BUENA MINISTRA, MALA POLÍTICA
RAÚL
SOLÍS
No es muy difícil
adivinar que la legislatura entra en terreno pantanoso y que Pedro Sánchez
puede dentro de unos meses reestructurar el Gobierno, quitarse de encima a
Sumar, bajo el argumento de que Yolanda Díaz no le garantiza la gobernabilidad
En noviembre de 2021, a un miembro del gabinete de Mónica Oltra se le ocurrió citar a todas las líderes del espacio de la izquierda plurinacional en el Teatro Olympia de Valencia con una idea ingenua: ensamblar todo lo que se había roto desde 2015. Aunque no se invitó a ninguna mujer de Podemos, el acto fue prometedor porque mucha gente pensó que podría ser la primera piedra de la reconstrucción del espacio que metió a 71 diputados y diputadas en el Congreso.
Unos meses antes,
cuando Pablo Iglesias nominó a Yolanda Díaz para liderar el espacio de Unidas
Podemos, “si así lo decide la militancia”, las encuestas otorgaban a la
ministra de Trabajo unos altos niveles de popularidad y una intención de voto
que podría superar el 15% de los votos, que traducido hubiera significado entre
50 y 60 escaños. Sólo tenía que sumar, olvidarse de la cultura cainita de la
vieja izquierda que había aprendido en todos sus años de militancia y sentar a
todos los hermanos malavenidos en una misma mesa a comer.
De la audacia y el
talento para sumar dependería de que esa cifra fuera aún mayor. Yolanda Díaz lo
tenía todo: caía bien al poder mediático, la militancia de Podemos la miraba
obnubilada, tenía carnet del PCE -por lo que se preveía que a los comunistas
más identitarios les iba a gustar la operación- y encima no había sufrido
arañazos en la interna de Podemos al no pertenecer directamente al espacio de
los morados.
No menos importante
es que contaba con el apoyo de Comisiones Obreras, con las simpatías de UGT y
guardaba en su mochila el haber sido la ministra de la subida del salario
mínimo, de los ERTES y de otros mecanismos que salvaron a tantas familias,
empresas y trabajadores.
Yolanda Díaz es
abogada laboralista, se ha criado políticamente bajo las faldas de Comisiones
Obreras y controla el mundo del diálogo social y la arquitectura laboral
española, que no es fácil. Hay que ser muy fanático para no reconocer que Díaz
es una buena ministra de Trabajo. Sin embargo, hay que estar muy ciego para no
reconocer que no tiene talento político. El primer aviso lo dio en la
negociación de la Reforma Laboral, que se aprobó por el ‘voto equivocado’ del
diputado popular Alberto Casero al haber sido incapaz de negociar con Bildu y
ERC.
Ser buen ministro
básicamente es saber gestionar, rodearse de buenos técnicos, buenos asesores y
marcar las prioridades de tu departamento. Ser buen político es, sobre todo,
saber dialogar, llegar a acuerdos, ampliar horizontes y llegar allí donde
parecía que era imposible. Hay casos de buenos ministros que han sido grandes
políticos, así como malísimos ministros que son inmejorables políticos.
Ser nombrado
ministro no convierte a nadie en líder; sin embargo, ser un buen político va
asociado a ser líder. Un político es aquella persona capaz de marcar el camino,
que lo señala y que, sin decirlo, consigue que los demás le sigan. Un buen
político es Pedro Sánchez convocando elecciones generales al día siguiente de
un castañazo en las elecciones municipales y autonómicas. Un buen político es
Irene Montero defendiendo la ley del solo sí es sí en contra de la reacción
machista dentro del poder judicial. Un buen político es Mónica Oltra que
consiguió, desde la periferia, construirse un perfil a escala estatal y tirar
al PP de la Comunidad Valenciana. Nada más y nada menos.
Con aquella gente
de Podemos que hacía tanto ruido, que era tan irreverente y que le quitaban el
sueño a Pedro Sánchez, hubo Presupuestos Generales del Estado todos los años de
la pasada legislatura
Un buen político es
Pablo Iglesias, que le ganó una moción de censura al PP de Mariano Rajoy en la
que no creía ni el PSOE. Lo hizo armando una mayoría progresista y
plurinacional, haciéndole entender a la izquierda federalista que cualquier
dirección de Estado progresista pasaba por sellar alianzas con los partidos
independentistas, del mismo modo que le hizo entender al independentismo que la
resolución democrática de los conflictos territoriales pasaban por sacar de la
Moncloa al PP.
Hoy ya casi nadie
se acuerda, pero Pablo Iglesias fue a la cárcel a visitar a los presos
políticos catalanes cuando el PSOE no es que no hablara de ley de amnistía, es
que todavía sonaban en las sedes socialistas los ecos del 155 y del ‘a por
ellos’ con el que jalearon a los guardias civiles y policías que fueron a dar
palos a los catalanes el 1 de octubre de 2017.
El adelanto de las
elecciones catalanas por el no de Sumar a los presupuestos de Pere Aragonés no
es por la oposición al Hard Rock ni tampoco porque los Comunes sean autónomos
de Yolanda Díaz. Eso es relato, que es siempre una forma de mentir. Lo que se
esconde detrás del voto en contra de los Comunes es la incapacidad de Sumar
para entender que defender la plurinacionalidad no es saludar en los idiomas
cooficiales como hacen los presentadores del Benidorm Fest.
Defender la
plurinacionalidad es incluir a los partidos independentistas y/o nacionalistas
en la gobernabilidad del Estado. Entender que la izquierda española sólo avanzará
si cuida su alianza con estos partidos, del mismo modo que ERC o Bildu sólo
podrán avanzar hacia una solución democrática si mantienen su alianza con la
izquierda federalista y juntos empujan al PSOE a ir más allá de lo que se puede
permitir un partido de régimen.
La caída de los
presupuestos catalanes y, con ello, la incapacidad del Gobierno de España de
armar unas cuentas para el Estado no es más que la pérdida de un año de la
legislatura milagro que la movilización progresista y plurinacional logró el
23J. Con aquella gente de Podemos que hacía tanto ruido, que era tan
irreverente y que le quitaban el sueño a Pedro Sánchez, hubo Presupuestos
Generales del Estado todos los años de la pasada legislatura. Con la
discreción, saber estar y todo el favor del poder mediático de Sumar, no hay
presupuestos en el primer año de la nueva legislatura, a pesar de que es el
periodo de luna de miel de cualquier gobierno.
No es muy difícil
adivinar que la legislatura entra en terreno pantanoso y que Pedro Sánchez puede
dentro de unos meses reestructurar el Gobierno, quitarse de encima a Sumar,
bajo el argumento de que Yolanda Díaz no le garantiza la gobernabilidad, y
Sumar no podría oponerse y ni siquiera se podría permitir el lujo de resolver
su rabia votando con PP y Vox para provocar nuevas elecciones. Salvo que
Yolanda Díaz esté dispuesta a morir matando.
Lo único que puede
salvar a Sumar es fortalecerse a la interna, pero tampoco parece que ello vaya
a ser posible a la vista de los conatos de ruptura que existen en Más Madrid,
Compromís y el levantamiento de IU en Andalucía, en contra de un modelo de
cuotas que le otorga un 30% a una federación que pone el 80% de lo que
significa Sumar al sur de Despeñaperros. Con Podemos fuera de Sumar, el
aglutinante que unía a todas las piezas se ha evaporado y la guerra ahora es de
todos contra todos. La cosa podría haber sido diferente. Así lo imaginó el
equipo de Mónica Oltra en una cafetería de Valencia en 2021.
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