miércoles, 7 de agosto de 2024

VENEZUELA Y LA IZQUIERDA FEST

 

VENEZUELA Y LA IZQUIERDA FEST

RAÚL SOLÍS 

 

Luis Soto / Zuma Press / ContactoPhoto

Venezuela es la batalla cultural de la ultraderecha global para derechizar a un progresismo que sigue pensando que libertad es que haya pluralidad de explotadores y saqueadores y que el poder mediático está preocupado por extender la democracia en el mundo

Una ola de influencers que nunca se pronuncian sobre nada han llenado las redes sociales de mensajes de solidaridad con la oposición venezolana en nombre de la democracia, con bulos como que Nicolás Maduro está encerrando a los opositores en campos de concentración. Estos mensajes los publica gente que se hace llamar progresista y que defienden que “por encima de la ideología está la democracia”.

A este festival se suman, por supuesto, miles de tertulianos que saben que, si dijeran lo contrario, dejarían de sentarse en las mesas de opinión de los principales medios de comunicación. Si en 2003, cuando Reino Unido, Estados Unidos y España, decidieron bombardear Irak en nombre de unas bombas de destrucción masiva que nunca aparecieron, hubiera sido este el clima de análisis progresista, las calles españolas no se hubieran llenado de gente en contra de la Guerra de Irak y José Luis Rodríguez Zapatero no hubiera podido traer a las tropas españolas que José María Aznar envío a luchar por los intereses de Estados Unidos.

Han pasado sólo 22 años, pero hay algo preocupante en esta izquierda festivalera que analiza con precisión el poliamor, la monogamia, las identidades o cualquier conflicto que no molesta a quienes tienen poder de verdad, que sigue siendo el económico, pero que es incapaz de usar esa misma precisión analítica para señalar los verdaderos intereses de los dueños del mundo.

Dicen los venezólogos de la izquierda fest que, aunque ellos son de izquierdas, esto no va de ideologías, sino solo de democracia. Por ello, justifican de forma acrítica toda la propaganda que les llega de los medios de comunicación con base en Miami o en Caracas, en manos de los mismos dueños. Venezuela es una dictadura muy rara donde los medios de comunicación que aglutinan a la mayoría de las audiencias pertenecen a intereses favorables a la oposición.

Sin embargo, la izquierda fest ha decretado que en Venezuela no hay democracia porque, una vez más, la derecha venezolana no ha admitido los resultados. Obvia esta izquierda fest que el principal valor de una izquierda que se diga tal es la capacidad de entender la estructura del poder. Es decir, entender de dónde vienen los mensajes, qué se disputa y seguir la pista del dinero.

Esta izquierda fest desconoce que, en los últimos años, la única vez que la derecha venezolana ha reconocido los resultados fueron en 2015, cuando la oposición ganó las elecciones mayoritarias. Cuatro años más tarde dio un golpe de Estado y autoproclamó en una plaza de Caracas a Juan Guaidó como presidente. También desconoce que Venezuela posee más reservas petrolíferas que Irak y que existen más de 900 sanciones económicas por parte de Estados Unidos, alentadas por el sector opositor que sueña con una intervención militar para derrocar desde fuera al chavismo.

Ignora esta izquierda fest también que los líderes de la oposición son las oligarquías que llevaron al país a niveles de pobreza por encima del 75% en la década de los 90, cuando el petróleo venezolano se regalaba a Estados Unidos.

La llegada de Hugo Chávez en 1998 acabó con el estatus de colonia de Venezuela y los pobres, los últimos de los últimos, pasaron a estar en el primer término del Estado. Se nacionalizaron los sectores estratégicos de la economía, no en un festival de música indie, sino a través de expropiaciones a los oligarcas que habían llevado al país a la ruina, y la riqueza petrolífera pasó a financiar derechos de los que nunca tuvieron nada.

El chavismo no será perfecto, la democracia española tampoco lo es, pero desde luego es imposible apoyar, desde posiciones progresistas, a una ultraderecha venezolana con mentalidad de colonia que lleva desestabilizando el país desde hace 20 años y que llama “dictadura” a cualquier proceso de empoderamiento popular que ponga en el centro de las preocupaciones del Estado a los que siempre estuvieron abandonados.

Obvia esta izquierda fest que Venezuela es la batalla cultural de la ultraderecha global para derechizar a un progresismo que sigue pensando que libertad es que haya pluralidad de explotadores y saqueadores y que el poder mediático está preocupado por extender la democracia en el mundo. Unos medios que le exigen las actas al chavismo para confirmar su victoria, pero a los que les vale unas supuestas actas escaneadas, sin firmas, sin testigos de mesa y sin sello de la autoridad electoral, para dar como ganadora a la oposición.

Como en 2003 en Irak, esto no va de democracia ni de libertad. Si esto fuera así, Estados Unidos y la UE romperían relaciones diplomáticas con las petrodictaduras donde el año pasado se celebró el Mundial de Fútbol, en un acto de legitimación de los regímenes donde las mujeres no pueden ni caminar solas por las calles y las personas LGTB pueden ser ahorcadas de una grúa en la plaza del pueblo.

Esto va de geopolítica, de poder, de Estados Unidos, que con las sanciones al sector energético de Rusia necesita nuevos mercados donde poder abastecerse y, claramente, será más fácil y barato con una oposición venezolana con mentalidad de colonia que con un Gobierno que defienda la soberanía e independencia económica de Venezuela.

A partir de aquí podemos analizar el grado de cumplimiento de los derechos humanos en Venezuela, mirar las actas y señalar todo lo que sea mejorable, pero teniendo claro que ser de izquierdas es incompatible con repetir la propaganda de los dueños del mundo, que quieren mascotas de sus intereses y no ciudadanos preocupados por la democracia.

 

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