lunes, 2 de septiembre de 2024

EN DEFENSA DE LAS REDES SOCIALES

 

EN DEFENSA DE LAS REDES SOCIALES

DIARIO RED

Son lógicas las dudas en la izquierda sobre las redes, pero esas dudas no deberían conducir a regalar la victoria a los que quieren destruir la paz, los derechos sociales y la convivencia

En una misma semana, Pavel Durov, fundador y CEO de Telegram, era detenido en París y la justicia brasileña prohibía X en el país latinoamericano. Aunque los dos casos presentan muchas diferencias entre sí, los movimientos son de la suficiente entidad como para que se haya planteado un intenso debate sobre los límites y los problemas en torno a la utilización de las redes sociales.

En el caso de Durov y de Telegram, las autoridades judiciales francesas lo acusan de complicidad con los criminales que utilizan su plataforma para distribuir contenido pedófilo o para cometer otro tipo de graves delitos, así como por su supuesta negativa a comunicarse con dichas autoridades. Durov es un excéntrico multimillonario ruso-francés que decidió crear Telegram después de vender VK —una especie de Facebook ruso— al negarse a entregar los datos de sus usuarios al Kremlin. Esta negativa, que Durov ha mantenido al frente de Telegram, sumada a la utilización de la aplicación de mensajería por parte de la disidencia política en países como Rusia, China o Irán, le ha granjeado una reputación internacional como defensor de la libertad de expresión y de las comunicaciones. Sin embargo, sería muy inocente pensar que el magnate —con una fortuna estimada de más de 15.000 millones de dólares—, que presume de tener más de 100 hijos mediante la donación de esperma y que dedica sus propias redes sociales a mostrar su torso desnudo y musculado, es un héroe del pueblo y de las libertades.

En el caso de Musk y X, el juez Alexandre de Moraes ha dictado la orden de cierre de las operaciones de la red social norteamericana después de que la empresa rechazada nombrar un representante legal en Brasil como exigen las leyes del país. La orden forma parte de una investigación por la difusión de bulos relacionados con el asalto bolsonarista a las principales instituciones del país por parte de una turba de extrema derecha en enero de 2023. Entonces, el juez ordenó la suspensión de unas 200 cuentas implicadas en el intento de golpe de estado y Musk se negó a ello. A diferencia de Durov, que se ha limitado a decir que Telegram cumple la normativa europea, Musk ha arremetido duramente contra de Moraes —a quien ha amenazado con desvelar “una larga lista de crímenes” supuestamente cometidos por el magistrado— y también contra el presidente Lula Da Silva, a quien ha llamado “perrito faldero” aunque el juez tenga una orientación conservadora y fuera nombrado bajo el mandato de Temer. En el caso de Musk, además, nadie duda de que sus intereses no tienen nada que ver con la libertad de expresión sino que pretende utilizar X para avanzar la agenda política de la extrema derecha a nivel global. Después de la difusión por su parte de bulos racistas y mensajes de odio para instigar las cacerías neonazis en el Reino Unido, después de su apoyo cerrado a personajes como Trump o Milei, después de apoyar sin matices a la extrema derecha golpista en Venezuela y después de haber afirmado explícitamente que “vamos a dar un golpe donde nos dé la gana” tras el golpe de Estado en Bolivia, los únicos que piensan que Musk es un héroe son los militantes ultraderechistas que se colocan en el 10 de la escala ideológica del CIS.

Sería faltar a la verdad negar los numerosos problemas y debates abiertos en torno a las redes sociales desde un punto de vista democrático y de izquierdas

Así las cosas, sería faltar a la verdad negar los numerosos problemas y debates abiertos en torno a las redes sociales desde un punto de vista democrático y de izquierdas. Es obvio que hay que encontrar un punto intermedio entre la libertad absoluta de utilización de estas herramientas —incluyendo la comisión de delitos de forma anónima— y la violación de la privacidad de sus usuarios por motivos políticos. Para cualquier ciudadano que cumple con la legalidad, resulta evidente que hay que permitir el acceso a la policía y a los jueces a los datos de estas plataformas cuando se están utilizando para el narcotráfico o para la pedofilia. La dificultad en este punto estriba en que la legalidad y la operativa de las fuerzas de seguridad en determinados países no solamente sirve para perseguir a delincuentes comunes o a terroristas, sino también a los adversarios políticos de la élite dominante. Si bien parece claro que Telegram debería entregar los datos de usuarios que estén cometiendo delitos de tráfico de armas a la policía española, no podemos olvidar que hace pocos años el ministerio del Interior puso a los agentes a espiar ilegalmente a Podemos o a los partidos independentistas catalanes. Garantizar lo primero mientras se evita lo segundo y hacerlo al mismo tiempo en todos los países y con todos los gobiernos no parece desde luego un asunto sencillo. De la misma manera, aunque resulta evidente que X debería suspender a las cuentas que participen del intento de golpes de Estado —como los que intentaron Trump o Bolsonaro; ambos por cierto amigos de Musk— o las cuentas que propaguen bulos y odio para instigar a la violencia, habría que ser muy inocente para no darse cuenta de que la definición de todas estas cosas —golpe de Estado, bulo, instigación al odio— puede ser utilizada para perseguir a la disidencia política y para atacar a la democracia si proviene de un gobierno de extrema derecha (o incluso de derechas). Por último, no es menos complejo el hecho de que estas potentes herramientas de comunicación estén todas ellas en manos de multimillonarios, algunos de los cuales presentan comportamientos abiertamente sociopáticos. Ninguna persona de izquierdas puede estar tranquila ante ello.

No es menos complejo el hecho de que estas potentes herramientas de comunicación estén todas ellas en manos de multimillonarios, algunos de los cuales presentan comportamientos abiertamente sociopáticos

Es evidente que todos estos debates que afectan al ejercicio de las libertades civiles y políticas, a la protección de la privacidad y de la democracia, pero que también pueden implicar la comisión de delitos graves son debates que han de ser tenidos con la voluntad de encontrar soluciones operativas que beneficien a la gente trabajadora de los diferentes países del mundo. Es evidente también que el hecho de que algo tan poderoso como Telegram, X o Facebook esté en manos de ultracapitalistas orientados al máximo beneficio —o peor aún, a garantizar la continuidad política del ultracapitalismo— es algo preocupante para cualquier demócrata y posiblemente habría que estudiar la creación de algún tipo de red social bajo control público.

Sin embargo, no compartimos el planteamiento de aquellos que llevan a cabo una enmienda a la totalidad de las redes sociales o se quedan cerca de ella. Aunque, claramente, un espacio que empezó siendo intrínsecamente progresista hace una década y media, en los últimos años ha sufrido una deriva reaccionaria en su conjunto, no nos parece que esto sea una razón para tirar la toalla sino todo lo contrario. Si las redes sociales se han convertido en un espacio de conflicto es precisamente porque son importantes políticamente. Si la extrema derecha está poniendo tanto esfuerzo en ellas es precisamente porque son importantes para sus fines. Por ello, lo que tiene que hacer cualquier persona que milite en la izquierda, en la democracia y en los derechos humanos es dar la batalla en esos espacios para que los reaccionarios no se queden con todo. Son lógicas las dudas que surgen en la izquierda respecto de la utilización de las redes sociales, pero esas dudas no deberían conducir a regalar la victoria a los que quieren destruir la paz, los derechos sociales y la convivencia. Y, en todo caso, si el lector o lectora de este editorial todavía duda, nos permitimos señalarle el hecho de que —diariamente y con gran intensidad— tanto Ana Rosa Quintana como Antonio García Ferreras intentan criminalizar a los usuarios de las redes sociales desde sus programas de televisión. Si esto no despeja la duda, al menos debería dar alguna pista.

 

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