MILITANTES, INTELECTUALES Y OTROS ANIMALES
SUSO
DE TORO
El sistema de poder
ideológico español es, como todo en el proyecto nacional español, radial con su
centro en la corte madrileña y los intelectuales son parte de ese sistema
En una ocasión,
pretendiendo delimitar la figura y la posición social de lo que debiera ser un
intelectual, alguien que sin duda se tenía a si mismo por tal criticó mi
“militantismo”. No puedo recordar si fue en “ABC” o en una revista de libros
patrocinada por Caja Madrid, cualquiera de esos medios del campo del
conservadurismo o, por hablar más claro, de la derecha madrileña, sin que eso
suponga en si mismo un juicio de valor.
Si transcurridos bastantes años aún me acuerdo es porque en su día me molestó la crítica pues ese señalamiento implicaba una reducción del carácter de mi intervención en la sociedad a través de la palabra, eso que hacen los intelectuales, al de un militante. De hecho, quedaba en cuestión si ese mi actuar era propio de un intelectual. ¿Y si no era un intelectual entonces qué era?
Aunque a lo largo
de los años publiqué libros sobre literatura, artes y asuntos sociales, en
gallego, efectivamente mis publicaciones en prensa diaria eran fundamentalmente
“militantes”, que es un vocablo bélico, defendiendo siempre una posición, que
también es un concepto bélico. Y de hecho aquellos escritos que en su día me
publicaron cabeceras de prensa me depararon confrontaciones, nuevamente
lenguaje bélico, con otras personas que defendían posiciones contrarias.
Lo que en su día me
molestó, que me criticasen el “militantismo”, hoy no molesta, hago militancia
de determinadas posiciones. De hecho creo que lo que verdaderamente motivaba la
crítica era que defendiese unas posiciones concretas, aunque comprendo y acepto
que se debe reconocer “militantismo” en la beligerancia, nuevamente lenguaje
militar, de quien las defiende.
Me llevó muchos
años reconocer la evidencia de que, igual que fui militante en mi primera y
segunda juventud ésa es mi verdadera naturaleza y nunca conseguí dejar de
serlo. Aunque lo intenté, también debo reconocerlo. Pues también yo intenté
reconfigurar mi vida y mi naturaleza y adaptarme a las figuras establecidas de
“escritor” e “intelectual”. Y, efectivamente, fracasé.
¿Y qué viene a ser
“un intelectual”? Históricamente es una figura encarnada en un varón que
ostenta tipo de legitimidad académica, cátedra universitaria o, en los estados
de cultura borbónica, número en alguna academia. También a escritores que
alcanzaron reconocimiento de público o de crítica y a algún científico que
publique divulgación se le supone esa condición de intelectual. Los políticos,
aunque su trabajo sea intelectual, se les sitúa en lugar aparte.
Pero esto no basta,
es fundamental que publiquen y no en un lugar cualquiera, no en una cabecera
“de provincias” o en una cuenta particular en alguna red, sino en una cabecera
de la corte madrileña. Si publica en una cabecera barcelonesa, por ejemplo, se
le puede valorar el interés de sus aportaciones pero no será un “intelectual
español”. El sistema de poder ideológico español es, como todo en el proyecto
nacional español, radial con su centro en la corte madrileña y los
intelectuales son parte de ese sistema.
Porque el
intelectual, en su pequeña medida, también maneja la energía del poder y aunque
prefiera pensar que ese poder nace del valor de su visión y su opinión, en
realidad no es suyo. El poder es de los dueños de los medios desde donde emite
su opinión, el capital del IBEX y de los
grandes fondos especulativos. Y puede ejercer su desempeño únicamente en tanto
los dueños se lo permiten, y lo hacen si sirven a sus intereses.
Pero el intelectual
tiene que fingir ignorar eso, tan evidente, para poder expresarse “con
autoridad” intelectual o moral. Y lo más frecuente es que lo haga con tono de
suficiencia o soberbia porque disfrutar esa experiencia de dirigirse al público
y pretender orientarlo proporciona una lubricidad que embriaga y que le hace a
uno sentirse superior moralmente. Y para garantizar esa superioridad necesita
ser reconocido por encima de los conflictos y partidismos, aunque tenga
orientación ideológica, previsiblemente “progresista” para satisfacer el
público mayoritario que demanda opinión, no debe descender a la lucha
partidaria.
Cuanto más dibujo
esa figura que se pretende elevada, y que me parece pura impostura, más me
convenzo de que es mejor opinar desde la posición de un militante de
determinadas posiciones sociales y políticas. Que no tiene menos libertad de
conciencia que quien enmascara sus intereses y posiciones.
Porque si quien
emite opinión oculta sus posiciones, que todos tenemos, y se envuelve en el
humo de las referencias académicas o culturalistas lo que hace con ese
emboscamiento es facilitar su participación en la manipulación de la opinión
pública. Pero es una mera opinión militante.
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