LA “TRATA DE NEGROS” Y HOLLYWOOD
PEPE GUTIÉRREZ-ÁLVAREZ
Con una duración de 12 horas, Raices fue emitida por la cadena ABC desde enero de 1977 a septiembre de 1978, que se hace visible al gran público una historia crítica y plural de los Estados Unidos. Escrita por Alex Haley jr. La trama comienza en 1750, en la pequeña aldea mandinga de Juffure, en Gambia, con el nacimiento de Kunta Kinte (un nombre que hoy se puede encontrar detrás de productos como pueden ser unas naranjas), Es hijo de Omoro (Moses Gunn) y de Binta Kinte (Maya Angelou), y al cumplir los quince años se prepara para el gran ritual que marcará su paso a la edad adulta. Será un hombre libre hasta que a los 17 años es raptado. Entonces Kunta K (LeVar Burton) descubrirá a los blancos, concretamente al barco negrero del capitán David (Edward Assner), que le llevará a Norteamérica, donde comenzará una larga lucha por su libertad, y en muchos casos, no llegaron a someterse a su opresor blanco. La hija de Kunta será Kizzy (Cicely Tyson), que pagará como todas las esclavas por una violación de la cual nacerá su nieto, Gallo George, que vivirá durante 30 años en Gran Bretaña y volverá a su país cuando éste se prepara para la guerra civil…En Raíces trabajó toda una generación de actores afronorteamericanos, y prestaron su colaboración actores blancos de primera.
El impacto de
Raíces, motivó otras series, aparte de una segunda parte que empezaba en 1882,
y seguía el hilo de la historia hasta el presente. Menos conocida pero mucho
más rigurosa y descriptiva, La lucha contra la esclavitud, un docudrama que
combinaba el documental con la reconstrucción dramática y que se dio en la 2 de
TVE a principios de los ochenta. No obstante, solo unos años después, ya en
plena restauración conservadora, la serie creada por Mitchell Beazley TV y RM
Arts para el Chanel Four británico, Historia de África, dirigida por un
especialista tan comprometido contra el colonialismo como el africanista
británico Basil Davidson (1992), fue agriamente contestada en los «medias»
conservadores por sus «demagógicas» referencias al esclavismo.
El viento de los
diversos mayos del 68 que produjo el fenómeno del «orgullo negro» de comenzó a
cambiar de dirección durante hasta la restauración conservadora consagrada por
la presidencia de Reagan, un férreo adversario de los Derechos Civiles. No es abusivo pensar que en este ambiente de
ascenso reaccionario, que un posible equivalente de Raíces, en el cine no
llegará hasta Amistad. Su director decía que había realizado La lista de
Schlinder porque desde «sentido desde muy joven había sentido y vivido –el
«shoah»– como judío», y en respuesta al Reverendo Jackson se había mostrado
dispuesto a «contar diferentes historias que sirvan para destapar errores
históricos cometidos contra otras razas y culturas». La oportunidad se la
brindó la productora y actriz Debbie Allen –su trabajo más recordado fue como profesora de baile en
Fama (Alan Parker 1978)–, cuya determinación sería decisiva por realizar
una aproximación a la historia del barco
negrero español gracias al descubrimiento casi casual de dos volúmenes de
artículos titulados Amistad y Amistad 1,
escritos por historiadores y filósofos afronorteamericanos.
A continuación de estas lecturas, Debbie no llegaba a
comprender como era posible que jamás hubiera oído hablar del aquel incidente,
ni del líder rebelde Senghe Pieh, al que los españoles llamaban Cinqué. Así
ocurrió que, mientras que por un lado se «llenaba de orgullo y entusiasmo (por)
que hubiera ocurrido algo así», por otro, se sintió «robada y estafada porque
nunca me habían hablado de ello siendo estudiante». A lo largo de trece años
Debbie tanteó con su proyecto a directores como Jean-Jacques Annaud (La
victoria en Chantant) y Barry Levinson (Good Morning Vietnam), llevada por la
«fe», convencida de que estaba delante de «una historia verdadera, de un
momento de importancia histórica que el mundo debía conocer». Debbie veía la
historia «como un gigantesco tapiz en el que aparecían implicados todos
nuestros antecesores: africanos, abolicionistas, esclavistas, españoles,
cubanos, británicos…». En apoyo al proyecto la escritora (y «madre» de Kunta
Kinte en Raíces, aparte de directora de cine) Maya Angelou, escribió por su
parte: «Algunas historias son pequeñas, conciernen sólo a una familia. Otras
son largas, describen a una nación entera. La historia del «Amistad» es las dos
cosas a la vez. A mí, la crónica de Cinqué y su heroísmo me trajo luz en un
tiempo de gran oscuridad: mi infancia. Cuando un grupo de hombres blancos cogió
a un hombre negro y lo linchó en mi pequeña ciudad de Arkansas, escuché esta
historia de Cinqué, y recuerdo que recobré la esperanza».
A continuación de
una primera entrevista con Debbie, Spielberg aceptó inmediatamente un proyecto
«comprometido» justo a continuación de El mundo perdido como parte de un
intento de equilibrio que marca una filmografía en la que se incluye otro
esforzado canto a la «negritud», El color púrpura (1985), una adaptación de la
novela homónima de Alice Walker (editada por Plaza&Janés en 1987), y cuyo
eje son unas relaciones femeninas que se enfrenta a la opresión racista pero también
al machismo de sus hombres; en una de las escenas «más líricas» de la película,
la protagonista viaja a África como parte de su propio reconocimiento y
autoestimación. Al justificar su opción, Spielberg declaró que se sintió
«impresionado por las imágenes de los africanos que había plasmado en unos
bocetos un dibujante del tribunal. No se le veían las caras, sólo sus perfiles
silueteados. Pero observándoles de cerca, podía sentir quienes habían sido
aquellos hombres…basándome en un ángulo lateral de sus rostros».
De esta manera la
historia caía en manos de un director y productor «más importante del siglo»
(Djimon Hounsou) con posibilidades de «hacer cualquier cosa». Spielberg encargó el guión a David Franzoni
que había obtenido numerosos galardones por su trabajo en Citizen Cohn (1992)
una producción de Frank Pierson sobre un
judío ferozmente reaccionario, Cohn (James Woods) que trabajó voluntariamente
al servicio del senador fascista McCarthy. Spielberg dejó claro a Franzoni que
«era vital contar el drama desde la perspectiva de los africanos. Lo más
interesante que hay que tener en cuenta respecto a Cinqué es que no era un
esclavo ni nunca lo había sido». Con estos criterios, el director más
influyente de Hollywood ponía en marcha una producción lo suficiente seria y
ambiciosa sobre un tema «tabú» de manera que establece fílmicamente un antes y
un después en este ignominioso capítulo de nuestra historia.
Al margen de su
interés cinematográfico, es la primera vez que en la pantalla (y en una
producción “por todo lo alto”) que se evoca con detalles la historia de los
abolicionistas, de una “minoría profética” situada en el dominio de la moral y
de la solidaridad que realizan una tarea literalmente revolucionaria, y que a
los ojos de la mentalidad de la época vienen a ser unos verdaderos
“extremistas” sobre los que el cine tampoco ha prestado mucha atención.
Amistad es una
hermosa palabra castellana que en la historia de la trata de esclavos adquiere
una dolorosa resonancia irónica ya que la mayoría de ellos ostentaban nombres
dulces como el norteamericano “Esperanza”; un hábito que luego sería
reproducido con los bellos nombres de muchos campos de concentración. El
historiador cubano Moreno Fraginals cuenta que, hacia 1820, este barco español
embarcó en el África occidental a 733 cautivos de los que, después de una
travesía de 54 días, cuando llegó a La Habana únicamente vivían 188. Este resto
fue vendido bien por previo acuerdo en lote bien en una «venta pública» en la
que sus rasgos más potentes se valoraban como aspectos más o menos valiosos, y
a continuación eran enviados como esclavos a trabajar en las plantaciones. Allí
les esperaba una muerte rápida y muy poco piadosa. Los que se rebelaban o
escapaban» –los llamados «cimarrones»- eran perseguidos como fieras. Los
castigos eran terribles, pero uno habitual era el despellejamiento. Ninguna ley
prohibía asesinar a un esclavo; fueron innumerables los asesinados durante los
momentos de capturas, los arrojados por la borda, y los muertos a golpes o a
latigazos, eso cuando no agonizaban en una atmósfera tan irrespirable que hacía
que los barcos de negreros se olieran a kilómetros de distancia.
La película cuenta
una historia olvidada, pero cuya significación sobrepasa cualquier exageración.
Se trata de un momento excepcional en el desarrollo de la conciencia humana, el
momento en que, por una vez, un cargamento de esclavos logró imponerse a la
exigua tripulación, superar las dificultades de una navegación cuyos secretos
desconocían, de un océano que no podían reconocer, llegar a tierra, provocar
una auténtica crisis nacional en los Estados Unidos, escapar de las presiones
legales animadas desde la mismísima presidencia del país, y por una vez, los
que sobrevivieron, lograr la libertad, o sea volver a sus orígenes. Esta
extraordinaria y desconocida historia que tuvo lugar años después, entre 1839 y
1841 fue archivada durante décadas, lo que nos plantea una simple pregunta,
¿cuántas películas se habrían hecho de haber sido esta una hazaña protagonizada
por blancos? Ahora la trama era recuperada con dos objetivos: realzar la lucha
de los africanos por escapar de la esclavitud, pero ante todo, para exaltar la
democracia norteamericana convirtiendo en símbolo lo que, en definitiva, no fue
más una excepción fruto de, al menos cuatro factores:
a) la existencia de
una magnífica rebelión de los esclavos;
b) la existencia de
un importante movimiento abolicionista, sin cuya influencia los libertadores
del «Amistad» no habrían tenido ninguna oportunidad;
c) la existencia de
una separación de poderes que entonces pocos países tenían, y finalmente, la
decisión de un político liberal capaz de lo peor, pero también de lo mejor.
Su prólogo fue
fulgurante. En medio de una noche oscura y tormentosa, un negro cautivo
consigue dolorosamente deshacer sus cadenas, e inicia una rebelión que, por una
vez, concluye con la muerte de la mayoría de una tripulación de la que
sobreviven solo dos marinos españoles. En este tiempo, el porcentaje de
tentativas de este tipo venían a ser aproximadamente de una por cada diez
viajes y transcurrían por lo general a la hora de las comidas, cuando el
«cargamento» era congregado en cubierta. El caso del «Amistad» fue una de las
pocas excepciones, ya que normalmente las revueltas de esclavos eran sometidas sin
ninguna piedad, y fruto de una suma de casualidades que convirtieron el caso en
una auténtica excepción. De ahí que fuese tan fácil de olvidar, y que de alguna
manera llegará a los herederos actuales de los antiguos esclavos, tan
necesitados de revalorizar su propia historia.
En uno de los numerosos «flash-back» de la película. Se cuenta como su
protagonista, Cinqué, fue secuestrado en un poblado mendi, cerca de lo que hoy
conocemos como Sierra Leona. Se trata de un acto que tiene algo de
cotidianidad. Cinqué tiene una deuda impagada con unos vecinos, y promete
inútilmente pagares, pero será arrastrado hasta la costa donde será entregado a
un mercader de esclavos español. Cinqué se había convertido en una «persona
disponible», castigada de una de las formas utilizadas en el antigua tráfico de
esclavos realizada en África desde tiempos inmemoriales. Pero aunque el caso de
Cinqué fue bastante habitual, en su gran mayoría esclavos fueron secuestrados
en redadas como la que describe tras las cámaras Cornel Wilde en La presa
desnuda (The snaked Coat, USA, 1966)
La trayectoria de
Cinqué establece claramente la relación entre la trata de negros y las normas
esclavistas presentes en la sociedad africana, aspecto que durante el juicio es
remarcado por el abogado esclavista Holabird (Pete Postletwaite), quien
recuerda además que la esclavitud ha sido inherente a la historia de la
humanidad, un argumento también esgrimido por Calhoum durante una recepción al
embajador español Calderón, en la Casa Blanca. Lo cierto es que, hasta la
Ilustración, no existía una conciencia de que la esclavitud era un pecado, o un
crimen contra los otros, sino un negocio que se justifica bien por sí mismo,
bien añadiendo dos razones más, que siempre hubo esclavitud, y que los
africanos eran unos paganos salvajes.
Unas escenas muestran como Cinqué y los demás fueron trasladados a bordo
del barco portugués «Tecora» a La Habana para ser vendidos, y describe en una
corta escena el mercado de esclavos. Será en este barco donde tiene lugar
algunas de las escenas más terribles de la película, donde los esclavos son
vejados y maltratados por los marineros, y como son lanzados por la borda
simplemente porque no había comida, o más llanamente por el cerco de la Marina
británica, una escena que ocupa unos minutos del metraje de Los asesinos de
Kilimanjaro, (Killers of Kilimanjaro, USA-GB, 1959) y durante la cual el
«chico» (Robert Taylor) trata de «hacer algo» sin cambiar de expresión.
Amistad también
confiere un papel significativo a la Marina británica que en esta época estaba
comprometida contra dicho comercio aunque no siempre por motivos tan idealistas
como los mostrados por el teniente Charles Fitzgerald en un inserto de Amistad,
quien durante el juicio establece con claridad la «siniestra aritmética»
mediante la cual los barcos negreros bajaban su peso, En una secuencia retrospectiva
se veía como el enérgico teniente arremetía expeditivamente a cañonazos contra
el infame fuerte de Lomboko, cerca de la colonia británica de Sierra Leona
donde los esclavos eran retenidos en barracones infectos hasta que venían a
buscarlos. Este fuerte que disponía de potentes cañones para defenderse de los
competidores europeos, es destruido por un Charles Fitzgerald pletórico que
proclama que, efectivamente, como presumen los esclavistas, Lamboko no existe
aunque sea gracia a los bombardeos.
Sin embargo, toda
esta riqueza en los detalles fotografiados en tonos oscuros «goyescos» por el
fotógrafo de Schlinder’s list, Janusz Kaminski, no están al servicio de la
prometida «perspectiva de los africanos», sino que se estaciona, nada menos que
en tres procesos judiciales que, cinematográficamente, carecen de capacidad de
engarce con el resto de la historia que permanece sometida a las controversias
entre los abogados. Durante estos juicios, Cinqué y sus compañeros, aparecen
prácticamente como comparsas, y curiosamente, es únicamente en el momento en
que hablan que la película alcanza su mayor grado de autenticidad. Se trata de
una secuencia –ciertamente inolvidable-
en la que Cinqué, después de observar los presentes, proclama enseñando sus argollas, «!Libres
nosotros¡, !Libre nosotros¡». Tampoco adquieren vida los negros «libertos», ni
siquiera Theodore Joadson (Morgan Freeman más perdido que nunca) el único
personaje inventado de la trama, y el traductor encontrado gracias a la
brillante sugerencia de John Quincy Adams a Joadson para que trate de saber
«quienes son» los cautivos además de «lo que son”. «Son» cuando pueden hablar gracias a un
traductor que les presta la voz, y que además trata de explicarle a Cinqué la
historia de Jesús a través de las láminas de una edición del Nuevo Testamento
podía figurar perfectamente en una de las películas de «estampitas».
De hecho parece que
Spielberg se pierde, que no encuentra el nexo entre la historia, sus personajes
y el público, de manera que la película “funciona” como un ambicioso docudrama
para ilustrar una tesis sobre un acontecimiento histórico, para “plantear”
todas las cuestiones del debate, incluyendo apéndices sobre la destrucción de
Lumboko, la guerra civil norteamericana, y el incierto destino de Cinqué
liberado, pero las “tesis” acaban convirtiéndose en un auténtico lastre que
prolonga la película hasta conseguir el cansancio (incluso entre los
espectadores que podían estar interesado en dicho debate).
Como decíamos al
principio, Spielberg lleva la película a otro terreno. Hasta entonces, se da a
entender que el comercio de esclavos era un hecho infame llevado a cabo por
latinos despreciables como los españoles y los portugueses», si bien cuando
transcurre el episodio del «Amistad», y prácticamente no existía el comercio de
esclavos con Estados Unidos, si hubo barcos, capitanes y marineros
estadounidenses implicados en este comercio, por lo general en nombre de
comerciantes brasileños y cubanos.
El propio «Amistad»
había sido construido en Baltimore con el nombre de «Friendship» y vendido en
La Habana, como otros tantos otros barcos negreros. Es más, siendo este caso
parecido al que se cuenta en la película, la esclavitud siguió siendo
perfectamente legal durante varias décadas más, no obstante, confirma varias
cosas, primero la existencia de una actitud de revuelta entre los propios
esclavos, segundo, la existencia de un movimiento abolicionista, alimentado en
muchos casos por personas que antaño estuvieron implicadas en el comercio de
sus semejantes, y tercero, que aunque tenuemente, todavía brillaban las “luces”
que habían iluminado la revolución de 1776, sobre todo a través de la pasión de
los abolicionistas .
Se ha tratado un
tanto despectivamente entre nosotros, el enfoque con que Spielberg subraya la
nacionalidad española de los infames Montes y Ruiz, el carácter infantiloíde y
arbitrario de la reina Isabel II (Anna Paquin) en cuya monarquía Cinqué jamás
habría gozado de la cobertura legal facilitada por la joven democracia
norteamericana. Por no hablar del papel maquiavélico del «embajador» (en
realidad ministro) español, Ángel Calderón de la Barca (soberbio como siempre
Tomas Milian), cuya esposa según Hugh Thomas fue «la extraordinaria Fanny (…)
autora de uno de los mejores libros de viajes en el que relata la misión de
ella y su marido en México unos años después». Serán los «diplomáticos»
comentarios de Calderón con el decidido apoyo del frío y dogmático James
Calhoum (que por cierto, fue vicepresidente con John Quincy Adams) que adora
las leyes del mercado; o sea que las monarquías absolutistas y los «demócratas»
racistas se entendían a la perfección.
Era la «conciencia
mercantil sobre todas las posibles «consecuencias» del fallo favorable a los
esclavos, lo que moverá al presidente Van Buren (Nigel Hawthorne) a recurrir al
Tribunal Supremo, y a crear una nueva dificultad a la libertad. Pero aún sin
negar la voluntad «patriota» de Steven Spielberg orientada claramente a
«blanquear» la bondad de la justicia norteamericana, resulta bastante difícil
negar una diferencia derivada tanto de los márgenes de una acción legal
mínimamente democrática como de la existencia creciente de un movimiento
abolicionista, inexistente entre nosotros más allá de alguna toma de posición
personal honrosa, como por ejemplo la de Blanco White.
Empero -detalles
históricos aparte-, es evidente que las proclamas de Adams en el segundo
juicio, viene a ser como la aplicación de la filosofía democrática
revolucionaria de 1776 al caso. Adams declara su (nuestra) admiración por el
verdadero héroe de la función John Quincy Adam, Cinqué, un personaje
soberbiamente interpretado por Djimou Hounsou que antes de modelo había sido un
«sin papeles» en París, y al que
recientemente hemos podido volver a ver en Gladiator.
Adams subraya que
éste debería caer por el peso de las medallas, sobre el que se escribirían
libros de historias y cuya hazaña deberíamos contar a nuestros hijos. Sin
embargo, nadie lo hizo, nadie se acordó de él hasta que Debbie Allen lo
descubrió en unos voluminosos libros de historia desconocidos incluso en las
Universidades, y a la que, con todos los defectos que se quieran, Spielberg ha
hecho una contribución imborrable desde el momento en que ha convertido en una
verdad que ya no se puede ocultar; lo que no es poca cosa para tratarse de una
película tan irregular. Evidentemente,
esta es una valoración más sociológica que cinematográfica, pero
incuestionable. Spielberg ha planteado y popularizado una cuestión que necesitaba
a gritos una visualización.
Spielberg
realizó una película que se ajusta como
un «anillo al dedo» para las escuelas o para un cine-forum. Para recuperarla en
discusiones en las que la trama puede perfectamente seguir de guía.
Como obra ha sido
maltratada por la crítica que no ha tenido por lo general piedad. Este es el
caso, por citar un ejemplo ilustre, de Ángel Fernández Santos (El País,
8-3-98). En su reseña remarca que mientras que cuando se ocupa del Holocausto
judío, Spielberg tuvo «la osadía de dar forma a lo informe y de representar lo
irrepresentable, vertebrando el relato del inabarcable crimen genocida nazi
mediante un sencillo, pero sagaz y eficacísimo, esquema de puro melodrama», y
salió airoso. Pero en este caso, ni «la fuerza metafórica de aquel suceso -del
motín en el «Amistad»-, ni las bonitas composiciones con sabor pictórico del
fotógrafo polaco Kaminski (…), ni un reparto encabezado por gente de la talla
de Morgan Freeman y Anthony Hopkins, ni la esmerada producción, nada redime a
Spielberg de su incapacidad para encontrar para este aterrador asunto un
enfoque formal con fuerza de enganche, que atrape y conmueva». Y si bien
encuentra a veces «destellos vigorosos», el conjunto del relato le parece
«endeble y tristón, epidérmico y carente de ritmo», de manera que «convierte el
espantoso genocidio esclavista en un álbum de colegial».
Quizás harto de los
dinosaurios. Spielberg regresaba a los comprometidos territorios que ya
ocuparon el grueso de su genio en La lista de Schindler. El objetivo vuelve a
ser el mismo: acoplar un argumento mayor (esta vez la esclavitud) al patrón de
un género del que él se reconoce heredero y maestro. De hecho, la historia del
holocausto respira inmensa en el esquema desaforado del mejor melodrama. Ahora,
el relato de un motín de esclavos se eleva como modelo para hurgar en las
miserias cotidianas de un sustantivo abstracto: la injusticia. Todo ello,
siguiendo la más asolerada tradición de dramas judiciales. Los problemas surgen
cuando la esmerada puesta en escena se pone al servicio de un desarrollo
dramático inerte. El intento de rescatar la tragedia de la esclavitud desde el
punto de vista de los blancos se descubre al final tan arriesgado como
retórico. Discute el blanco, sufre el negro» reducido al papel de testigo de su
propio sufrimiento.
(*) No he
encnntrado manera de colocar el cartel de «Raices» o «Amistad». De todas
maneras, «La esclava libre» quizás sea la más representativa de las películas
clásicas de Hollywood sobre el esclavismo
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