AHORA SÍ PREVARICAN
DIARIO RED
Con el anuncio de su querella contra el juez Peinado, Pedro Sánchez reconoce explícitamente la posibilidad de que en España existan jueces corruptos que practican la prevaricación por motivos políticos
Vamos a dejar de lado por un momento lo que hizo el PSOE cuando las cloacas de Interior del PP fabricaron basura falsa sobre Pablo Iglesias y Podemos y la mayoría de los medios —desde OKdiario hasta La Sexta, pasando por la Cadena SER— le dieron veracidad y la difundieron ampliamente (spoiler: a veces nada, a veces aprovecharse de ello). Vamos a omitir también el análisis sobre lo que hicieron el PSOE y Pedro Sánchez cuando una turba de ultraderechistas violentos acosaron durante casi un año a la familia de un vicepresidente y una ministra incluyendo a sus niños pequeños (spoiler: permitirlo). Dejaremos asimismo para otra ocasión la ofensiva judicial reaccionaria contra la Ley Solo sí es sí y el acuerdo parlamentario al que llegó el PSOE con el PP para darle la razón a los que estaban rebajando la pena a violadores y machacar a Irene Montero.
No hablaremos tampoco sobre la práctica antidemocrática de infiltrar
policías en los movimientos sociales o la guerra judicial contra activistas de
izquierdas como los seis de Zaragoza o las seis de la Suiza. Hoy
solamente nos vamos a centrar en aquellos casos que, salvando las distancias,
tienen un esquema similar al ‘caso Begoña’, y lo haremos centrándonos en un
único partido —por cuestiones de espacio— pero no sin antes recordar que la
misma operativa de lawfare ha sido abundantemente utilizada contra el
independentismo catalán o también contra otras líderes políticas de izquierdas
como Mónica Oltra.
Empecemos,
por ejemplo, por el caso de la retirada ilegal del acta al diputado —entonces
de Podemos—, Alberto Rodríguez, por parte de una colaboración presuntamente
prevaricadora entre Manuel Marchena y la presidenta del Congreso, Meritxell
Batet. Aunque hay pocas cosas más
sagradas en democracia que un acta parlamentaria obtenida mediante el voto
directo de la ciudadanía en las urnas, nada hizo entonces ni el PSOE ni Pedro
Sánchez por evitar aquel pequeño golpe blando. Es más, como decimos, lo
acompañó. Y eso sin ni siquiera mencionar que todo el asunto provenía de una
condena por agresión a la policía que se produjo sin ninguna prueba material de
que eso jamás hubiese ocurrido. En el caso de Alberto Rodríguez, ni el PSOE ni
Pedro Sánchez vieron —o más bien no quisieron ver— prevaricación alguna.
Tampoco
la vieron cuando el juez Celso Rodríguez Padrón, al frente del Tribunal
Superior de Justicia de Madrid, condenó a Isabel Serra —de nuevo por supuestamente atacar a la policía, de nuevo sin
absolutamente ninguna prueba material que sustente la comisión del delito— y
decidió inhabilitarla por 19 meses simplemente por haber asistido a una
concentración que pretendía parar el desahucio de una familia vulnerable y —por
supuesto— por ser de Podemos. No vimos entonces a ningún cargo del PSOE
criticar a Rodríguez Padrón ni hablar de lawfare. Por aquella época, cuando
todavía no iban a por ellos, lo mejor que podíamos esperar de una respuesta del
PSOE a los periodistas por un tema como este era el típico “hay que
respetar las actuaciones judiciales”. Todas las actuaciones. Sean como sean.
Porque sí. Porque no hay jueces corruptos y la prevaricación no existe.
“Hay que respetar las
actuaciones judiciales”. Todas las actuaciones. Sean como sean. Porque sí.
Porque no hay jueces corruptos y la prevaricación no existe
Un caso
todavía más parecido a lo que está haciendo en estos momentos el juez Peinado
fue el así llamado ‘caso Neurona’. Una
larguísima y muy probablemente ilegal expedición de pesca —investigación
prospectiva, la llaman en el argot— basada en rumores ridículos y según la cual
el magistrado Juan José Escalonilla fue arrojando sucesivamente contra Podemos
y varios de sus dirigentes una ristra de acusaciones psicodélicas —la caja B,
la niñera, la sede, los sobresueldos, la consultora Neurona—, todas y cada una
de las cuales quedaron en nada pero sirvieron para llenar de basura difamatoria
horas y horas de telediarios y tertulias. Nadie del PSOE y por supuesto tampoco
Pedro Sánchez dijeron absolutamente nada acerca de uno de los ejemplos más
evidentes de lawfare en España. Como lo que hacía Escalonilla producía el
desgaste político de uno de sus adversarios y no les afectaba a ellos, “hay que
respetar las actuaciones judiciales”. En esa época, para el PSOE y para Pedro
Sánchez, todos los jueces de nuestro país eran intachables seres de luz.
Por
último y por no aumentar en exceso la longitud de este editorial, recordemos el
caso que más se parece a lo que está haciendo el juez Peinado, en tanto que
también afectó a un miembro del Gobierno de España —en este caso, al
vicepresidente Pablo Iglesias— y, por lo tanto, habría estado igual de
justificado que ahora que la Abogacía del Estado hubiera tomado cartas en el
asunto. Estamos hablando, por supuesto, de la extensa operativa de
lawfare que el juez García Castellón desplegó contra Iglesias, convirtiendo
de forma espuria un caso que se inició a consecuencia del robo por parte de las
cloacas de un terminal móvil propiedad de Dina Bousselham para robar
información a Podemos —y luego publicarla en los medios cómplices— en un caso
completamente distinto en el que García Castellón trabajó muy duro para
intentar manchar la reputación del entonces vicepresidente, proporcionó de
nuevo toneladas de material difamatorio para las televisiones y las radios y
buscó sin éxito su imputación por parte del Tribunal Supremo. ¿Entendió en
aquel momento el gobierno que, al encontrarnos ante un ataque de lawfare contra
un destacado miembro del ejecutivo, era necesario movilizar a los efectivos de
la Abogacía del Estado para defender a la institución? Ya conocen ustedes la
respuesta: no.
Ahora, con el anuncio de su querella
contra el juez Peinado, Pedro Sánchez reconoce
explícitamente la posibilidad de que en España existan jueces corruptos que
practican la prevaricación por motivos políticos. Lo que ocurre es que lo
hace solamente cuando le ha tocado a él sufrir en primera persona las
consecuencias y después de haber mirado para otro lado (en el mejor de los
casos) cuando se hacía lawfare contra Podemos —y otros— durante toda una década
o incluso haberse aprovechado de ello. De esta manera, queda
completamente claro que su movimiento nada tiene que ver con la protección de
la democracia sino con su propia protección personal. Además, por
mucho que Sánchez actúe ahora contra un juez concreto, con su pacto con el PP
para repartirse el CGPJ y reformar su funcionamiento en la dirección de los
postulados de la derecha, queda claro también que no está dispuesto a tocar
nada estructural en el ámbito de la justicia más allá de la defensa coyuntural
de su reputación y de la de su señora. Nunca es tarde si la dicha es buena,
dice el refranero español. Lo que ocurre es que, en este caso, no parece que
haya mucha dicha para los demócratas en la respuesta del presidente y del PSOE
ante los jueces reaccionarios.
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