ABASCAL, PIES PARA QUÉ OS QUIERO
El líder de VOX, Santiago Abascal,
posa para Europa Press, en la sede
de Vox, en Madrid. Marta Fernández /
Europa Press.
Nunca he acabado de entender esa expresión castiza de "un hombre que se viste por los pies", una definición que Santiago Abascal suscribiría sin problemas. Sí, ya sé que lo de los pies se refiere a los valores masculinos tradicionales -el valor, la dignidad, el orgullo, la hombría, en definitiva-, en contraposición a las mujeres que, por lo que se ve, suelen vestirse por la cabeza. Lo que pasa es que los pantalones y los calzoncillos, por los pies bien, vale, pero la camiseta y la camisa, joder, mejor por la cabeza. Con Abascal es cierto que da la impresión de que la cabeza cuenta más bien poco, de que se ha vestido entero de abajo arriba tras meterse todo por los pies: la chaqueta, el reloj, la ideología y hasta la barba y el casco de los Tercios.
Esta
semana hemos visto a Abascal de puntillas, flotando un palmo por encima de una
reunión de jerarcas de su partido, para que no quepa duda de quién manda y
quién es el macho alfalfa entre una colección de presidentes provinciales donde
las mujeres están en franca minoría (sí, lo de franca también va con segundas).
Al parecer, ser de Bilbao y medir metro ochenta no le basta y de ahí que necesite
empinarse con el fin de que sus propios partidarios no se confundan y le
pierdan el respeto. Algo verdaderamente triste cuando uno cae en la cuenta de
que Franco, ídolo nacional del partido, a duras penas rebasaba el metro
sesenta.
Hay
que felicitar a los asesores de imagen de Vox por no perder ni una sola
oportunidad de que su jefe haga estrepitosamente el ridículo. Lo mismo me lo
enfundan en una camiseta del ejército tres tallas más pequeña -o en unos
vaqueros bien ceñidos- que me lo acicalan con un casco de los Tercios para que,
al salir por el balcón, parezca que está asomándose al siglo XVII. No se sabe
muy bien cuál será la idea detrás de estas apariciones estelares de Abascal: si
la de hacer el servicio militar a plazos, la de abanderar la Reconquista con
cuatro siglos de retraso o la de atraer a ese bastión del electorado gay que
todavía prefiere atrincherarse dentro del armario. A fuerza de exagerar sus
poses de machote, el portaestandarte de Vox está dando una vuelta de campana y
cualquier día sale a dar un mitin con música de Village People.
Sin
embargo, hay que tener en cuenta que Abascal, que empezó muy fuerte en la
carrera mundial de la ultraderecha, lleva mucho tiempo perdiendo fuelle
respecto a varios líderes amigos y patrocinadores suyos, especialmente Milei,
Orban y Trump, que también presumen de testosterona a tope, pero que no tienen
ningún problema cuando llega el momento de hacer el payaso. No en vano, el
elemento cómico resulta fundamental a la hora de enjuiciar el éxito de los grandes
caudillos fascistas. Hitler le copió el bigote a Charlie Chaplin, Mussolini
cruzaba los brazos mientras sacaba el morro en plan gorila e incluso Franco era
incapaz de disimular su tipo y su voz de tonadillera.
Desde
los tiempos de Fraga, que se movía como el Pingüino y mascullaba un dialecto
incomprensible, la derecha española ha entendido que lo grotesco y lo
estrafalario son condiciones inexcusables para triunfar en las urnas. Ahí está
Aznar, que habla por el bigote y se disfrazaba del Cid; Aguirre, que parece una
caricatura de sí misma hasta el punto de que doblaba a Lois Griffin en Padre
de familia; Mariano, que le hacía la competencia a Chiquito de la Calzada
desde La Moncloa; o Feijóo, que no para en sus intentos de emular unas veces a
Mariano y otras veces a Antonio Ozores. Por el momento, Abascal parece incapaz
de sintonizar la onda del cachondeo popular, quizá por la misma razón por la
que Vox no puede captar ese núcleo electoral de la ultraderecha que pertenece
al PP desde tiempos inmemoriales. Ni de puntillas, oiga.
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