NO TODOS HUBIERAN MUERTO
Según
la Comunidad de Madrid, el 65% de los mayores derivados a hospitales
sobrevivieron. Si se proyecta esta cifra sobre los enfermos que permanecieron
en residencias, podrían haberse salvado 4.000 personas
JOSÉ ANTONIO MARTÍN PALLÍN
Acto de protesta de la plataforma 'Verdad y Justicia en
las Residencias de Mayores'. / X (@VyJ_7291)
El virus,
inicialmente considerado como un neumonía atípica y posteriormente identificado
como covid-19, apareció sigilosamente –su origen se detectó en la ciudad china
de Wuhan– y se expandió rápidamente por el mundo, adquiriendo caracteres cada
vez más extensos y preocupantes. El 11 de marzo de 2020, la Organización
Mundial de la Salud, a la vista de lo que estaba aconteciendo, declaró la
existencia de una pandemia que obligaba a tomar medidas excepcionales para las
que la práctica totalidad de los sistemas sanitarios no estaban preparados.
Una de las mayores incidencias de mortalidad en las residencias de personas mayores se alcanzó en la Comunidad de Madrid, donde se superó al resto de las naciones europeas y a las demás autonomías de nuestro país. Según las estadísticas, en 2020 hubo un 44% más de muertes de las que se contabilizaron en el periodo comprendido entre 2016 a 2019.
En 2020 hubo un 44%
más de muertes de las que se contabilizaron en el periodo comprendido entre
2016 a 2019
Como señala Médicos
sin Fronteras, las residencias tenían un déficit estructural de recursos y de
supervisión sanitaria y ningún plan de contingencia. Esta combinación hizo
inviable que pudieran responder a la epidemia. Carecían de recursos sanitarios
y asistenciales, lo que tuvo un impacto directo en la salud de los residentes.
Eran estructuras diseñadas para situaciones sociales (de vivienda) sin recursos
médicos. Esto condujo a que la asistencia quedara desatendida, a una alta
mortalidad y a una merma en la calidad de la atención social. Muchas personas
mayores murieron aisladas y solas.
Efectivamente, era
inevitable que la mortalidad de las personas internadas fuese más alta que la
del resto de la población, pero las cifras de fallecidos superan las
previsibles y obedecen a una serie de medidas adoptadas por el Consejo de
Gobierno de la Comunidad de Madrid en las que primaron los aspectos
mercantilistas y económicos sobre los humanitarios.
El 6 de junio de
2020, se constituyó en la Asamblea de Madrid la Comisión de investigación sobre
la situación provocada por el COVID-19 en los centros residenciales de personas
mayores de la Comunidad de Madrid y la gestión que hizo el Gobierno regional de
la misma durante los meses de febrero a junio de 2020. Dicha Comisión, tras
haber realizado ocho sesiones, quedó en suspenso por la convocatoria de
elecciones anticipadas para el 4 de mayo de 2021. El 11 de junio, Más Madrid, PSOE
y Unidas Podemos pidieron la reapertura de la Comisión pero esta fue denegada
por el PP y Vox.
Los familiares y
unas pocas víctimas supervivientes trataron de reanudar la investigación y
paralelamente acudieron a los tribunales, ante los que presentaron numerosas
querellas por el delito de omisión del deber de socorro que, en su mayoría,
fueron rechazadas. Al parecer, solo cuatro están en tramitación. Ante este
panorama y la falta de explicaciones públicas, dos asociaciones de afectados,
Mareas de Residencias y Verdad y Justicia en las Residencias de Madrid,
decidieron constituir una comisión ciudadana que tuve el honor de presidir. Nos
constituimos y los días 15 y 16 de septiembre de 2023 celebramos sesiones
públicas. En ellas pudimos escuchar los testimonios de víctimas, familiares y
trabajadores de las residencias, así como de varios peritos y personas de la
política relacionadas con la Comunidad de Madrid. Con el material obtenido y
los trabajos documentales de personalidades científicas y del periodismo
redactamos el informe que hicimos público el pasado día 15 de marzo en el
Ateneo de Madrid. Nos gustaría que se leyese su contenido (146 páginas), en
lugar de publicar biografías falsas o tendenciosas sobre los integrantes de la
Comisión. En todo caso, serán sus conclusiones y no nuestras peripecias
personales lo que debe ser valorado.
Era evidente que,
como dice la ley que regula los estados de alarma, excepción y sitio,
concurrían circunstancias extraordinarias que hacían imposible el mantenimiento
de la normalidad mediante los poderes ordinarios de las autoridades
competentes. Según el Decreto Ley del estado de alarma, eran, sin duda alguna,
las comunidades autónomas las que tenían transferidas las competencias
sanitarias. Estas circunstancias alteraron el funcionamiento normal de las
instituciones. El estado de alarma estaba justificado y sus medidas en relación
con la movilidad de las personas y el mantenimiento de los servicios públicos
debía complementarse con el acopio de mascarillas, guantes, EPIS y
respiradores. Era necesario relajar los controles de la contratación pública,
circunstancia que fue aprovechada por amorales, indecentes y malandrines para
realizar compras al margen de las administraciones públicas, cobrando
sustanciosas comisiones.
Las decisiones de
la Comunidad de Madrid respondieron a criterios de oportunismo político y
mercantilización de una tragedia
Volviendo al
contenido de nuestro informe, se puede establecer como premisa que las
decisiones de la Comunidad de Madrid respondieron a criterios de oportunismo
político y mercantilización de una tragedia que obligaba a otras respuestas. Se
decidió invertir en la instalación en IFEMA de un hospital improvisado, al que
se trasladaron personas con patologías leves, entre ellas 23 residentes que
salvaron su vida. La propaganda oficial
lo calificó como “hospital milagro”. Otra cuantiosa partida (¿170 millones de
euros?) se reservó para la construcción, en tiempo récord, de un hospital
(Isabel Zendal) cuya utilidad y finalidad ha sido cuestionada por los
especialistas.
Nuestro informe
partió de los datos facilitados oficialmente por la Comunidad de Madrid. En los
dos primeros meses de la crisis sanitaria (marzo y abril), 7.291 personas
perdieron la vida en las residencias. Los criterios de selección para no
derivar a los residentes a los hospitales se estipularon en los cuatro
protocolos (18, 20, 24 y 25 de marzo, pág. 71 del informe) que, ante la
avalancha de críticas, fueron calificados como borradores o recomendaciones,
aunque aparecen firmados y autenticados.
Las medidas que se adoptaron para excluir la derivación hospitalaria se
basaban en criterios de dependencia para las actividades básicas de la vida
diaria y el estado cognitivo. Según los expertos, absolutamente opuestos a
criterios de capacidad de supervivencia.
Existe un dato que,
en mi opinión, no ha sido suficientemente valorado por la opinión pública. La
Comunidad admite que los hospitales privados pusieron a su disposición mil
camas que podían, sin duda, aumentar las derivaciones que se prohibieron
expresamente. Ha quedado indubitadamente acreditado que las personas
inicialmente excluidas, si tenían un seguro privado, podían ser derivadas a los
hospitales, presumiblemente privados. Esta discriminación no obedecía, en mi
opinión, a criterios derivados del nivel económico de los residentes sino a la
posibilidad de que sus seguros pagasen
las elevadas cantidades por día de hospitalización. La Comunidad no quería
derivar a hospitales privados a personas en iguales circunstancias para no
hacer frente al pago de las estancias hospitalarias. Según los datos oficiales
de la Comunidad de Madrid, el 65% de los que fueron derivados a los hospitales
sobrevivieron, de manera que, proyectando esta cifra sobre el número de
personas que no fueron derivadas, podrían haberse salvado, aproximadamente,
4.000 personas. Me parece que esta afirmación es razonable.
Había otras
alternativas como la medicalización intensiva de las residencias. A esta medida
se opuso inicialmente la Comunidad de Madrid hasta que el Tribunal Superior de
Justicia se la impuso. En lugar de medicalizar en la forma que era necesaria,
crearon la figura del geriatra de enlace que decidía sobre la derivación
hospitalaria o la permanencia en las residencias. No se adoptó ninguna otra
medida sanitaria efectiva ni medios para terapias de sedación o tratamientos
que pudieran atenuar el sufrimiento de una muerte espantosa.
El sistema debe
impulsar las investigaciones, buscar la verdad y establecer reparaciones
Mi pertenencia a la
carrera fiscal durante más de veinte años me ha permitido asistir a miles de
juicios. El impacto emocional que a veces produce la declaración de los
testigos ha sido superado por los testimonios que escuché durante las sesiones
que celebramos. Selecciono la declaración de María Ángeles Maquedano,
trabajadora de una residencia, que reproduzco textualmente: “Se murieron de una
forma horrible, horrible. Lo peor, y lo voy a recordar hasta el día que me
muera, es cómo murieron esas personas. A mí me gustaría que la gente supiera
cómo se murieron por no recibir atención médica. Murieron de una manera
horrible. Ahogadas. Asfixiadas. Deshidratadas. Por falta de atención médica”.
Creo que no es necesario añadir nada más.
Concluyo con alguna
de las propuestas que formulamos. Los políticos deben tomar conciencia de la
situación, cada vez más negra, en que se encuentran muchas personas mayores. El
sistema debe impulsar las investigaciones, buscar la verdad y establecer
reparaciones; el ministerio fiscal puede aportar investigaciones eficaces y
diligentes de lo ocurrido. Es necesario promover un cambio radical en el
planteamiento del modelo de cuidados. La dimensión económica debe ser asumida y
financiada por los Presupuestos y tiene que ir acompañada de una dimensión
sociocultural para visibilizar a las personas mayores y personas con
discapacidad como sujetos plenos de derechos.
Si alguien alberga
alguna duda sobre la fiabilidad del informe, me remito a las recientes palabras
de la presidenta de la Comunidad de Madrid, en sede parlamentaria, ante una interpelación
de la oposición: “No se salvaban en ningún sitio”. Pues no, señora Ayuso, se
podían haber salvado muchas vidas.
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