TOCARLE LAS BOLAS AL PAPA (BENDITA
SEMANA SANTA)
JUAN CARLOS MONEDERO
Miembros del clero en la
basílica de San Pedro, en el Vaticano, el 18 de marzo de 2024. REUTERS/Yara
Nardi
La palabra soltero significa en su origen, y en buena lógica, solitario. Más llamativo es que en inglés soltera se diga spinster, palabra que viene de hilar. Algo así como la que hila o zurce. Como cuenta Ivonne Bordelois en La palabra amenazada (Libros del Zorzal, 2017), en los comienzos del capitalismo, las mujeres sin marido sólo podían ganarse la vida hilando. El desarrollo económico, contará Silvia Federici en Calibán y la bruja (Traficantes de sueños, 2004), obligaba a convertir a las mujeres en paridoras. La prostitución, que hasta entonces había sido una salida económica, se había prohibido, no tanto como un mal moral sino porque, como escape a la tensión sexual alejada de la reproducción, evitaba proporcionar la legión de trabajadores que el incipiente modelo económico iba necesitando. En La bella durmiente, la bruja malvada va vestida de hilandera, espejo del futuro que esperaba a las mujeres que no tenían marido. Para que las niñas aprendieran.
Aunque la
democracia tiene que ver con el demos -el pueblo ciudadano- y Kratos -una de
las maneras de definir el poder en el mundo griego-, la política, incluso la
democrática, tiene siempre dirigentes. Todos los procesos democratizadores son
formas de controlar y repartir el poder, es decir, de limitar la capacidad
dirigente de las clases dirigentes. Dime contra quién luchas y te diré quién
eres. Las mayorías, como en los dibujos clásicos en forma de pirámide,
sostienen sobre sus espaldas a los poderosos -banqueros, generales, obispos- y
suelen rebelarse cuando las diferencias se les hacen insoportables. Ese es el
"motor de la historia" del que hablaba Marx: un estar hasta las
narices que te invita a jugártela.
La historia siempre
es la historia de los más contra los menos, con la paradoja de que, incluso entre
los más, siempre hay dirigentes. Sin un padre, las familias se mueven peor.
Jefe (del francés chef), como capataz, caporal y capitán tienen la misma raíz,
que comparten con cabecilla, caudillo y capo, aunque también con cabestro,
capital, capricho y decapitar. Cosas de la cabeza (caput). Los líderes son
depositarios de la voluntad colectiva y por eso, cuando has asumido esa
representación, ya no puedes reclamar ser solo tú mismo. Se ha abierto cierto
revuelo porque el cabecilla de la izquierda nacida del 15M y que cosechó cinco
millones de votos ha abierto un bar en Lavapiés en forma de parque temático de
la izquierda. No extraña que no haya hecho uso de las puertas giratorias, sino
que haya montado un bar que se parece al que montarían un grupo de chavales en
un local de barrio. Con la diferencia de que los chavales todavía sueñan con la
revolución mientras que los mayores parecer decir que como ya no puedes hacer
la revolución, te la bebes. La simbología rebelde de los millennial, y vaya
usted a saber qué hará la generación Z, está llena de sorpresas. En el 15M
decíamos: apartaros sesentayochistas que nosotros vamos en serio. Doctores
tiene la Iglesia. Sírvanse otro mojito.
Hablando de la
Iglesia, aunque la cabeza es donde está el cerebro, la boca y la lengua, no
siempre parece que tengamos la cabeza sobre los hombros. El ser humano vive en
sociedad para burlar la muerte y cuando sube la incertidumbre la inquietud
tiene más espacio y la zozobra nos agita. Se popularizó una frase de Ignacio de
Loyola que, sin embargo, nunca dijo. Porque en tiempos de tribulación (es
decir, de adversidad, tormento o aflicción personal) es más probable que haya
que cambiar a que haya que perseverar. Escribió el buen santo -que tan bien ha
enseñado a sus seguidores a hacer dineros- en la Quinta Regla de la Primera
Semana de los Ejercicios Espirituales: "En tiempo de desolación nunca
hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos y determinación en
que estaba el día antecedente a la tal desolación, o en la determinación en que
estaba en la antecedente consolación. Porque así como en la consolación nos
guía y aconseja más el buen espíritu, así en la desolación el malo, con cuyos
consejos no podemos tomar camino para acertar". Esto es, que en momentos
donde se duda de las cosas verdaderas, como Dios -uno diría, como la
democracia- y tiene la tentación de caminar hacia el "mal espíritu"
-uno diría, hacia la derecha y la extrema derecha-, conviene hacer acopio de
fuerzas y aguantar el temporal.
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En esta Semana
Santa, donde al pobre Cristo le van a hacer todo tipo de putadas, no por
sabidas menos inquietantes, conviene reposar el cuerpo y la mente y mirar con
sosiego lo que nos pasa, para que lo que nos pase no sea que no sepamos lo que
nos pasa. Basta mirar el sitio donde en las sociedades liberales por definición
se parlamenta, que es el Parlamento, para ver que la pobreza argumental, el
encanallamiento del debate, la privatización de las instituciones, la ira entre
los propios y la corrupción se han convertido en los cinco jinetes del
Apocalipsis de la política en estos últimos tiempos. Mientras, la extrema
derecha, que siempre saca tajada de la polarización -es en esa cacofonía donde
puede decir "todos los políticos son iguales" – tiene la habilidad,
servida por sus medios de comunicación, de colar en ese totum revolutum, a los
Milei, los Abascal, las Ayuso y las Cayetanas.
La Semana Santa es,
junto con las Navidades, cuando el gran teatro de la Iglesia brilla con todo su
esplendor. La representación del pasado, la bruma tranquila y familiar del
relato de la pasión, la sangre coagulada que no agrede, el encuentro de
autoridades y creyentes en procesión compartida hacia el futuro, velos, tocas,
peinetas, medallas, tambores, nazarenos, militares condecorados en tiempos de
paz y obispos con la casulla recosida porque cada años están un poco más gordos
de tanto comer grasas saturadas.
Y, claro, reyes y
aristócratas, siempre antiguos y siempre renovados. La monarquía es un régimen
político donde con cada nuevo monarca se amnistían absolutamente las fechorías
del anterior y, de paso, de toda la institución. Son el ejemplo más claro de
vulneración del imperio de la ley. Es curioso que, en España, los que están a
favor de la amnistía eterna de los monarcas (o lo estuvieron de los golpistas
del 23F), estén en contra de la amnistía de los políticos catalanes. Y en
verdad lo están solo porque pone en peligro la monarquía al poner en peligro la
unidad de su cortijo. El mesianismo de unos y el odio de otros culminan la
representación donde Puigdemont quisiera estar crucificado en el Monte Gólgota
-en Montserrat-, clavados a su izquierda Junqueras y a su derecha alguno de sus
tesoreros, mientras le clava una lanza en el costado alguno de los militares
del golpe del 23F que recibieron menos pena que el ex presidente de la
Generalitat por participar en un intento de derribar la Constitución sacando
los tanques a la calle y secuestrando el Parlamento.
En esta santa
semana, parece que en la política española todo se hace por cojones (de coelus,
bolsa de cuero). Testículos significa, según el diccionario de Corominas,
testigos pequeños, y, seguramente, lo que testificaban era la virilidad del
sujeto, aunque sea atractiva la idea esa de que era costumbre de los romanos
agarrarse los huevos cuando juraban, algo de lo que no hay mayor constancia
pero que gusta a los mayores de cincuenta años que miran con recelo a las
feministas. Dice otra leyenda que a los obispos le colaron a la papisa Juana
con el nombre de Juan VIII (papa entre 872 y 882), algo de lo que solo se
percatarían porque dio a luz en mitad de una procesión. Para que luego digan
que el teatro católico no es el mejor del mundo. A partir de entonces sería
costumbre sentar al nuevo papa en la silla llamada sedia stercoraria, una silla
de madera con un agujero donde el nuevo pontífice dejaba a la ley de la
gravedad sus ovaladas consecuencias. El más joven de los cardenales, llamado
palpati -en la Iglesia siempre han sido exquisitos en sus gustos- era el
encargado de verificar la tegumentación del elegido: Duos habet et bene
pendentes, es decir, tiene dos y los tiene bien colgando, frase con la que
certificaba que todo estaba como rezan los cánones. Si bien todo esto parece
ser un mito, lo que ha permanecido es el gusto de los sacerdotes por los
palpati menores de edad y la afición a tocarle las bolas al papa Francisco
siempre que pueden.
Quien pone los
nombres, manda, y eso pasa en el colegio, donde el matón pone los motes; en la
mili, donde el sargento chusquero te rebautizaba; en la guerra, donde los
muertos solo son "daños colaterales", y en la preparación de la
guerra, donde el mayor gasto en armamento se justifica acojonando al personal
(esto es, apretándoles la bolsa de cuero). Quizá por eso a las mujeres les gusta
menos la guerra, porque no cuentan con ellas más que para que les caigan las
bombas o hacer de enfermeras. Ellas, dice el mito, tampoco podían dar
testimonio porque no podían agarrarse los cojones. Pues menos mal, diríamos
algunos.
Orgullo y orgasmo
tienen la misma raíz, igual que copla y cópula. De manera que, si te van a
joder, algo irreparable cuando de la política solo sale estruendo vacío y del
poder tambores de guerra, parece mejor remedio dedicarte a esos menesteres por
ti mismo, aunque sea tiempo de cuaresma, que alivianados estaremos mejor
preparados para volver a las calles. Calle viene de callis, sendero, que abría
la costumbre de paso en animales. También callo, que es una dureza por la
costumbre y el roce. En la desolación no hay que hacer mudanza. En la
tribulación sí. Con urgencia, porque la democracia está convirtiéndose en una
carcasa vacía, con los ricos cada vez más ricos, con jueces alquilados por los
poderosos -los jueces no se venden, sólo se alquilan- y los periodistas, que sí
se venden, diciendo que Jesucristo exagera con eso de los clavos y los
latigazos. Atentos. Y buena Semana Santa.
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