que sabía sobre esos pagos a
M. Rajoy que aparecían en los papeles de Bárcenas. En su voto particular –los
otros jueces de ese tribunal sí admitieron esa prueba– Hurtado argumentó que no
hacía falta su declaración porque ya estaba probada tanto la caja B del PP como
el beneficio para el PP de esas mordidas.
Más tarde, en la sentencia de la Gürtel, Hurtado también planteó
un voto particular. En contra, precisamente, de la condena del PP a título
lucrativo: por beneficiarse de esas mordidas; la razón contraria a la que
esgrimió para oponerse a que M. Rajoy declarara.
Tras su polémica posición en la sentencia de la Gürtel, como
presidente de ese tribunal en la Audiencia Nacional, Hurtado fue promocionado
por la derecha. La mayoría conservadora del anterior Consejo General del Poder
Judicial –en funciones, ya fuera de su mandato democrático– le ascendió al
Tribunal Supremo. Estará allí hasta que cumpla 72 años. En los análisis que se
han publicado sobre la victoria de Donald Trump, siempre se resalta el dominio
que el nuevo presidente tendrá del Tribunal Supremo estadounidense, que se
extenderá por décadas. Lo mismo ocurre con el Supremo español después de años
de bloqueo en el CGPJ y una estrategia de décadas para “controlar la Justicia
desde detrás”.
Tras la declaración de Juan Lobato, los futuros pasos de Ángel
Luis Hurtado parecen cantados. Sus mensajes demuestran que Pilar Sánchez Acera
tuvo acceso al famoso correo electrónico con la confesión de González Amador
antes de que fuera publicado por la prensa –cuando ya los medios habíamos
informado de ese correo, pero antes de que se reprodujera íntegramente–. La
respuesta que le da Sánchez Acera a la pregunta de Lobato de “cómo tenemos la
carta” es ambivalente: “Porque llega, la tienen los
medios”.
Con casi total seguridad, Sánchez Acera será citada a declarar.
Una copia de su teléfono móvil acabará en la caja fuerte de Hurtado. La Guardia
Civil investigará todos sus mensajes del 13 y 14 de marzo y –si la
investigación avanza como esperan en el Supremo– las fichas de dominó seguirán
un poco más arriba.
No hay que perder de vista el bosque, para no desorientarse.
Porque esto no va de ese presunto delito de revelación de secretos –que se
comete en los juzgados españoles constantemente: cada día los medios publicamos
filtraciones secretas y muy rara vez se investiga–. Esto va de otra cosa.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha trasladado a sus
colaboradores más cercanos una certeza: cree que acabará imputado ante el
Supremo. No porque crea merecerlo sino porque da por hecho que ese ha sido
siempre el objetivo. Solo así se explica lo lejos que han llegado. Es un plan
que avanza, de forma simultánea, por cuatro carriles: la investigación contra
su mujer, la investigación contra su hermano, los extraños movimientos del caso
Aldama y esta anómala investigación contra el
fiscal general del Estado.
No todos las vías abiertas llegarán a la meta. No todas tienen
la misma solidez: el caso de Ábalos es sin duda pura corrupción y los indicios
contra el exministro y su inseparable asesor, Koldo García, son bastante
contundentes. Pero otras son realmente endebles y de nuevo se aplica el doble
rasero. Como en el caso de la mujer de Pedro Sánchez y el papel que jugó una asesora
de Moncloa. ¿Es una malversación que la mujer del presidente tenga una
asistente a su cargo? ¿O es solo cuando lo hace la izquierda? Porque la mujer
de Rajoy tenía un “personal shopper” a su
disposición –hoy es diputado por el PP–. Y los cuidados de su padre los pagaba
también La Moncloa.
Muchas de estas causas penales tienen elementos en común. El uso
del bulo, por ejemplo. La denuncia de Manos Limpias contra Begoña Gómez arrancó
con la mentira de que había cobrado una subvención –era otra mujer con el mismo
nombre–. La denuncia de Manos Limpias contra el hermano de Pedro Sánchez recogía también el bulo de esos 1,4
millones de euros en acciones del BBVA que nunca tuvo.
Luego la causa avanza. Y lo que empieza por una esquina acaba en
otra. Porque una de las claves del lawfare siempre ha sido esa:
no importa la sentencia, importa el proceso. Y los titulares que se consiguen
en el camino.
Lo dejo aquí por hoy. Gracias por leerme, especialmente cuando
me extiendo tanto como hoy. Gracias por tu apoyo a elDiario.es
Un abrazo.
Ignacio Escolar
P.D. Varios me preguntáis por esa plataforma llamada X que en
tiempos mejores se llamó Twitter: qué vamos a hacer con esa red social, que
cada día es más tóxica, que se ha convertido en una herramienta para la
desinformación. Hemos tenido mucho debate al respecto en la redacción y, tras
mucho meditarlo, decidimos seguir. La extrema derecha ya controla muchísimos
espacios como para que voluntariamente entreguemos otro más.
También hemos decidido otra cosa: abrir una nueva cuenta en
Bluesky. Puedes seguir allí a elDiario.es (y a muchos de nuestros periodistas
también).
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