Marchena acaricia a un
gato
(con rastas)
ANA PARDO DE VERA
Últimamente,
quienes mantenemos que a esta democracia nuestra le falta un buen
recorrido todavía para consolidarse como tal -y que ese camino se
encuentra, en buena parte, incrustado en las estructuras del Estado- estamos de
enhorabuena, los hechos no hacen más que darnos la razón.
Tenemos a la ultraderecha y sus estrambóticos pasacalles frente a la sede nacional del PSOE, armas incluidas; la confirmación sonrojante de la acción despiadada de las cloacas de Interior durante la etapa en el Gobierno de Mariano Rajoy, capitaneadas por éste y secundadas por medios de comunicación entregados a la causa Villarejo&cía, o la evidente existencia de un lawfare sangrante contra adversarios políticos de ese mismo PP o de su orden autoritario: "O nosotros o el caos", dijo un día de 2015 Dolores de Cospedal, exsecretaria general del PP, expresidenta de Castilla-La Mancha y exministra de Defensa, que ahora sabemos que estuvo metida hasta el cuello en las citadas cloacas por más que el juez de la Audiencia Nacional Manuel García-Castellón haya intentando pulirle el currículo político.
Tenemos,
desde este martes también, la constatación de la invasión que el Tribunal
Supremo hizo en 2021 de lo más sagrado que tenemos los y las ciudadanas:
nuestro voto, la elección democrática de nuestros representantes políticos, que
trabajan en el Congreso, sede de la soberanía nacional. 64.000 votantes de las
Islas Canarias, por donde concurrió el diputado y exsecretario de Organización
de Podemos Alberto Rodríguez han visto,
primero, como el magistrado y presidente de la Sala de lo Penal del Tribunal
Supremo, Manuel Marchena, en otro de sus tenebrosos movimientos, presionó al Poder Legislativo hasta la náusea para que su presidenta de entonces, Meritxell
Batet, expulsase a Rodríguez de su escaño por una sentencia judicial (muy cuestionada) de unos hechos acontecidos en 2014 durante una
protesta en La Laguna.
En
segundo lugar, esos 64.000 canarios/as que votaron a Rodríguez y todas los
demás que también votamos a quien sea, asistimos estupefactas en 2021 a la
expulsión consumada por parte de Batet del diputado de Unidas Podemos, contra
el criterio de los letrados del Congreso, contra el Reglamento del ídem y
contra toda lógica democrática. El magistrado emérito José Antonio Martín Pallín lo
explicó muy bien entonces en un artículo en CTXT: "La decisión carece de argumentos
constitucionales y jurídicos. No se puede entender que la resolución exceda del
contenido de la sentencia y vulnere los principios que rigen la autonomía de
las Cámaras parlamentarias. Debió limitarse a acusar recibo en los
estrictos términos que contiene el auto de ejecución que, en ningún momento, y
así lo entendieron los letrados del Congreso de los diputados y el Ministerio
Fiscal, obliga a privar a un diputado de su condición parlamentaria".
La
invasión del Supremo en el Legislativo y la claudicación de su presidenta ante
aquél es una perversión democrática; lo denunciamos entonces, y lo confirmamos
este martes, cuando el Tribunal Constitucional ha declarado anulada la
condena a inhabilitación a Alberto Rodríguez y, por tanto, a la expulsión de su
escaño. No importa ya, al diputado y a los
64.000 españoles que representaba nadie les devolverá sus derechos; por tanto,
Marchena se salió con la suya con la complicidad de Batet y ya no hay quien
arregle esto. El magistrado al que un mensaje del portavoz del PP en el
Senado, por cierto, exdirector de la Policía Nacional con Jorge
Fernández Díaz, Ignacio Cosidó, le abortó la operación
presidir el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), sigue presidiendo la Sala Segunda del Tribunal
Supremo y Batet ha salido de la política de puntillas. Como en las cloacas por
la operación Catalunya o contra Podemos, no hay consecuencias ni asunción de
responsabilidades de ningún tipo. Todo fluye en este Estado de agujeros negros,
menos la democracia, que marcha herida y a trompicones con una derecha echada
al monte de la (ultra)derecha y que se niega a reconocer la legitimidad del
Gobierno y a cumplir la Constitución, que bloquea desde hace más de cinco
años okupando el CGPJ.
Ni
un día sin su información sobre cloacas, ataques
judiciales contra decisiones políticas de mayorías soberanas, espionajes
ilegales, antiperiodismo ... Ni un día sin volver a contemplar los muchos rostros de las
amenazas a la democracia, las viejas y las nuevas. Y aquí no pasa
nada.
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