SOBRE GENOCIDIOS Y LIBERTAD
DE EXPRESIÓN
SUSO
DE TORO
Escritoras,
escritores o músicos como Rogert Waters reciben boicots y hostilidad
simplemente por querer reflejar el sufrimiento del pueblo palestino de un modo
distinto al promovido por el estado de Israel
El ejercicio de la libertad de expresión fue y está siendo complicado. Para mí creo que empezó en 1973 en una revista del instituto donde promoví una revista en ciclostil, tecnología imagino desaparecida, aproveché para editar en ella un cuento mío, allí publicamos dos entrevistas, una sobre literatura y otra sobre la situación de Palestina. Una respondía a una vocación literaria y la otra a una preocupación humanitaria, lo que ocurría a una población desgraciada. Publicar literatura me proporcionó en adelante muchas gratificaciones pero publicar sobre otros asuntos sucesivos sinsabores.
Pero entiendo que
toda libertad y posibilidad de solucionar dramas humanos se asienta en la
libertad de expresión. La libertad de expresión sirve para que exista uno y
también para que puedan existir las demás personas. Y ejercer la libertad de
expresión es defender un punto de vista y, por lo tanto, tomar partido.
Al año siguiente
comencé a ejercer conscientemente la libertad de expresión por las paredes, con
motivo de la farsa de juicio a Puig Antich, y en ese mismo año y en el
siguiente tuve los pertinentes problemas con la policía por ejercer ese derecho
que no veían con buenos ojos.
Pero no fue hasta
mediados de los años noventa, ya con varios libros literarios editados y con
artículos de opinión en diarios, cuando recibí el primer aviso para
amedrentarme por una opinión expresada en una columna en el desaparecido
“Diario16”, sobre lo que Israel hacía en Palestina. Fue en forma de una llamada
a mi domicilio, sentada la familia a la mesa, desde la embajada de Israel en
Madrid. Nunca dejó de sorprenderme aquel modo de entender la diplomacia con
tácticas de gángster, no sé decir si eso es legal. Una voz masculina me dijo
que no estaban de acuerdo con que expresase aquellas opiniones. Entendí que era
una advertencia intimidatoria inapropiada y le contesté siguiendo una indicación
muy precisa que nos hizo mi madre a cada uno de sus hijos, “tú nunca abuses de
nadie, pero nunca permitas que abusen de ti. Defiéndete. Los seis hermanos
intentamos como podemos ser hijos obedientes.
Con posterioridad
me vi envuelto en nuevos incidentes no exentos de cierta violencia social más o
menos explícita, uno de ellos fue cuando el director de un periódico del que
era colaborador de opinión “se chivó” a Manuel Fraga Iribarne, en aquel momento
presidente bastante omnímodo de la Xunta de Galicia. Una colaboración semanal
que envié muy crítica con algunas actuaciones de quien presidía la Xunta en vez
de rechazármela con mayor o menor diplomacia, cosa que comprendo y acepto en
las relaciones entre un colaborador y la dirección de un medio, se lo pasó
directamente a Fraga. Este, airado en extremo, decretó una “fatwa” terminante y
duradera que, lógicamente, me afectó a mí y a mis intereses profesionales como
escritor. Excuso opinar sobre la catadura y la deontología del tal director de
periódico, quien me aplicó donde estaba a su alcance la orden de Fraga con el
máximo entusiasmo.
Pasó el tiempo en
que me expresé con regularidad en medios de prensa y recurro a ellos
esporádicamente, y agradezco su hospitalidad, y en cambio uso regularmente de
las redes sociales. Sí, son muy partidario de las redes sociales. Y todo esto y
lo anterior viene a cuento porque precisamente hace unos días a raíz de unas
líneas en mi cuenta de Twitter fui acusado de lo peor, que yo defendía a los
nazis.
El señalamiento
curiosamente comenzó por parte de elementos sueltos de candidaturas de la
izquierda española que habían tenido malos resultados electorales en las
pasadas elecciones autonómicas gallegas, donde yo figuré de modo simbólico en
la candidatura del BNG. No me cupo duda de que eran muestras del lógico
sectarismo entre partidos, pero a continuación saltaron una serie de cargos del
PP gallego y luego fue noticia para El Español, ABC, La Voz de Galicia, El
Debate, TeleMadrid…, cabeceras relacionadas todas ellas con el PP y,
nuevamente, para la portavoz del PP en Galicia. Tampoco me cupo duda de que se
trataba de dar patadas en mi culo para que le doliesen a figuras de la política
con quienes me relacionaban.
Y así fue
publicado: Suso de Toro dice que “los nazis no eran tan malos”, tuve la
oportunidad de ver que aquel director “chivato” a Fraga titulase en su panfleto
que yo era “antisionista”. Imagino que en días sucesivos todavía se reproducirá
la especie en columnas de opinión aquí o allá y no es cosa que pueda ser evitar.
Mi “tuit” decía:
«Al final los sionistas con su crueldad sin límites nos convencen de que,
después de todo, los nazis no eran tan malos. Tantas películas de Auschwitz y
resulta que Gaza es peor.” Y me referí a Steven Spielberg o Roman Polanski:
«Que empiecen a hacer la película. ¿La harán? Ah, no, que no conviene a
Israel…»
¿Alguien puede, de
buena fe, decir que titulando así no se estaban manipulando mis palabras?
¿Alguien que haya leído algún libro mío o artículo sobre cualquier asunto puede
creer honradamente que el autor simpatiza con los nazis? Creo que no, creo que
esa lectura es interesada y producto de la mala fe.
Sin embargo una vez
levantada la liebre por la manada es lógico que en la lectura veloz de las
redes muchas personas lo hayan interpretado así, que yo defiendo a los nazis. Y
creo que lo hicieron de buena fe. Y es que, aún pensando exactamente lo contrario,
aún defendiendo la memoria del genocidio de los judíos europeos hace setenta y
cinco años, indudablemente, cometí un error al hacer una comparación con este
otro genocidio que está cometiendo ahora Israel a la vista de todos. Es
evidente que no me puedo permitir expresarme de modo informal o irónico, como
hice. Aunque, debo reconocerlo, con frecuencia utilizo un tono irónico para
referirme a temas que precisamente me comprometen y que considero serios, y eso
no me gana simpatías y, además, abre un flanco al adversario. Pero yo soy así y
mis adversarios también son así.
Como el “tuit” ya
pasaba holgadamente de las doscientas mil lecturas y era evidente que había
cometido un error de comunicación, emití otro: «Corrijo este tuit, está mal
redactado. Una maldad no tapa la otra. La intención era denunciar el genocidio
palestino, no justificar el de los judìos europeos evidentemente. Cualquiera
que siga mis cuentas lo sabe. Como digo en el perfil , «ás veces corrixo»». Y
borré el anterior por dejar clara mi intención, aunque nuevos medios de la
derecha siguieron y puede que sigan reproduciéndolo.
Pero que no
acertase en ese caso con la forma de comunicar no quita que siga pensando que
Israel es un estado racista, lleva décadas cometiendo atrocidades, saltándose todas
las reglas del derecho internacional y de la ONU, creó un gueto para la
población palestina que se rige por leyes similares al “apartheid” y en la
actualidad está cometiendo un genocidio planificado previamente. Y que sus
dirigentes, juzgados por la Corte Penal Internacional deben ser considerados
criminales de guerra. Y la ideología de estos dirigentes su ideología es
comparable a la del nazismo, como lo es su consideración de los palestinos como
subhumanos y su apelación a su aniquilación total como pueblo.
Y también creo que
las películas que Hollywood nos sirve cada año sobre las crueldades de los
nazis alemanes, y que nos conmueven, funcionan en la práctica como legitimación
moral del estado de Israel y sirven de cobertura o disculpa para sus actos.
Pues esos mensajes artísticos, así como cantidad de artículos escritos a
sueldo, en la medida en que se persiguen opiniones contrarias actúan como pura
munición ideológica al servicio de esa política.
Y quienes tienen
esas referencias artísticas y sentimentales para referirse a esta terrible
cuestión debieran preguntarse por qué no vieron una película de Costa Gavras,
“Hanna K” y por que fue boicoteada y retirada de la circulación por el poderoso
lobby sionista. Y por qué “La muerte de Klinghoffer” recibió un tratamiento
semejante. Por qué escritoras, escritores o músicos como Rogert Waters, uno de
los fundadores de Pink Floyd, reciben boicots y hostilidad simplemente por
querer reflejar el sufrimiento del pueblo palestino de un modo distinto al
promovido por el estado de Israel.
¿Y cuando critican
el tono irónico o exagerado de un comentario en Twitter por que no preguntan al
New York Times como es posible que difundiesen falsedades fabricadas por el
ejército israelí sobre el ataque de Hamas, utilizadas para justificar las
masacres posteriores, y aún no haya rectificado?
Menos fingida
inocencia, esto es un combate ideológico en el que la derecha internacional y
el sionismo combaten toda disidencia con razón o sin ella y con mentiras. Es
necesario que nos sigan conmoviendo los crímenes cometidos contra los judíos
hace setenta y cinco años en Europa, pero ahora es necesaria la movilización
contra los crímenes que se cometen en la carne palestina. Dejemos por un
momento la pura ideología y abramos los ojos a la carnicería.
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