MENOS SINCERIDAD, POR FAVOR
Si
mañana el presidente defendiese en el Congreso la ley de la gravedad, la
derecha se declararía en rebeldía. Qué tiempos aquellos en los que un mínimo de
disimulo se consideraba obligatorio
GERARDO
TECÉ
Virus
respiratorios. / J.R. Mora
Hay pocas cosas más sobrevaloradas que la sinceridad, característica infantil que algunos adultos con problemas de madurez llevan a gala como si lo suyo fuese un mérito en lugar de un problemón. Si es usted de los que se cruza con un amigo y, mientras le palmea la espalda, le suelta que lo ve más gordo y con menos pelo, más que de sinceridad hablaríamos de que a usted le falta de un buen hervor. Los adultos funcionales saben bien de la importancia social del disimulo, ese arte tan necesario del que, sin ir más lejos, acabamos de tirar a la hora de recibir los regalos de reyes. ¡Anda, pero qué bien, una colonia! Frente a la sinceridad desinhibida, los adultos responsables optan por el disimulo. Por eso, el piloto del avión no considera que la sinceridad sea una virtud para su trabajo: señores pasajeros, vamos a pasar una zona de turbulencias y, siendo sincero, no las tengo todas conmigo. En política el problema es el mismo.
¿Recuerdan aquella
época en la que le pedíamos a los representantes públicos que fueran
transparentes? Pues quizá nos equivocamos. A pocas horas de que pase por el
Congreso de los Diputados el decreto de ayudas anticrisis del Gobierno, el
terreno de juego político es un sembrado de sinceridad sin rastro alguno de disimulo.
PSOE y Sumar no disimulan haber llegado a la cita con los deberes sin hacer. ¿Y
qué pasa? No había necesidad alguna de sentarse a negociar con tiempo los
apoyos necesarios cuando puedes plantarte en la misma semana de la votación y
decir, de forma sincera, o apoyas esto o gana la derecha. ¿Y qué decir de la
derecha, maestra absoluta en eso de decir las verdades a la cara? Preguntada
por esta importante votación para el bienestar de las familias, la líder del PP
Isabel Díaz Ayuso le indicaba públicamente a su subordinado Núñez Feijóo la
línea a seguir: “A Pedro Sánchez, ni agua”. ¿Dónde queda el disimulo? ¿No hay
nadie que le explique a la persona que dirige el principal partido de la
oposición que así no se hacen las cosas en el mundo adulto? Si el objetivo de
uno es evitar que esas ayudas lleguen a las familias porque así se logra
debilitar al Gobierno, lo correcto sería buscar argumentos y decir que votarás
en contra porque tal medida concreta te parece inaceptable y aquella otra muy
mejorable. A riesgo, claro, de que te den la razón, esas medidas se modifiquen
a tu gusto y tengas que buscar una nueva excusa para votar en contra.
Mientras la líder
del PP presume de haber llamado hijo de puta al presidente del Gobierno en un
arranque de sinceridad, las playas de Galicia vuelven a llenarse de chapapote,
esta vez en forma de bolitas. El desastre medioambiental llega a un mes de las
elecciones gallegas, así que, de nuevo, la falta del mínimo disimulo necesario
se impone para desgracia de las costas. El presidente Alfonso Rueda, del PP, se
resiste a declarar la emergencia que permitiría que el Ministerio subiese a
echar una mano. Lo hace siguiendo la sincera ecuación Ayuso que dice que, si a
Pedro Sánchez ni agua es porque Pedro Sánchez es el enemigo y con el enemigo,
ya se sabe, no se junta uno ni para limpiar las playas. La sinceridad, como la
marea de pellets, lo inunda todo. También en lo sanitario. Si los hospitales de
media España están colapsados de enfermos de gripe y covid, y el Gobierno
propone recuperar la mascarilla dentro de los centros sanitarios, la derecha
pedirá, de forma transparente y sincera, que te metas la mascarilla por donde
Camilo José Cela se metía un litro de agua, dejando claro que la altura
intelectual varía y puede llegar a encontrarse en un agujero negro situado a un
metro de suelo. No hay esfuerzo a la hora de presentar argumentos en contra del
uso de las mascarillas, ni de la negativa a que actúe el Ministerio en las
playas gallegas, ni tampoco contra las medidas anticrisis. Si mañana el
presidente defendiese en el Congreso la ley de la gravedad, la derecha se
declararía inmediatamente en rebeldía denunciando que la atracción entre
cuerpos en función de sus masas atenta contra la libertad. Qué tiempos aquellos
en los que un mínimo de disimulo se consideraba obligatorio. Me voy a echar la
colonia, a ver si ese increíble buen olor hace que se me pase el disgusto.
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