EL FÚTBOL, ESA
PASIÓN
Vinicius y Florentino Pérez en el
Palco del Real Madrid.
Imagen de la cuenta del Real Madrid
en X.
Puedes
ser la persona más brillante y habilidosa del mundo, la más competente, la más
trabajadora y resolutiva. Bien, pues siempre habrá alguien enfrente dispuesto a
romperte las piernas. Eso es el fútbol, o en eso han convertido el fútbol, y
quizás por eso este espectáculo al que muchos se empeñan aún en llamar deporte
tenga tanto éxito, quizás por eso giren en torno a él tantos intereses y se
mueva tanto dinero.
En la vida puedes cambiar de todo menos de pasión, decía un personaje de la película "El secreto de tus ojos" como clave para buscar, y finalmente encontrar en la cancha de su equipo favorito, al asesino que buscaban. Pasión. Igual hubo un momento en que el fútbol fue solo pasión y sentimiento, pero aquello ya es historia. ¿Por qué quienes presiden un club de fútbol suelen andar por lo general metidos en turbios enredos económicos? ¿Por qué esta actividad posee la capacidad de atraer a tanto personaje siniestro? ¿Por qué los términos fútbol y corrupción andan emparentados en tantísimas ocasiones?
Ser
hincha del club de tu ciudad exige al aficionado medio realizar un ejercicio de
abstracción. Has de defender al equipo de tus amores a pesar del constructor de
turno que lo preside, cuando no del representante de un país al que le sobra el
dinero y ha elegido el fútbol como vehículo de proyección internacional. Pagas
el abono tapándote la nariz y acudes al campo intentando no mirar al palco para
evitar contaminarte. Pero no dejas de ir, ni de celebrar las victorias, ni de
entristecerte cuando pierde. Es tu pasión. ¿Lo es también de quienes se sirven
del palco presidencial para la conspiración y el tráfico de influencias?
Luego
tenemos el fenómeno de los hinchas ultras ¿Cómo es posible que se haya
alentado, y financiado, la proliferación de este fenómeno? Los biris sevillistas,
los boixos nois culés, los ultrasur madridistas...
Y tantos y tantos otros, que a veces hasta se pegan antes de los partidos, como
aquel caso de infausto recuerdo entre miembros del Frente Atlético
y del Riazor Blues que acabó con la muerte de uno de estos
últimos, tras ser arrojado al río Manzanares. ¿A quién beneficia que en el
fútbol se aliente la xenofobia y el racismo, cómo es posible que estemos
tardando tanto en poner en marcha una legislación que acabe con todo esto?
Por
no hablar de esos dos jóvenes apellidados Rodri y Morata, a
quienes no se les ocurrió nada mejor, tras ganar la Copa de Europa, que ponerse
a reivindicar Gibraltar durante la celebración de la victoria. Qué manera de
perder el norte, que inconsciencia, ¡qué descerebre! Aunque he de confesarles
que desde aquel día ando preguntándome hasta dónde este tipo de desafueros
andan instalados no solo entre los jugadores de la selección española sino
entre buena parte de las gentes de su generación.
La
homofobia y el machismo, tan comunes también en esa atmósfera, no hacen más que
redondear la faena en esta estridente caja de bombas. Casos como el Dani
Alves o Rafa Mir (presunto este último) reflejan la sensación de
impunidad con la que según qué jugadores famosos se mueven por el mundo. Luego
está la Liga de Fútbol Profesional, presidida por un señor con acreditadas
filias ultras o la Federación, que cuenta con dos presidentes empurados después
de los lamentables episodios ocurridos tras la victoria de la selección
femenina en el mundial de Sidney... Como todo el mundo habla de Florentino
y de su capacidad para mover hilos judiciales, periodísticos y políticos desde
el palco del Bernabéu, me limitaré a citarlo para evitar redundancias en este
asunto. Pero es grave. Porque no se trata solo del presidente madridista, o de Rubiales,
Tebas y algunos responsables arbitrales "presuntamente" a
sueldo de según que equipos. Hay bastantes más.
¿Y
qué me dicen ustedes de la información deportiva? Si en el mundo de la política
el periodismo está cada día más contaminado, en el del fútbol la prostitución
es ya explícita. No se tapan siquiera un poquito. No les da ninguna vergüenza
ir a saco para defender los intereses de quienes parten el bacalao. Machismo,
racismo y homofobia en todo su esplendor, ninguneo a los equipos humildes y
exaltación de los poderosos. Sonroja escuchar a la mayoría de comentaristas
cuando retransmiten partidos. Les importa un rábano que se perciban sus
filias y sus fobias, están blindados por aquellos a quienes deben la comida de
cada día. ¿El lector, el espectador, el oyente, eso qué es? Y en cuanto a las
tertulias de esos presuntos programas deportivos donde todo el mundo se grita
sin parar debatiendo nimiedades sin trascendencia alguna, pues mejor ni hablar.
Como
en el pasaje bíblico donde se cuenta la historia de Sodoma y Gomorra,
encuéntrame diez personas justas y no quemaré esas ciudades. Quizás nos
quedaríamos sin fútbol si este episodio se trasladara a lo que sucede en ese
mundo. Claro que, como en la película del argentino Juan José Campanella,
ni así creo que estuviéramos dispuestos a renunciar a nuestra pasión. Porque de
pasión, según parece, nunca se cambia. Aunque resulte preocupante que la
esencia de este espectáculo, antes deporte, sea admitir que por muy brillante
que seas siempre vas a tener enfrente alguien dispuesto a romperte las piernas.
La vida misma.
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