AGUA O TURISMO
Las
consecuencias de la subida de la temperatura y la falta de lluvia se viven con
gran preocupación por la ciudadanía, las gentes del campo y el mundo de la
ciencia.
ANTONIO
PÉREZ COLLADO
Acción de Greenpeace aprovechando la
declaración de emergencia por sequía en el Sistema Ter-Llobregat. Foto:
©Greenpeace/PabloBlazquez
Hace tiempo que no sabemos nada del primo científico de Mariano Rajoy, catedrático de Física Teórica de la Universidad de Sevilla, en cuyos doctos conocimientos pretendía basarse el expresidente y exministro para asegurar que lo del cambio climático era un ejercicio de alarmismo por parte de algunos ecologistas sin ninguna base científica. Claro, que en esto de enfrentarse a crisis ecológicas Rajoy ya había dejado prueba de su ineptitud cuando, siendo vicepresidente primero del gobierno de Aznar, redujo a “unos pequeños hilitos con aspecto de plastilina” la terrible contaminación sufrida en la costa gallega por el hundimiento del petrolero Prestige.
Desde entonces, y
sin que el ilustre primo se haya declarado públicamente negacionista respecto a
un cambio climático que ya ha llegado a nuestro país para quedarse, las
consecuencias de la subida de la temperatura y la falta de lluvia se viven con
gran preocupación por la ciudadanía, las gentes del campo y el mundo de la
ciencia. Ya ni siquiera podemos echar mano del refranero para celebrar los beneficios que traían aparejados las
nieves invernales y las lluvias de abril.
A la clase
política, como suele ser habitual, el desastre hace años anunciado le pilla en
sus rutinarias peleas y sin verdaderos planes de choque contra este enorme
problema, cuya cara más visible es la falta de agua para el consumo humano y
para el riego. Pero hay otros muchos aspectos (incendios forestales, inundaciones,
nuevas plagas, desertificación, etc.) sobre los que tampoco las distintas
administraciones saben qué hacer.
Andalucía y
Cataluña, las comunidades más afectas (hasta ahora porque, salvo el norte
peninsular, todas las cuencas están amenazadas) ya han empezado a tomar alguna
medida empujadas por una opinión pública (o publicada) que pide soluciones, sin
saber muy bien en qué dirección deberían ir las iniciativas. La gente se limita
a exigir que le llegue agua al grifo de su casa o a sus cultivos, pero no se ve
mucha voluntad de cambiar los hábitos de consumo y el sistema productivo.
Las respuestas de
emergencia no van más allá de pedir responsabilidad y solidaridad a la
población, llevar agua con camiones cisterna o barcos a las zonas más necesitadas,
prohibir regar el jardín o llenar la piscina con agua del grifo, etc. Agua para
hoy y sed para mañana (podría decirse, adaptando a estos tiempos de sequía otro
dicho popular) pero sin que se ofrezcan eficaces alternativas a medio y largo
plazo. Y como del cielo no nos va a caer; o a al menos no nos va a llover donde
y cuando más necesitemos el preciado líquido, lo que parece más razonable es
que se administren bien los limitados recursos hídricos de que disponemos.
Agua para hoy y sed para mañana pero sin que
se ofrezcan eficaces alternativas a medio y largo plazo.
Un sector gran consumidor de agua es el
turismo (y sus instalaciones hermanadas: hoteles, piscinas, campos de golf,
parques acuáticos, etc.) al que se está animando para que cada año traiga más
visitantes a nuestro país, sin tener en cuenta que son, precisamente, esas
comunidades más amenazadas por la escasez de agua (Cataluña, Valencia, Murcia,
Baleares, Andalucía y Canarias) las que más turistas reciben (unos 70 millones
de visitantes extranjeros en 2023) además de contar en su conjunto con 245
campos de golf y más de 6.800 hoteles.
En ese sentido de
reducir el consumo también se ha de mirar a la agricultura; hay que implantar
sistemas de riego que ahorren agua, acabar con las perforaciones que agotan
acuíferos subterráneos (como ya ha ocurrido en las Tablas de Daimiel y Doñana),
buscar variedades más resistentes a la sequía y paralizar la transformación en
regadío de cultivos tradicionalmente de secano como la vid, el olivo, el almendro,
los cereales, etc.
Pero, claro,
proponer algún tipo de control a la agricultura y la ganadería intensivas, al
turismo masificado y la urbanización de la costa, a la especulación urbanística
y otros grandes negocios no dan tantos votos como afirmar que vivimos en el
mejor de los mundos posibles y que el futuro está en las manos adecuadas.
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