miércoles, 4 de septiembre de 2024

EL ASCENSO DE LA ULTRADERECHA EN ALEMANIA (Y EN ESPAÑA)

 

EL ASCENSO DE LA ULTRADERECHA EN

 ALEMANIA (Y EN ESPAÑA)

DIARIO RED

 

Björn Höcke, líder de AfD en Turingia —Michael

Kremer / Zuma Press / ContactoPhoto

Es evidente que, por la vía de asumir una y otra vez las posiciones reaccionarias, lo que ha hecho Scholz —lejos de desactivarlas— es legitimarlas

Este domingo, han tenido lugar las elecciones regionales en los Länder de Turingia y Sajonia, y —tal como pronosticaban las encuestas— el ascenso de la ultraderecha de Alternative für Deutschland (AfD) ha sido espectacularganando las elecciones en el primero de ellos con un 33% del voto y quedándose en segundo lugar —apenas a unas décimas de la CDU— en el Land de Sajonia, con un 31%. Aunque estos dos territorios representan menos del 10% de la población de la República Federal de Alemania, el movimiento en el tablero político a causa de los resultados está siendo tectónico. Como es lógico, no solamente dentro de las fronteras de Alemania sino también en el conjunto del planeta, asistir a la primera victoria de un partido de extrema derecha en unas elecciones regionales desde el nazismo produce escalofríos que bajan por el centro de la espalda. Que un tipo como Björn Höcke, que ha sido condenado dos veces por utilizar el lema “Alles für Deutschland” (todo por Alemania) de las Sturmabtailung (SA) —las violentas milicias paramilitares del partido nazi, conocidas como “camisas pardas”—, haya sido el candidato más votado en un Land del país que, dirigido por Adolf Hitler, asesinó a más de 11 millones de personas en el Holocausto es algo que sin duda debe preocupar no solamente a cualquier persona de izquierdas, ni siquiera a cualquier demócrata, sino simplemente a todo aquel que rechace el odio y la violencia supremacista.

Como es natural, estos resultados en Turingia y Sajonia han lanzado a la mayoría de los analistas políticos una espiral que transita neuróticamente entre el horror, la incredulidad y la búsqueda de explicaciones. ¿Cómo puede ser que algo así haya ocurrido?, es la pregunta más repetida en los editoriales, las piezas de análisis, las tertulias y los telediarios. Y aunque, en la mayoría de las ocasiones, la pregunta se deja sin contestar o se arrojan ante ella respuestas tentativas o ambiguas, en realidad no es tan difícil explicar qué es lo que ha pasado.

El trayecto que lleva a los fascismos al poder es bien conocido y es siempre muy similar. Normalmente, se requiere la presencia de algún tipo de crisis económica en la que los poderes oligárquicos están muy interesados en lanzar a la clase trabajadora contra un enemigo equivocado para que así la mayoría social no señale a las grandes fortunas y a los ejecutivos de las grandes corporaciones como los verdaderos causantes de sus males. De esta manera, la mayor parte de los medios de comunicación en poder de la oligarquía, empiezan a emitir mensajes criminalizando a las clases más subalternas del país: los pobres, los ‘okupas’, los inmigrantes. El esquema es sencillo: si la culpa de tus problemas la tiene tu vecino senegalés, entonces no la tiene el presidente del Deutsche Bank. Así, a través del enorme poder de los cañones mediáticos mayoritarios, se va sembrando poco a poco un odio que, tarde o temprano, es cosechado políticamente.

El esquema es sencillo: si la culpa de tus problemas la tiene tu vecino senegalés, entonces no la tiene el presidente del Deutsche Bank

Pero no solamente esta operativa produce el florecimiento electoral de las fuerzas de la ultraderecha; además, sirve como un eficaz mecanismo de disciplinamiento de las fuerzas que son nominalmente progresistas pero que tienen una columna vertebral ideológica y ética lo suficientemente débil como para sucumbir a la presión mediática y aceptar una buena parte de los planteamientos de los que supuestamente deberían ser sus adversarios. De esta forma, el gobierno de Olaf Scholz —formado por el SPD (los “socialistas”), los “verdes” y los “liberales” (algo así como el equivalente del extinto Ciudadanos en España)— ha adoptado en los últimos años planteamientos y políticas del campo político de la derecha y la extrema derecha. El “gobierno semáforo” —como se lo denomina a veces, por incluir el rojo, el verde y el amarillo— ha sobresalido en Europa por ser el que más contundentemente ha apoyado a Israel en su genocidio en la Franja de Gaza o el que de forma más decidida ha asumido el régimen de guerra derivado de la invasión rusa de Ucrania así como el aumento desaforado del gasto armamentístico. Si a esto añadimos que el ala “liberal” del gobierno ha conseguido imponer algunos recortes sociales o la mano dura y el racismo institucional contra la inmigración ilegal que ha adoptado el ejecutivo como respuesta al martilleo mediático, es evidente que, por la vía de asumir una y otra vez las posiciones reaccionarias, lo que ha hecho Scholz —lejos de desactivarlas— es legitimarlas. Hay que ser muy inocente para pensar que la adopción de ideas de derechas y de ultraderecha por parte de partidos nominalmente progresistas va a provocar un descalabro de las opciones reaccionarias mediante un trasvase de votos de aquellas al lado izquierdo del tablero. Lo que ocurre, como acabamos de ver en Alemania y como es lógico, es que la derrota ideológica —la renuncia a dar la batalla cultural— precede a la derrota electoral. Cuando los partidos nominalmente progresistas, cediendo a la presión mediática, deciden asumir las ideas de sus adversarios, el mensaje que están transmitiendo a sus votantes y al conjunto de la ciudadanía es que lo que siempre habían defendido era un error y que los que tienen razón son los otros.

Lo que ocurre, como acabamos de ver en Alemania y como es lógico, es que la derrota ideológica —la renuncia a dar la batalla cultural— precede a la derrota electoral

Lamentablemente, el progresismo —y no solamente el progresismo, también muchas veces la izquierda— suelen caer de forma repetida en esta trampa. Eso es lo que ocurrió con el gobierno de Alberto Fernández en Argentina y la posterior victoria de Milei, eso es lo que está intentando hacer —ya veremos con qué nivel de éxito— Kamala Harris cuando redobla su apoyo a Israel, rechaza prohibir el ‘fracking’, anuncia mano dura contra la inmigración o dice que está dispuesta a meter a un republicano en su futuro gabinete, eso es lo que le puede pasar a la izquierda chilena si continúa la deriva del gobierno de Gabriel Boric y eso es también lo que puede ocurrir en España si el gobierno de PSOE y Sumar no abandonan una trayectoria que, en apenas un año, ya incluye un aumento histórico del gasto en armamento, no hacer nada para frenar el genocidio en Gaza, intentar introducir un recorte a las pensiones de los mayores de 52 por la puerta de atrás en un Real Decreto-ley, entregar el poder judicial a la derecha e incluso —como ha hecho Pedro Sánchez en los últimos días— mostrarse a favor de deportar a cualquier persona que haya entrado en España de forma irregular. Si alguien está pensando que plantear permanentemente este tipo de cosas que perfectamente podrían defender Feijóo o Abascal sirve para transferir votantes de derechas al lado progresista del tablero en vez de aumentar las perspectivas electorales de los reaccionarios y meterlos poco a poco en la Moncloa, es que no ha entendido nada. Como dice el refranero español, cuando veas las barbas de Alemania pelar, pon las tuyas a remojar.

 

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