EL CÓDIGO DA VILCHES
JAVIER HERNANDEZ
Once del
once del once.
Desde las primeras páginas de esta fragua que
es de versos, sangre, intriga y suspense, el pasado me volvió a atraer como un
imán hacia trece años atrás.
Hotel Nivaria en la plaza del Adelantado y la presentación que hice a Mariano Gambin de la, por entonces, segunda novela de la saga de Luis Ariosto: El círculo platónico. La fecha fue el 11 del 11 del 11 (11 de noviembre de 2011).
Aquella novela fue un impacto súbito y me
recordó a la novela anterior de Dan Brown, Ángeles
y Demonios que pasó en principio sin pena ni gloria hasta que irrumpió con
la publicación del best seller, El Código
da Vinci, y la rescató del olvido.
Fue la primera vez que comprendí que el
territorio insular era caldo de cultivo creíble para escribir un género
narrativo como el thriller. Esa senda la están cruzando actualmente escritoras
como Arantxa Rufo o Bibiana Reyes. A ese camino se ha sumado Manuel Vilches con
En la fragua del viento, su ópera
prima.
Algo similar me ha ocurrido con esta
novela que bebe y es depositaria de muchos de los elementos que hicieron
triunfar a El código da Vinci. El enigma
que nos encontramos en la trama que articula el autor nos arroja un thriller con
mayúsculas. La obra con que nos sorprende Vilches es transversal, tiene el
goteo de la sangre sobre el sueño de una victima abatida mientras apenas
distingue los últimos latidos de su corazón y el postrero aliento de sus
pulmones. El autor tiene entre sus manos una orquesta, lo cuál refleja su poliédrico
iter vital que se plasma negro sobre blanco en las páginas de En la fragua del viento: es compositor, cantante, poeta, escritor y dramaturgo.
De todas estas variantes, y en su dosis exacta, encontrarás en su lectura.
¿Quién es este
autor? La respuesta seguramente la tienes entre tus manos mientras lees esta
reseña.
Es esta fragua de
versos clave en el desenlace del relato El Médano es un personaje inmaterial que
guarda escondido en el olvido del pasado su historia Cuatrocientos
años de mentiras, de poder, y crímenes. La transmutación durante cuatro siglos
de los poderes fácticos de la isla. Joaquín, el protagonista de la narración, necesita
encontrar un viejo poemario desaparecido que puede contener las claves para
desenmascararlos. De nuevo la fragua de versos.
El tiempo. Sus espacios e intervalos, que corren sin remisión
es otro intérprete intangible de esta ficción. Es un protagonista que nos
arroja luz en el hondo túnel del pasado. Tiempo en el que se desgrana su vida,
como en un reloj de arena. Y los lectores y lectoras irán teniendo pistas para
desentrañar la ficción en continuos
flasback al pasado del héroe de la narración que interrumpen la acción en curso para presentar los hechos
ocurridos en un tiempo anterior que son las pistas de lo que ha sucedido, lo
que sucede y lo que sucederá.
Porque en la overtura desde
un cibercafé, y con el máximo apremio, Joaquín escribe todo lo que ha
descubierto. De hecho, espera tener el tiempo suficiente para hacerlo, ¿Tiempo?
De nuevo los versos, esta vez en la voz de Alan Parsons: tiempo huyendo
como un río; tiempo haciéndome señas. ¿Quién sabe si alguna vez nos volveremos a
encontrar? Pero el tiempo sigue fluyendo como un río hacia el mar.
¿Alguien lo creerá? Porque
está convencido de que morirá esa noche. En ese escrito en el ordenador
del ciber narra cómo y cuándo empezó todo. Siendo muy joven, y debido a una
insensata apuesta, entró en La Casona; una mansión ubicada en el pueblo
pesquero de El Médano. El terror que vivió en su interior y, el haber estado
tan cerca de las Almas Negras. No tardarán en encontrarle. ¿Debe seguir huyendo
o hacerles frente?
Y regresamos al
pasado y al futuro. Porque el principio es siempre el fin.
En fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario