LA GRAN TRAGEDIA, LA GRAN MENTIRA
El exdiputado
del PP repasa los dos días posteriores al atentado del 11-M en los que la pena
se mezcló rápidamente con la incredulidad al constatar que los dirigentes de su
partido no contaban la verdad
JESÚS
LÓPEZ-MEDEL
Ángel Acebes y José
María Aznar durante un minuto de silencio
por las víctimas del 11M.
12 de marzo de 2004. / RTVE
La mayor tragedia en nuestra democracia aconteció el 11 de marzo de 2004. Y esto se simultaneó sin escrúpulos con la mayor mentira pública desde la Constitución de 1978. La primera gran falsedad se había producido un año atrás, en febrero de 2003, para justificar la implicación de nuestro país en una guerra injusta, ilegal e inmoral. Dijo entonces José María Aznar: “El régimen iraquí tiene armas de destrucción masiva. Pueden estar seguros de que les estoy diciendo la verdad”. Él sabía que mentía ya entonces. Un año después, relacionados con esos hechos, se produjeron los atentados en Madrid. La manipulación y la mentira fueron entonces brutales. Ambos engaños fueron ejecutados por un presidente del Gobierno en retirada y más pendiente de sí mismo, su inmenso ego y sus intereses, que de la sociedad española. Nunca expresaría ni un mínimo arrepentimiento, solo soberbia.
La canción de
Manolo García Dónde estabas entonces acude a mi memoria al recordar aquel día.
Escuché la noticia de las bombas pasadas las siete y a las pocas horas intuí
que el ataque había sido dirigido contra la implicación de Aznar en la guerra
personal contra Irak.
Yo era candidato
por el PP para el Congreso, precisamente por Madrid, para las elecciones
generales que se celebrarían el domingo 14 de marzo. Había sido antes cabeza de
lista por Cantabria, pero en esa ocasión era un “paracaidista” por la capital.
El nuevo candidato, M. Rajoy, quiso llevarme en su lista. Lo que me merecía su
antecesor está labrado en mi alma, entre otras cosas, por el hecho de que el
año anterior había sido yo la única voz, tanto dentro del PP en el Congreso
como fuera de él, que criticó la disparatada decisión de Aznar de apoyar esa
locura de invasión de Irak.
Había sido yo la
única voz que criticó la disparatada decisión de Aznar de apoyar esa locura de
invasión de Irak
Lo que siguió a eso
se lo ahorro al lector, aunque alguna reflexión y testimonio quedó colgado de
mi artículo publicado en CTXT Irak en la memoria y en el corazón. Ahí conté por
vez primera cómo en un acto institucional en Colombia, apenas un mes antes del
atentado, el todavía presidente del Gobierno español en funciones dejó a un conciudadano
y además diputado, y de su mismo partido, con una mano colgada en el aire sin
estrechar.
Así pues, aquella
mañana del 11 de marzo sentí lo que muchos españoles sentían, pero también algo
más. Además de mi pensamiento puesto en las víctimas y sus familias, mi mente
voló a lo acontecido un año antes, entre febrero y marzo de 2003, con ocasión
de la decisión de José María Aznar de involucrar a España en una guerra absurda
en la que no se nos había perdido nada salvo la dignidad.
Eran las siete y
media de esa mañana tan atronadora en las radios y al tiempo enlosada en un
profundo silencio. Enseguida se cancelaron los actos de la campaña electoral.
Poco después, como candidato, yo tendría que haber mantenido un encuentro con
pequeños comerciantes de Fuenlabrada. Estaba previsto que me acompañara
Estanislao Rodríguez-Ponga, secretario de Estado de Hacienda, al que yo no
conocía, y que resultaría tiempo después, en 2016, condenado por corrupción, y
cumpliría condena en la prisión de Soto del Real. A esta gente de entonces
parece que los elegían con lupa… ¡Y yo ahí, con esa panda!
Cancelada la
campaña, decidí regresar a Santander, donde estaba mi familia. En ese viaje
hacia el norte en furgoneta, en el que no encontré ningún control policial,
escuchaba la radio mientras rumiaba tanto la información que iba publicándose
como mis propias intuiciones. La rueda de prensa a la una y media de la tarde
ofrecida por el ministro del Interior, Ángel Acebes (al que yo había rechazado
en dos ocasiones ofrecimientos de mayor responsabilidad política), me pareció
muy extraña. Me sorprendió tanta insistencia en hablar más de la autoría que de
los hechos y de las víctimas. No entendí la contundencia y absolutísima
convicción con la que hablaba sobre los autores del atentado. Parecía que
reiterar quiénes habían sido los culpables era el eje de su intervención, como
también le ocurría al portavoz del Gobierno en aquel momento, Eduardo Zaplana.
Pero hubo un dato que se les escapó en relación al coche utilizado por los terroristas:
se habían encontrado dentro unas cintas con versículos del Corán. Sin embargo,
ellos no dejaron de hablar de ETA. Todavía no había llegado a Santander y ya me
encontraba estupefacto.
Me sorprendió tanta
insistencia en hablar más de la autoría que de los hechos y de las víctimas
Hay otro dato que
quisiera aportar. Hasta la disolución de las Cortes, dos meses antes, yo había
sido presidente de las comisiones de Interior y Justicia del Congreso, ambas
muy activas. Se celebraban sesiones cada semana. Allí comparecían con muchísima
frecuencia, entre otros, el ministro Acebes, el secretario de Estado Ignacio
Astarloa (un moderado que se pasó al aznarismo integrista y que ahora es
académico de Jurisprudencia y Legislación) y también la entonces subsecretaria
del Ministerio, y luego política de largo recorrido, Dolores Cospedal (el de se
lo puso después en el Registro Civil, lo cual se supone que ennoblece, como a
Rodrigo de Rato). Así pues, yo conocía muy bien a los personajes de esa área
tan singular, la de Seguridad Nacional, y también la propia materia, sobre la
cual tenía cierta información.
Eso me ayudó a
interpretar lo que estaba sucediendo, como el hecho de escuchar que el
presidente del Gobierno había convocado y celebrado un comité de crisis en el
que faltaban varias personas que debían formar parte de la Comisión de
Seguridad Nacional, puesto que su composición se encuentra regulada por ley. Me
resultó muy elocuente un dato: faltaba el secretario de Estado más importante,
el director del CNI, quien poseía información sobre quiénes y cómo habían
preparado y ejecutado la acción terrorista. Aznar no le convocó. No le
interesaba para su estrategia de mentiras. Por el contrario, sobraba otro
secretario de Estado, el de Comunicación, Alfredo Timermans, del clan de
Valladolid, quien tomaría después la decisión de desaparecer. ¿Qué hacía ahí
este último, por qué faltaba el primero, cuando lo que se había producido era
una masacre de casi dos centenares de personas?
En Santander viví
con desolación y sensación de tormenta interior aquellos dos días larguísimos.
La intervención en los medios ese mismo día de Eduardo Zaplana, un político con
nula credibilidad para mí, me confirmó el propio 11 de marzo que, frente a la
tragedia, el Gobierno del PP estaba mintiendo gravemente. La rueda de prensa
del ministro a las 20 horas refiriéndose a ETA y la nula mención a esta por el
Rey solo media hora después, era otro dato.
Durante aquellos dos días, ni siquiera atender y jugar con mis hijos
pequeños me distrajo ante la patraña brutal. Ese día 11 por la tarde me sentí
invadido de dolor y zozobra. ¿Qué iba a hacer yo, candidato por un partido cuyo
presidente mentía, y cuyo nuevo candidato se estaba poniendo de perfil?
Frente a la
tragedia, el Gobierno del PP estaba mintiendo de un modo muy grave
La manifestación
del 12 de marzo de solidaridad con las víctimas… y “en defensa de la
Constitución” (lo cual no sé qué pintaba en la pancarta dictada unilateralmente
por Aznar sin convocar a los demás, ni siquiera a Zapatero), vivida en
Cantabria, donde había sido cabeza de lista en las dos elecciones anteriores,
me llevó a tomar en silencio la decisión sobre a quién votar aquel domingo, si
al partido del cual era candidato en Madrid, o contra este que engañaba
burdamente a los españoles. Era un intenso debate interno y muy personal, pero,
igual que un año antes con la invasión de Irak, me dejé llevar, al votar, por
mi conciencia, que era un aluvión y torrente de emociones. Cuatro días después
de las elecciones, yo escribiría en El Mundo el artículo Votar con la razón y
con el corazón que, me consta, desagradó mucho a Eduardo Zaplana, designado por
Rajoy como portavoz. Empezaba una legislatura muy tortuosa para mí, que me
condujo, finalmente, a ‘exiliarme’ con dedicación a los derechos humanos en el
mundo postsoviético y en Centroamérica.
Con ocasión de la
sentencia por el 11-M a finales de octubre de 2007, el director de El Periódico
de Catalunya, donde colaboré 16 años, me pidió anticipadamente una carta
abierta a M. Rajoy. Le dije que mis cartas las mandaba directamente al
destinatario (al cual yo ya había comunicado, sin contestación, que abandonaba
la política) y que, a lo sumo, haría un artículo el mismo día de la lectura de
la sentencia. Tras escucharla y desde la emoción quedó Verdad, justicia,
futuro.
Tras cuatro años de
intensa crispación (siempre es así cuando el PP está en la oposición), dos
meses después de la sentencia, concluiría la legislatura. Yo cesé como diputado
y pedí la baja de un partido del que estaba ya muy lejano.
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