LLUEVEN LÁGRIMAS DE HOSTELEROS
EN SEMANA SANTA
TONI
MEJÍAS
Ambiente en una terraza de un
bar, a 21 de marzo
de 2024 en Madrid - EP
"Mis vecinos tienen un bebé que no para de llorar. Les ha salido hostelero", rezaba un tuit de hacer un par de años. Puede sonar exagerado, pero si haces la prueba de buscar "hostelero" en Google y darle a la pestaña de noticias, verás que la mayoría de las informaciones tienen que ver con quejas de la hostelería. Además, siempre como un ente único y superior que se comunica al unísono. En un mundo lleno de discusiones y diferentes puntos de vista, siempre se nos da la opinión de este sector como completamente uniforme.
El último lamento ha sido durante esta semana, ya que sus buenas previsiones de Semana Santa "se han ido al garete" por las lluvias. Todo el año alertando de los problemas que tenemos de sequía y ahora que llueve es un fastidio para algunos. Aunque sobre la sequía ya habían surgido quejas anteriormente, cuando las restricciones en algunas zonas españolas prohibieron llenar las piscinas con agua potable. Aunque, rápidamente, algunos gobiernos locales se ofrecieron a comprar desalinizadoras para el llenado de estas piscinas, en lugar de valorar si es lógico llenarlas casi todo el año cuando algunos meses prácticamente están en desuso. Pero tú dúchate rápido, que hay que ahorrar. Y compra un lavavajillas con función eco, haz el favor.
En los últimos
meses tenemos quejas de todo tipo. Por ejemplo, cuando Yolanda Díaz planteó que
tal vez los bares y restaurantes no tendrían que cerrar tan tarde. Ni siquiera
fue una propuesta de ley, tan solo un comentario, pero enseguida salieron con
el cuchillo entre los dientes, liderados por la caudilla de los hosteleros,
Isabel Díaz Ayuso, para atacar a la vicepresidenta. Para qué se va a intentar
conciliar la vida familiar y laboral de las personas. España es fiesta y cenas
largas. Qué me importa a mí si el chaval que me sirve se va a las 2 de la
mañana por dos perras. También hay quejas ante la posibilidad de que se deje de
fumar en las terrazas. No es nuevo, ya las hubo cuando se dejó de fumar dentro
de los establecimientos y ahora nos parecería aberrante lo contrario. Piden que
cada local lo haga o no a su voluntad. Una ley a medida, vaya. Ofrecen comida y
bebida, pero también la libertad de echarle el humo a quien te dé la gana.
Las quejas ante la
tasa turística, aunque ya se cobra en Catalunya, Baleares y gran parte de las
grandes ciudades de Europa, es otra de las clásicas. Como si cobrar un euro o
menos por pernoctación nos fuera a quitar el emblema de ser una colonia de sol
y cañas. Tampoco les parece bien que una vez pasada la excepcionalidad de la
pandemia (donde algunos tuvieron más privilegios que otros. Guiño, guiño) se
recorte el espacio de las terrazas. El peatón que vaya por donde pueda. Que se
entretenga en una yincana esquivando sillas y mesas. También les parece mal que
se recorte el tráfico en algunas zonas o se prohíba aparcar a quien no sea
vecino. Que vengan a comer a mi restaurante, a las 12 de la noche si quieren,
le echen el humo al bebé de la otra mesa y aparquen en la puerta. Que para algo
son el motor de la economía, carajo.
Y por supuesto, su
gran hit, su obra culmen, es la de que no hay trabajadores. Nada tienen que ver
los salarios o que un señor con traje que tiene pinta de no haber lavado un
cubierto en su vida, pero que es el presidente de los hosteleros, diga que en
el sector "siempre se ha trabajado media jornada, de 12 a 12". Porque
siempre reclaman más derechos, pero para ellos. Los laborales ya son otra cosa.
Las horas extras que se van al limbo o los contratos con menos horas de las
trabajadas son un derecho irrevocable, parece ser. Por eso también se quejan de
que haya más inspecciones de trabajo. Son un sector perseguido. Ellos vendiendo
felicidad, como aseguran, y otros amargados queriendo que cumplan la ley y que
no se autorregulen a su antojo.
Tal vez me lea
algún trabajador de la hostelería o que regenta un pequeño local y lamente la
caricaturización de un sector tan amplio y con aristas. El problema es que no
se sabe si hay una alternativa al discurso dominante. Cuando sucede alguna
declaración de un ministro o ministra, cuando se van a aprobar leyes o cuando
sucede cualquier cosa que afecta a los hosteleros, siempre salen los mismos
señores trajeados y con pinta de haber trabajado poco a quejarse y a hablar por
todos y por todas. Ganaría muchísimo el debate (y también conseguirían un mayor
respeto por una parte de la sociedad) si hubiera asociaciones alternativas con
un discurso que integre el barrio en su producto hostelero, que sea sostenible,
con condiciones laborales dignas y que no dependa de la climatología, de que un
alemán pase por su barrio o de tener que montar una terraza enorme para que la
gente fume.
Estoy seguro de que
lo hay. También tenemos desde los medios que dejar de dar la visión de quienes
tienen siempre un mismo discurso y que suele ser cercano a la falsa libertad
que vende Ayuso. La libertad de hacer lo que me dé la gana moleste o no a los
demás. Porque de lo contrario, todo el sector parecerá ese que recibió con
aplausos a los primeros guiris que nos visitaron tras las restricciones de
movilidad de la pandemia. Una escena propia de una película de Berlanga en la
que demostramos que seguimos queriendo que venga Míster Marshall a vomitarnos
las calles, mear nuestros monumentos y gentrificar nuestros barrios. Eso
también es libertad.
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