QUÉ BELLO ABRIL
La
voracidad del presidente Milei en destruirlo todo parece haberse topado con un
muro. En Argentina, el frente común se llama educación pública, porque detrás
se prolongan las conquistas de los últimos cien años
EMILIANO
GULLO
Estudiantes levantan libros
en señal de protesta contra los
recortes en educación de Milei.
/ YouTube (RTVE Noticias)
“Nos pasan tantas
cosas en la vida
Que si aparece el
sol hay que dejarlo pasar
Abril otra vez
Para que no
tengamos soledad”.
Bello Abril, Fito Paez (2003)
Las calles se llevaron puestos a los mercados en Argentina. Las protestas en todo el país en contra del recorte a las universidades públicas se transformaron en unas de las manifestaciones más grandes desde la vuelta de la democracia en 1983. Se transformaron, también, en la respuesta popular, nacional, multisectorial, colectiva y heterogénea a la forma de gobernar de Javier Milei que intentó, un día antes, calmar los ánimos con una noticia para los mercados: un superávit fiscal –ahorro de dinero– basado en recortes a jubilados y a programas sociales. Incluso con la certeza del descontento popular en aumento, Milei le habló al –reducido– mundo financiero. La conexión con la sociedad –y parte de su electorado– comienza a abrirse como un troquelado ruidoso.
En Buenos Aires
–según los organizadores–, 800.000 personas. Para otros, 500.000. En el resto
del país, un millón. La potencia de la Gran Marcha Federal Universitaria en
defensa de la educación pública impactó en todos los niveles. En todas las
provincias. Unió a sectores enfrentados desde siempre, como el radicalismo –al
frente de la conducción institucional de la UBA– y el trotskismo. En la misma
marcha estuvieron el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof,
y su enemigo durante los años de estudiante y profesor, el radical Emiliano
Yacobitti, exdiputado y actual vicerrector de la UBA. Compartieron calle los
militantes de las dos centrales obreras, la CGT y CTA; sindicatos burócratas y
sindicatos de base. Exvotantes de Milei y militantes peronistas. Organizaciones
sociales, piqueteras y Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.
La potencia de la
Gran Marcha Federal Universitaria en defensa de la educación pública impactó en
todos los niveles
Desde el cielo los
drones se hicieron una fiesta; mostraron ríos de gente, calles anegadas de
cuerpos vivos que, apelmazados pero felices, mostraban en alto sus pancartas.
Ácidas e irónicas, también se viralizaron en las redes sociales.
“Quiero estudiar
para no ser policía”; “Déjeme estudiar, todavía no entendí a Lacan”; “Estudio
para no pedirle consejos a un perro muerto”; “Nieto de analfabeto, hijo de
kioskero, médico UBA, sí a la educación pública”. “En la universidad pública,
papel higiénico y miedo nunca tuvimos”.
Con o sin carteles,
saltaban y gritaban la canción que se repitió en plaza de Mayo, en todo el
país, en cada ciudad, en las estaciones de trenes, en los bares:
“Universidad
de los trabajadores
y al que no le
gusta
se jode, se jode”.
Muchos también se
sumaron a una iniciativa de último momento bastante particular: llevar un libro
a la marcha. No fue extraño entonces ver a muchos con libros clavados en
bolsillos, sostenidos sobre la cabeza como un escudo, o con la obra completa de
Sigmund Freud.
Para encontrar un
antecedente similar hay que ir hasta 1987, cuando los argentinos salieron a la
calle para defender al gobierno de Raúl Alfonsín ante un levantamiento militar.
La posibilidad de un golpe de Estado –otro– como límite absoluto, total,
aglutinador de cualquier tendencia divergente, de toda diferencia. Ahora, el
frente común se llama educación pública, porque detrás, como la continuación de
un mismo cuerpo, se prolongan las conquistas sociales, económicas y políticas
de los últimos cien años. Las que le permitieron a la Argentina sostenerse como
potencia intelectual en un continente donde los estudios universitarios están
reservados –y custodiados– por las élites gobernantes. Las mismas conquistas
que ensancharon una clase media profesional, en una región marcada por la
desigualdad social. Educación pública que durante el siglo XX dio cinco Premios
Nobel.
Para encontrar un
antecedente similar hay que ir hasta 1987
No hay universidad
en el mundo que tenga calidad educativa, ingreso libre (sin ningún cupo) e
irrestricto, y la gratuidad absoluta para cualquier persona que quiera
inscribirse. Ninguna en América Latina. Ni la Unam en México. Ni la célebre
escuela de cine de San Antonio de los Baños, en Cuba. Quizá pueden encontrarse
algunas combinaciones. Gratuita pero con acceso restringido, con cupos o
límites. Gratuita pero restricta a los ciudadanos de ese país. Gratuita pero de
pésima calidad. Tampoco existen en España o en Italia. Mucho menos en el Reino
Unido. Ni siquiera en las progresistas e inclusivas naciones de Escandinavia.
En ningún lado.
Salvo en la Universidad de Buenos Aires, ubicada al tope de cualquiera de esos
rankings que se toman para medir la calidad de las universidades en el mundo.
Algunos –como el Quacquarelli Symonds (QS)– la colocan tercera en América
Latina y dentro de las 100 mejores en todo el planeta. En la Universidad de La
Plata. O en la Universidad de Tucumán. O en la de Rosario. O en la Universidad
Tecnológica Nacional.
Un diálogo posible,
una situación repetida. Una joven brasileña se acerca a la sede de la Facultad
de Medicina de la UBA. Necesita comprobar algo que le dijeron unos amigos
argentinos.
– Hola, quería
saber cuánto tengo que pagar para estudiar Medicina acá.
– ¿Pagar? Nada.
– ¿Cómo cero? Algo simbólico. Una cuota mínima,
simbólica.
– ¿Usted me está
escuchando? Le dije nada, cero.
Alguno diría que,
además de universidad pública, el ascenso social en Argentina se dio –siempre–
de la mano del peronismo. Como sea, la voracidad del presidente Milei en
destruirlo todo parece haberse topado con un muro. Cuánto daño generó en la
legitimidad del gobierno es temprano para saberlo.
Lo que es cierto es
que la defensa de las universidades públicas como tracción social, como
espíritu inherente a la identidad nacional, fue el primer golpe que entró claro
en el cuerpo libertario. Hasta los propios acusaron recibo del error.
La defensa de las
universidades públicas fue el primer golpe que entró claro en el cuerpo
libertario
El síntoma de la
magnitud fue la discusión al día siguiente. Desde los grupos de WhatsApp hasta
el diario oficialista La Nación. ¿Fue la más grande de la historia? ¿Importa la
cantidad de millones? Tecnología aplicada en el conteo de personas. Memoriosos
intentaron hacer una arqueología de las movilizaciones. El recibo del impacto
final lo dio el mismo presidente, al día siguiente, desde su plataforma de
gobierno preferida, la red X: “En ningún momento el gobierno nacional insinuó
la intención de cerrar las universidades nacionales. Lejos de eso, ya el día
anterior a la manifestación de ayer estaban hechos los giros de recursos para
los gastos de funcionamiento de todas las universidades nacionales”.
La preocupación por
la onda expansiva no es menor. Cuatro meses después de asumir el gobierno, la
única respuesta que puede dar Javier Milei es el ejercicio para deslegitimar un
reclamo que, día a día, se acumula detrás de otro. Una bomba a presión que
nadie sabe cuándo explotará pero que evidencia una cosa: se sostiene sobre dos
pilares. El odio de parte de la sociedad a la administración anterior y al
peronismo en general, potenciado y motorizado por los grandes grupos
empresarios.
Y desde y para el
mundo financiero, el único ganador en este lío. Al que se dirigió con un
discurso en cadena nacional 24 horas antes de recibir la peor marcha en su
contra. Al único sector que beneficia con su política de depresión productiva y
al que le prometió en su discurso. “La era del supuesto Estado presente se ha
terminado. Ha sido un fracaso estrepitoso”.
Horas después de la
movilización, en el diario no hablaban del superávit.
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