MILEI POR LOS PELOS
DAVID
TORRES
Javier
Milei en Davos, 2024. EFE
Nadie lo habría sospechado, pero el gran motor de la ultraderecha mundial a estas alturas del milenio no es el populismo, ni la economía neoliberal, ni el analfabetismo indómito, sino la peluquería. Son las cabelleras explosivas y las permanentes enloquecidas las que en los últimos años han marcado el ritmo de la política internacional, como si la política internacional fuese un concierto de rock caducado o una película de John Waters.
Boris Johnson parece que se peinara arrojándose por el hueco de un ascensor; Isabel Díaz Ayuso metiendo los dedos en el enchufe; Donald Trump poniéndose un mapache en la cabeza. Hay excepciones -Giorgia Meloni y Jair Bolsonaro son las más llamativas-, pero cabría preguntarse si el último batacazo electoral de Vox no tendrá que ver con el hecho de que Santiago Abascal sigue empeñado en lucir a la vez barba de jeque árabe y sienes brasileñas.
En el último
especial de Nochevieja, José Mota alumbró uno de los mejores números de su
carrera al interpretar a un estilista especializado en asesorar políticos:
"Cuando tú veas a un político con pinta de dar vergüenza ajena, ése lo
llevo yo". Su imitación de Javier Milei sentado en un sillón de la
peluquería, pegando alaridos de energúmeno y rociando a todos lados miradas
homicidas, fue extraordinaria, aunque lo cierto es que quedó muy lejos del
original.
No hay forma humana
de superar los aspavientos, rictus, espasmos y salivajos del actual presidente
argentino en el momento de entrar en trance y comerse el micrófono a
dentelladas. El auténtico Javier Milei chilla más, insulta más, da más risa y
más miedo que cualquiera de sus imitadores. Cuando se pone a dar uno de esos
discursos hediondos, plagados de interjecciones y bravatas, es como si
estuviera practicando un exorcismo a sí mismo.
En cambio, durante
su actuación en el marco del Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, Milei
estuvo muy comedido. No se despeinó, porque ya venía despeinado de casa. Se
limitó a endilgar una perorata prácticamente calcada de una charla TEDx de San
Nicolás impartida en 2018, algo lógico teniendo en cuenta la roña ideológica,
la falta de autocrítica y la coherencia de sus delirios.
Bramó contra el
feminismo, contra el ecologismo y contra el socialismo, tres peligros que
anuncian el declive de Occidente y que pueden ser frenados únicamente gracias a
botarates como él. Llegó a afirmar que Argentina fue, tiempo atrás, la primera
potencia mundial y que ahora estaba en el puesto 140 por culpa del
colectivismo. En definitiva, no dio un solo dato cierto ni dijo una sola
verdad, pero precisamente por eso su discurso resultó un éxito absoluto de
crítica y público. Le aplaudió hasta Elon Musk, lo que en un foro de
millonarios viene a ser como si te aplaude el tío Gilito.
Puesto que está
encantado de conocerse y carece de abuela conocida, al finalizar la chapa,
compartió una imagen en su cuenta de Instagram en la que figuraba él mismo como
un león rompiendo a martillazos la bandera soviética. Lo que se vio en la
tribuna, sin embargo, recordaba más bien a una síntesis dialéctica entre
Leoncio el León y Tristón con gafas y corbata.
Un programa de
Inteligencia Artificial le ayudó con la traducción simultánea al inglés
manteniendo el acento porteño, aunque hubiera sido mucho mejor que, en lugar de
hablar, el módulo le ayudara a pensar, que buena falta le hace. Con lo de que
Argentina fue una vez el faro del mundo no sólo se proclama profeta universal
de la posverdad, sino que al mismo tiempo se ha puesto a protagonizar él solo
cualquier chiste de argentinos.
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