lunes, 25 de marzo de 2024

EUROPA Y LA GUERRA ‘INEVITABLE’

 

EUROPA Y LA GUERRA ‘INEVITABLE’

"En la actual competición estratégica entre EEUU y China, la UE tiene un papel accesorio supeditado a lo que EEUU decida", escribe Arantxa Tirado

ARANTXA TIRADO

La ministra de Defensa Margarita Robles en una foto de archivo. MINISTERIO DE DEFENSA / Licencia CC BY-NC-ND 2.0 DEED

El vídeo de un militar español cantando apasionadamente en un acto oficial delante de la ministra de Defensa, Margarita Robles, ha corrido por las redes sociales estos días generando numerosas reacciones. La anécdota puede resultar graciosa pero su difusión se ha producido un día después de la entrevista de la ministra en La Vanguardia en la que esta declaraba que la amenaza de una guerra en Europa es “total y absoluta” y que “en España no somos suficientemente conscientes (…) de los riesgos que corremos”. Unas declaraciones que causan de todo menos risa. Que hablemos más de un vídeo estrambótico que de los tambores de guerra de la ministra debería hacernos reflexionar sobre cómo vivimos en una época de distracción con lo superficial mientras lo relevante pasa ante nuestros ojos con igual liviandad.

 

Estamos en tiempos de gravedad extrema. El Doomsday Clock o Reloj del Apocalipsis, creado en 1947 por los miembros del Boletín de Científicos Atómicos para medir el riesgo de conflagración nuclear durante la Guerra Fría, estableció en enero pasado que nos encontramos a 90 segundos de la medianoche, es decir, de la aniquilación atómica. Por tanto, tiene razón Robles cuando afirma que no somos “suficientemente conscientes de los riesgos que corremos”. El problema es que sus palabras, responsabilizando exclusivamente a la Federación de Rusia de esta situación, obvian la responsabilidad que líderes como ella tienen también a la hora de frenar una escalada bélica que puede ser catastrófica y no sólo por el riesgo de una destrucción mutua asegurada.

 

Desde las instituciones europeas, desde los gobiernos nacionales y desde sus medios de comunicación hegemónicos se está preparando a la población para acatar una guerra en el territorio de la Unión Europea (UE) que se presenta como prácticamente inevitable. Ya en el inicio de la guerra en Ucrania, pero sobre todo en las últimas semanas, asistimos a una sucesión de declaraciones públicas de líderes europeos que predisponen a la población de Europa para un eventual -y probable, según sus afirmaciones- incursión rusa en territorio de la UE que llevaría a la movilización de recursos y ciudadanos. Se trata de una amenaza que planea en muchos de los análisis, como una posibilidad indefectible, aunque suene más bien a excusa para justificar el belicismo adoptado por la clase dirigente europea.

 

Poco importa que el padre de la doctrina de contención contra la URSS, George Kennan, reflexionara años después sobre los equívocos en los que incurrió EEUU en tiempos de la Guerra Fría, al atribuir a los líderes soviéticos objetivos e intenciones que no tenían, provocando hostilidades que fueron profecías autocumplidas. Europa no quiere aprender de los errores del pasado y ya ha escrito su guion para justificar su posicionamiento en esta disputa hegemónica por definir el orden del presente y del futuro en el sistema internacional del lado del bloque liderado por EEUU.

 

Si los primeros meses de la guerra abierta entre la Federación de Rusia y Ucrania demostraron la poca voluntad de las autoridades de la UE por promover vías efectivas de negociación y pacificación, pasados dos años es todavía más evidente la apuesta de Europa por la guerra. Además de los numerosos paquetes de sanciones que la UE ha decidido aplicar a Rusia en represalia por su invasión de territorio ucraniano, la Unión activó también -en lógica orwelliana- el Fondo Europeo de Apoyo a la Paz para la compra de material bélico ofensivo con el que ayudar a las autoridades de Kiev. A principios de marzo, la comisaria europea Ursula von der Leyen presentó una propuesta legislativa para un Programa Europeo de la Industria de Defensa. Esta iniciativa se da en un contexto en que la Alemania de Scholz ha apostado por aumentar el gasto militar, una decisión sensible en el país que retrotrae a otros momentos históricos de funesto recuerdo, mientras que la Francia de Macron ha dejado atrás su defensa de la autonomía estratégica de la UE para insinuar la posibilidad de un mayor involucramiento en la protección de los intereses de la OTAN enviando tropas terrestres a Ucrania.

 

La nueva Estrategia Industrial Europea de Defensa, dotada de 1.500 millones de euros para el período 2025-2027, se presenta como un plan a largo plazo, muestra de la soberanía de Europa, que hará a los países de la UE menos dependientes de la voluntad de EEUU y de su industria armamentística. Se justifica, además, avanzando escenarios ante una posible victoria de Donald Trump en las presidenciales de noviembre que supondría un debilitamiento de la OTAN por la renuencia de la parte estadounidense a financiar la defensa europea. Sin embargo, cualquier persona con un mínimo conocimiento de la política internacional sabe que, en la actual competición estratégica entre EEUU y China por la hegemonía mundial, que es el marco global en el que se inserta cualquier conflicto, la UE tiene un papel accesorio, como actor supeditado a lo que EEUU decida que es conveniente para el bloque occidental. Europa quizás será autónoma pagando de sus presupuestos su propia defensa, pero sólo se defenderá si EEUU considera que debe hacerlo.  

 

Ni qué decir tiene que esta militarización, y la posición subordinada de Europa respecto a EEUU, es suicida en términos geopolíticos, pero también económicos. En el nuevo reparto del poder mundial que se está dirimiendo ahora mismo, y que se agudizará por vía de la guerra en los años por venir, Europa ha decidido atarse de pies y manos a un aliado declinante que, además, le ha exigido sacrificar sus intereses económicos en aras de la proyección de los estadounidenses. Así lo demuestra el elocuente caso del Nord Stream 2 y la renuncia a comprar el gas ruso, más económico, para evitar la supuesta dependencia energética de Moscú, un objetivo que beneficia sin duda a EEUU. Por tanto, el aumento de las inversiones en la industria armamentística y de defensa parece, más que un ejercicio de autonomía estratégica, un intento de reactivar a un capitalismo en crisis.

 

Cuando las generaciones del futuro analicen nuestro momento presente, quizás les sorprenda comprobar cómo la guerra se pudo normalizar en una sociedad que tenía la perspectiva histórica suficiente y la constatación en tiempo real necesaria para saber que una conflagración bélica no se inicia por nobles ideales. Como en el siglo pasado, hoy también se presenta como inevitable la opción bélica por parte de una clase dominante que pugna por recursos, mercados y territorios con otras clases dominantes, pero que reviste su disputa de discursos épicos de salvación de los valores nacionales o democráticos.

 

Sin embargo, la vinculación indisociable entre el capitalismo y la guerra, su activación por el choque de intereses económicos entre las distintas burguesías nacionales y el hecho de que quienes se benefician de las guerras no sean los mismos que mueren en el campo de batalla, deberían ser elementos suficientes para que este escenario fuera rechazado de plano por los trabajadores del mundo. Pero, salvo contadas excepciones, pocas voces en la izquierda occidental se alzan para denunciar con la suficiente contundencia el callejón sin salida al que nos están abocando unos dirigentes políticos al servicio de la industria armamentística y el capital internacional.

Cada día es más perentorio que la izquierda europea que quiera llevar tal nombre se posicione claramente en contra de esta escalada bélica que, de no detenerse, supondrá el sacrificio de millones de seres humanos para salvar el “orden internacional basado en normas”. Un término que no deja de ser un eufemismo a escala internacional de un orden democrático liberal asociado a la hegemonía estadounidense y a un modelo de producción capitalista que ya ha demostrado lo unilateral e incongruente de sus normas, además de sus límites e incompatibilidades con la vida humana y la del propio planeta. En el Sur Global, a fuerza de sufrirlo, muchas poblaciones lo tienen bastante claro: quizás es hora de que en Europa empecemos a abrir los ojos antes de que las bombas caigan también sobre nuestras cabezas.

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