BANANA REPUBLIC OF USA
DAVID TORRES
Trump prometió hacer América grande otra vez sin caer en la cuenta de que el tamaño no indica necesariamente fortaleza, ni magnificencia, ni dignidad, sino que se puede ser muy grande y muy torpe a la vez, muy gordo y muy flojo, más o menos como Donald Trump o como el sistema sanitario de Estados Unidos. Por sí solos, ambos elementos dan bastante pena pero juntos han formado una combinación letal de estupidez e incompetencia, con el presidente clamando a luchar contra el virus chino, desautorizando a los médicos en público o recomendando a sus ciudadanos que tomaran desinfectante o se inyectaran lejía en vena.
Tras una gestión de
la pandemia que oscila entre el disparate y la catástrofe, parecía que Trump
estaba abocado a perder las elecciones por una mayoría aplastante, aunque nunca
hay que subestimar el peculiar gusto del pueblo estadounidense por llevar la
contraria a las encuestas. Al igual que cuatro años atrás, cuando se presentaba
contra Clinton, prácticamente nadie daba un duro por el mamarracho que actualmente
ocupa la Casa Blanca, pero el mamarracho (arropado por un formidable equipo de
troleros, savonarolas y fabricantes de paparruchas) debe saber muchas cosas que
desconocen los politólogos, los intelectuales, los universitarios, los expertos
en campaña y los periodistas veteranos de la CNN y del New York Times. De otro
modo, no se explica que a estas alturas la pelea por la presidencia entre Trump
y Biden siga pendiente del voto por correo y de una apretada pugna en los
estados de Arizona, Nevada y Georgia.
Puestos a hacer las
cosas a lo grande, como le gusta a Trump, nadie gana a los estadounidenses, que
lo mismo compran Alaska, que montan la Superbowl, que los Playoffs de la NBA,
que una superproducción de Hollywood, que el circo de tres pistas de las
elecciones presidenciales. Ha pasado más de un día desde que se cerraron los
colegios electorales y puede que pasen varios más antes de que se conozcan los
resultados definitivos, pero Trump dio por buenos los primeros escrutinios, que
le daban cierta ventaja, y dijo a gritos que no merecía la pena seguir contando
votos. Se proclamó vencedor a sí mismo desde la noche del miércoles, en
realidad desde semanas atrás, como si esto fuese una de esas pantomimas de
lucha libre en las que participó en otro tiempo y no un combate de boxeo que va
a decidirse a los puntos. No es que no sepa perder: es que no sabe ni ganar, el
tío.
En la nación más
mecanizada del planeta, capaz de enviar una sonda más allá de Plutón, de
insertar un microchip en el cerebro o de arrasar una aldea a dos mil kilómetros
mediante un dron, todavía se usa la tecnología del dedo y la estampilla a la
hora del recuento de votos. Parece mentira el trabajo que les lleva contar
cuatro papeletas.Si la gente normal pierde la paciencia, no digamos Trump, que
es un bebé hipertrofiado con acceso al botón nuclear. En los mensajes de
twitter con los que ha ido caldeando el recuento hora a hora, está claro que no
va a aceptar perder de ninguna manera: exige que paren de contar votos y habla
de fraudes y serpientes del mismo modo que el año pasado por estas mismas
fechas calificó el impeachment contra su mandato de "golpe de
estado". En su cuenta personal se llama a sí mismo
"realDonaldTrump", para diferenciarse de parodias e imitadores, aunque
ninguno de ellos alcance siquiera a rozar el grado de demencia abismal que le
arrebata cuando se pone a teclear caracteres. En caso de perder la Casa Blanca,
siempre le quedará el consuelo de proclamarse presidente vitalicio de Twitter.
La democracia de última
generación consiste en declararse vencedor sin necesidad de enojosos trámites
legales, como Napoleón se autoproclamó emperador en 1807 o Guaidó presidente de
Venezuela el año pasado. Por lo demás, el circo romano de las elecciones
estadounidenses resulta tan complejo y grotesco que este año se ha dado el caso
de que en Dakota del Norte ganó un candidato que llevaba muerto varias semanas,
una anomalía que trae de cabeza a los expertos, ya que hay papeletas por correo
que pueden enviarse 40 días antes de que se abran los colegios electorales.
Quizá por eso Trump haya preferido adelantarse a los acontecimientos,
levantando su propio brazo en señal de victoria antes de que lo sentencien
difunto. Sin embargo, que un político gane unos comicios después de muerto
parece sacado de una novela de García Márquez o de una de esas repúblicas
bananeras en las que, como dijo el maestro Alvite, la Constitución es la receta
de la piña colada. Una última encuesta asegura que el 48% de los votantes cree
que el covid está bajo control en el territorio estadounidense: el 52% retante
piensa que es Donald Trump el que sigue descontrolado. Lo que está asegurado es
el espectáculo: gane quien gane y hoy por hoy Estados Unidos es la república
bananera más grande del planeta
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