AMIGA, DATE CUENTA, LA SUPERCOPA EN ARABIA
El
fútbol español se dispone, jubiloso, a volver a blanquear a un régimen que
vulnera los derechos humanos y esclaviza a las mujeres. A la Federación, ya sin
Rubiales, le ha durado el feminismo un cuarto de hora
VANESA
JIMÉNEZ
Florentino Pérez, Enrique Cerezo, Ahmed Al Mohtaseb, Isabel Díaz Ayuso,
Álvaro Iranzo Gutiérrez y Luis Rubiales en la final de la Supercopa de 2020 en
Arabia Saudí. / DirectTV Sports
La Supercopa de España se juega esta semana en Arabia Saudí, una dictadura como la copa de una secuoya. No ni ná. La Supercopa de España se juega esta semana en Arabia Saudí, una monarquía absoluta que ignora los derechos humanos, persigue con cárcel y muerte la disidencia, la homosexualidad, el adulterio; niega la libertad de información, esclaviza a las mujeres... porque el caso Rubiales iba a transformarlo todo, pero la Real Federación Española de Fútbol, el ente que organiza el exótico torneo y se comprometió a “realizar cambios estructurales para iniciar esta nueva etapa, absolutamente necesaria, que respete criterios de buena gobernanza, transparencia e igualdad”, no parece dispuesta a cambiar nada si hay dinero de por medio. No ni ná.
La Supercopa se
juega en Arabia porque Luis Rubiales, el ideólogo del traslado de la cosa a la
dictadura saudí, junto al exfutbolista Gerard Piqué [“Ocho millones al Madrid y
al Barça... y os quedáis la Federación seis kilos, tío”], tuvo que irse,
empujado por una rebelión feminista que dijo basta ante una agresión sexual televisada,
pero los que le aplaudieron, en aquella sala abarrotada y desde sus casas,
siguen. Y, también, la Supercopa se juega en Arabia porque el Consejo Superior
de Deportes, presidido por el exministro José Manuel Rodríguez Uribes, prefiere
mirar para otro lado, que para eso la RFEF es un organismo privado y la
utilidad pública solo importa a veces. Y ya tienen bastante con la agencia
española antidopaje, que descuidaba algunos positivos.
Si Arabia Saudí se
ha empeñado en blanquear su régimen con miles de millones de dólares, quiénes
son ellos para impedírselo. Si además el rey Salmán bin Abdulaziz es íntimo del
emérito… Y si Cristiano Ronaldo, Benzema o Neymar juegan allí… No será tan mal
sitio. Ya lo dijo el entrenador del Barcelona, Xavi Hernández: “Arabia Saudí
tiene cosas que mejorar, pero también como nosotros en España”. Un sabio.
Hagamos un poco de
memoria. Mitad de enero de 2020. Mundo pre pandémico. Final de la Supercopa en
el estadio King Abdullah Sports City, en la ciudad de Yeda, Arabia Saudí. El
Real Madrid le gana al Atlético en los penaltis. En el podio –así lo llamaron–
de la victoria, Florentino Pérez, Enrique Cerezo, Ahmed Al Mohtaseb
(vicepresidente de Sela Sports), Isabel Díaz Ayuso, Álvaro Iranzo Gutiérrez
(embajador de España en Arabia Saudí), varios jeques y Luis Rubiales, por ese
orden. Lo que ocurrió aquella noche, más allá de gestas deportivas, fue un hito
en la historia de los derechos humanos y del feminismo. Ya quisieran Clara
Campoamor, Rosa Parks, las sufragistas, Simone de Beauvoir, Gloria Steinem y
Angela Davis, todas juntas. La presidenta de la Comunidad de Madrid acudió al
evento con la cabeza descubierta y un vestido camisero sutilmente remangado.
“El gesto de Ayuso
por ‘la igualdad’ que desafió a las normas islámicas contra las mujeres”.
“Melena al viento en Arabia Saudí: Díaz Ayuso defiende la normalidad de la
mujer en la final de la Supercopa”. “El aplaudido gesto feminista de Díaz Ayuso
en Arabia Saudí”. “Díaz Ayuso da una lección de feminismo: acude sin velo a la
final de la Supercopa en Arabia Saudí”. La carcunda mediática se entregó a la
hazaña de la lideresa madrileña sin mencionar que, si eres una mujer
extranjera, y diriges algo, y además te van a colocar en la tele para que te
vean millones de personas, quizá te dejen estar allí en negligé, que el
objetivo es parecer modernos, no que se te note que tratas a las mujeres como
esclavas. Por ese motivo, también aquella noche pudimos entrar en ese estadio
sin restricciones. Cuatro días después, ya sin focos, la Cadena Ser publicó un
vídeo en el que se venía cómo la normalidad había vuelto a los estadios del
país: los hombres ocupaban las zonas más cercanas al césped; las familias,
hombres, mujeres y niños, volvían a los lugares más apartados de las gradas.
Cuando esta semana
escuchen de nuevo que el régimen saudí se encuentra inmerso en un proceso de
apertura, que la libertad aflora entre los rincones del bello país de Oriente
Medio, que las mujeres pueden votar desde 2015 o conducir desde 2018… Cuando
estos días oigan a mujeres periodistas asegurar, como ya hicieron en 2020, que
estaban trabajando con “absoluta normalidad, mejor que en muchos estadios”, o
cuando se esgriman argumentos similares a los de Rubiales –llevar la Supercopa
en Arabia Saudí era una “obligación moral” para luchar contra la desigualdad
social en el país– recuerden que la gesta feminista de Ayuso tuvo poco éxito en
el país de Salmán bin Abdulaziz.
El 8 de marzo de
2022, Día Internacional de la Mujer, el régimen saudí promulgó la Ley sobre el
Estatuto Personal, que según Amnistía Internacional –y cualquiera con una
cantidad decente de neuronas– “perpetúa el sistema de tutela masculina y
codifica la discriminación de las mujeres en la mayoría de los aspectos de la
vida familiar”. La norma, promocionada por el príncipe heredero Mohammed bin
Salman y otros funcionarios del gobierno como “progresista”, consiste en
fomentar la violencia machista y el abuso sexual en el matrimonio: las mujeres
necesitan el permiso de un tutor para casarse, deben obedecer a sus maridos de
“manera razonable”, ninguno de los cónyuges puede abstenerse de tener
relaciones sexuales o cohabitar sin el consentimiento del otro cónyuge; el
marido puede divorciarse unilateralmente de su esposa, pero la mujer solo puede
pedir a un tribunal que disuelva su contrato matrimonial por motivos limitados;
los padres siguen siendo los tutores por defecto de sus hijos… Rothna Begum,
investigadora de Human Rights Watch, lo resume así: “Simplemente consagraron la
discriminación contra las mujeres en el código penal”.
Amiga, date cuenta
que el fútbol sigue siendo un patriarcado del tamaño de la copa de Hyperion,
que según leo así se llama la secuoya más alta del planeta, que está en el
Parque Redwood, al norte de California. El feminismo consiguió que el machista
de manual que dirigía el organismo rector del fútbol en España –que nos dejó
como regalito una ampliación de contrato con Arabia por el que la Supercopa se
celebrará en ese país hasta 2029 si nadie sensato lo remedia– tuviese que dimitir.
Y lo celebramos con la gran María Jiménez, porque el mundo nos pareció de
pronto más amable, más humano, menos raro. Pero solo se había acabado la
impunidad de un hombre, y de su equipo cercano. La lucha no terminaba.
El fútbol español
es hoy, 10 de enero, un entusiasta colaborador del tercer país que más aplicó
la pena de muerte en el mundo en 2022, solo por detrás de China y de Irán. Y no
pasará nada. Cuatro equipos españoles –Real Madrid, Atlético de Madrid,
Barcelona y Osasuna– se enfrentarán entre sí en Riad, en lo que el diario Marca
califica como “una competición ilusionante”. Y no pasará nada. Porque el
dinero, siempre, está por encima de cualquier derecho.
Al feminismo le
queda seguir gritando que no es nuestro nombre (también podemos quitar los
cables de los decodificadores y dejar sin fútbol a los cuñados). Por más que se
enfaden los amigos del presidente o se molesten las que se parapetan en la
teoría de los techos de cristal, no hay que callar nunca ante la opresión, no
importa contra quien ni donde se ejerza.
A las dictaduras, “ni agua”, como dijo hace un par de días la gran
feminista que es Díaz Ayuso para referirse a Sánchez. No ni ná.
Por cierto, ¿qué
pensará de todo esto la señora Alegría, ministra de Educación, Formación
Profesional y Deportes?
No hay comentarios:
Publicar un comentario