¿HAY QUE ABANDONAR X?
DIARIO RED
Donald Trump y Elon Musk
— BBC
Desde nuestro punto de vista, lo último que tiene que hacer la gente progresista y de izquierdas cuando los reaccionarios avanzan en cualquier ámbito de la vida es retirarse
Cuando aparecieron las redes sociales basadas en Internet, el primer éxito se lo llevó Facebook y funcionaba básicamente como una herramienta para hablar con las personas que ya conocías en la vida real o, como mucho, para reconectar con tus antiguos compañeros del colegio. La primera red social de una cierta entidad en la que se empezó a tener una conversación política con personas que no conocías de nada, de forma masiva y eventualmente planetaria fue Twitter. Al principio, el ambiente en la red del pajarito era muy parecido al de una utopía tecnológica. Por primera vez en la historia de la humanidad, cualquier persona con una simple conexión a Internet tenía en sus manos la potencialidad no solamente de difundir contenidos sino también de hacer llegar sus ideas a cualquier parte del mundo. Por primera vez en la historia de la humanidad, el monopolio de la información se había roto de una forma eficaz y los medios de comunicación tradicionales —la mayoría de ellos en manos de las oligarquías económicas o de los estados nación— ya no podían ejercer el control aplastante sobre la conversación pública del que habían disfrutado hasta entonces.
Con la llegada
de las redes sociales —muy singularmente de Twitter— la producción y difusión
de información se democratizó hasta niveles nunca antes conocidos y eso
facilitó la activación de procesos populares antioligárquicos en varios lugares
del mundo. Sin Twitter, seguramente no habrían sido posibles los diferentes
levantamientos democráticos del norte de África que se conocieron como
'primavera árabe' o el 15M español y la posterior aparición de Podemos. Las
redes sociales abrieron una brecha en la armadura del sistema, la élite
periodística al servicio del statu quo perdió su capacidad de tapar todas las
vías de agua —recordemos que tuvieron el poder de ocultar durante tres
décadas la actividad extraordinariamente corrupta de Juan Carlos I— y, de
repente, se abrió la posibilidad de activar revoluciones ciudadanas con
dirección plebeya.
Ante esta
situación, obviamente el establishment no se iba a quedar parado y rápidamente
construyó la reacción. No solamente el sistema impulsó partidos de extrema
derecha con un manejo de las mentiras y del odio especialmente adaptado al
entorno digital sino que, además, los sectores pudientes —atemorizados por la
posibilidad de que el poder político se les escapase de las manos— empezaron a
destinar ingentes cantidades de dinero para extraer de forma masiva datos de
carácter político de las redes sociales —como ocurrió con el escándalo de Cambridge
Analytica— o para manipularlas mediante la compra de granjas de bots o mediante
la injerencia directa en los algoritmos que deciden lo que ve cada usuario. En
pocos años, esto cambió de forma radical la naturaleza tanto de Twitter como
del resto de redes sociales, aunque cada una según una idiosincracia particular
condicionada por sus detalles de funcionamiento y de uso. En particular en
Twitter, se volvió cada vez más difícil tener una conversación sin que cuentas
de extrema derecha se dedicasen a inyectar desinformación y consignas
ideológicas en la misma, aumentó considerablemente el nivel de agresividad
general y disminuyó significativamente la influencia relativa de los
planteamientos democráticos y de izquierdas. En un terreno que había
sido conquistado en un primer movimiento por una marea progresista y
bienintencionada, las fuerzas reaccionarias consiguieron recomponerse y
acumular allí una importante cantidad de territorio.
A medida
que esto fue acentuándose y haciéndose cada vez más evidente, los sectores
progresistas y de izquierdas empezaron a generar un debate que se resume en la
pregunta que titula este editorial: ¿Hay que abandonar X? Aunque la duda
táctica se plantea también a veces sobre el conjunto de las redes —¿hay que
abandonar las redes sociales?—, el planteamiento se suele centrar en X por dos
motivos fundamentales. En primer lugar, porque es la red en la que el contenido
publicado se percibe como 'más político'. Esto es ciertamente debatible, ya que
resulta difícil de negar que YouTube o TikTok no estén llenos de contenido con
orientación política, pero quizás en X, al ser su elemento básico de
publicación un corto mensaje de texto, la naturaleza política de su contenido
resulta más evidente. En segundo lugar y sobre todo en los últimos años, uno de
los factores que empuja a las personas progresistas y de izquierdas a
preguntarse si deben abandonar X es obviamente su compra por parte del
multimillonario ultraderechista Elon Musk, quien, de hecho, cambió el nombre de
Twitter a X. Al implicarse de lleno Musk en la campaña de Donald Trump y al
haber sido elegido, en los últimos días, como la persona llamada a dirigir un
departamento gubernamental para aplicar el análogo de la motosierra de Milei en
Estados Unidos, el debate se ha vuelto a activar y se han producido importantes
movimientos en la dirección del abandono de la red social. En el momento de
escribir este editorial, no solamente han anunciado el medio británico The
Guardian y La Vanguardia en España que dejan X sino que, también, han tomado la
decisión varios opinadores y cuentas personales del lado izquierdo del tablero
a título individual.
No nos podemos resistir a
señalar que el abandono de X nos parece un grave error político y queremos
explicar por qué
Respetando
las posiciones de cada uno y entendiendo no solamente los argumentos sino
también la necesidad personal de buscar la paz mental, no nos podemos resistir
a señalar que el abandono de X nos parece un grave error político y queremos
explicar por qué.
En primer
lugar, porque no está para nada claro que otras redes sociales, como Facebook,
TikTok o Instagram, no sirvan a la extrema derecha para el mismo propósito para
el que utiliza X. Facebook también está controlada por un multimillonario y ha
sido objeto de varios escándalos respecto de su algoritmo, acusado de favorecer
contenidos agresivos y polarizantes; TikTok está controlado por una empresa
china de cuyos dueños no conocemos la agenda política; e Instagram es bien
conocida por generar dinámicas enormemente perniciosas entre la juventud, al
empujar a las personas a entrar en una competición despiadada por el aspecto
físico o el modo de vida pagado con dinero. Si asumimos que hay que abandonar X
porque está causando un daño a la democracia y a los derechos humanos, lo mismo
puede decirse de las demás redes mayoritarias (y también puede decirse, por
cierto, que sigue habiendo un montón de gente decente y de contenido positivo y
enriquecedor en todas ellas). Respecto de la posibilidad de marcharse a otras
redes que, en estos momentos, son minoritarias, como Mastodon o BlueSky, nada
impide que, en el momento en que empiecen a tener relevancia política, la
extrema derecha decida invadirlas también. Así, la huida de X hacia otros
espacios supuestamente más amables no sería otra cosa que el primer éxodo de
una huida eterna.
Es necesario impugnar el
discurso que señala a las redes sociales como las herramientas principales de
difusión de odio y de mentiras en nuestra sociedad
En
segundo lugar, abandonar X es un error político por constituir
exactamente lo que la extrema derecha quiere que hagamos las personas de
izquierdas. Como demuestra de forma singularmente clara la insistencia
con la que el fascismo insiste en deportar no solo a las personas migrantes
sino también a sus adversarios políticos, uno de los dogmas centrales de los
reaccionarios es que todos los espacios colectivos y de socialización les
pertenecen por derecho divino. Si tenemos que abandonar X porque los
ultraderechistas están avanzando allí, podemos acabar argumentando que no tiene
que haber gente de izquierdas en las tertulias de televisión porque los
propietarios de las cadenas son multimillonarios de derechas y porque la
mayoría de los tertulianos comparten ideología con los dueños, podemos decidir no
dar tampoco la batalla en la universidad, en el centro de trabajo, en las
calles, o incluso en el conjunto del país. Si acabamos abandonando X porque la
extrema derecha se ha hecho fuerte allí, eso se parece mucho a una expulsión y
no hay ningún motivo por el cual no vayan a seguir trabajando —después del
primer éxodo— para expulsarnos de los demás ámbitos también. Si renunciamos a
jugar la partida en un determinado terreno porque entendemos que el árbitro
está comprado, podemos acabar renunciando a jugar todas las partidas ya que el
adversario tiene una cuenta bancaria lo suficientemente profunda como para
comprarse a casi todos los árbitros del mundo.
Por
último, es necesario impugnar el discurso que señala a las redes sociales como
las herramientas principales de difusión de odio y de mentiras en nuestra
sociedad. Solamente en los últimos días, el telediario de La Sexta y el
programa de Iker Jiménez se han inventado la existencia de cadáveres en el
aparcamiento subterráneo del Bonaire en Valencia, Ana Rosa Quintana ha mentido
sobre los avisos de la AEMET y numerosos digitales bien financiados por la
Comunidad de Madrid se han cansado de publicar noticias afirmando el origen
magrebí de los 'saqueadores' en las poblaciones afectadas. Por supuesto que la
extrema derecha utiliza X y el resto de redes para difundir bulos y odio, pero
muchas grandes empresas de comunicación en manos de millonarios con una
tendencia política no precisamente progresista también sirven habitualmente
para el mismo propósito. Con una importante diferencia: en las redes
sociales, por lo menos, los ciudadanos de a pie tenemos voz y podemos
contestar. El discurso que prescribe el abandono de las redes sociales, aunque
se emita con una intención buena y decente, conduce a la recuperación del
monopolio de la información por parte de los grandes poderes mediáticos en
manos de la clase pudiente.
Desde
nuestro punto de vista, lo último que tiene que hacer la gente progresista y de
izquierdas cuando los reaccionarios avanzan en cualquier ámbito de la vida es
retirarse. Si no queremos entregarles la victoria y que nuestras sociedades se
sumen en la oscuridad, es indispensable dar la batalla cultural en todos
en cada uno de los espacios: en la cena de Navidad, en el WhatsApp de padres y
madres del colegio, en la parada del autobús, en el centro de trabajo, en las
calles, en los medios de comunicación y también en las redes sociales. En vez
de regalar X a los fascistas, lo que tenemos que hacer es reconquistarlo,
obligar a Elon Musk a venderlo, tomar su control mediante una cooperativa de
trabajadores y cambiarle el nombre para que se vuelva a llamar Twitter.
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