viernes, 29 de marzo de 2024

HUMANIZAR LO GUANCHE, DESCOLONIZAR LOS MUSEOS

 

HUMANIZAR LO GUANCHE, DESCOLONIZAR

 LOS MUSEOS

Las instituciones canarias reclaman la devolución de cuerpos indígenas tratados como simples curiosidades, pero no se han replanteado qué hacer con los restos precoloniales expuestos en las propias islas

ROBERTO GIL HERNÁNDEZ

Estatuas de los reyes guanche Guise y Ayose e Fuerteventura,

Islas Canarias. / Cayambe

En un episodio de la novela Nos dejaron el muerto (1984), Víctor Ramírez relata cómo uno de sus personajes, don Ignacio Perpetuo, decide encerrarse en una cueva para “dejarse morir” como los antiguos canarios. Sus anhelos se cruzan con los del pensador ilustrado José de Viera y Clavijo, quien, dos siglos antes, en una carta enviada desde Madrid a su amigo Fernando de la Guerra, aseguraba que, cuando pensaba en regresar al archipiélago, le sobrevenía el deseo de unir sus “huesos con los de los guanches en las cuevas de sus sepulcros”.

 

Entre 1586 y 1590, el historiador Gaspar Frutuoso relata que los descendientes de los indígenas canarios todavía “se ofenden y se afrentan mucho si alguien osa tocar” las cuevas donde descansan los restos de sus antepasados. Mientras que, en plena Transición, una de las primeras movilizaciones que se producen en las islas es por la “conservación de la cultura material y espiritual canaria” a través del yacimiento arqueológico de El Agujero-La Guancha, donde también había restos indígenas.

 

Todas estas anécdotas no son fruto de la casualidad. Obedecen, por el contrario, a una pauta que evidencia los afectos que la sociedad canaria aún profesa hacia su cultura precolonial. Esta querencia espectral se concreta en numerosos ejemplos que abarcan desde su conquista hasta la actualidad, aunque dicha tendencia no ha impedido que los restos humanos de sus primeras poblaciones continúen siendo tratados como objetos. La colonialidad histórica del archipiélago ha legitimado no solo su incautación, tráfico y destrucción, sino también su exposición pública como si estos fueran simples curiosidades, souvenirs.

 

Semejante trasiego de cuerpos indígenas siempre ha generado una fascinación siniestra. De hecho, la momia guanche o xaxo más conocida se exhibe en el Museo Arqueológico Nacional (MAN), en Madrid. Se trata de un hombre fallecido en la primera mitad del siglo XIII, de unos 40 años, cuyos rasgos coinciden con los de una persona negra. Su cuerpo fue sustraído de una cueva sepulcral con cuantiosos restos humanos ubicada en el barranco de Erques, en Tenerife, probablemente en 1764.

 

Una vez en la capital de España, el xaxo de Erques fue obsequiado a Carlos III, permaneció en el Real Gabinete de Historia Natural y, a finales del siglo XIX, pasó a formar parte de la colección del doctor Pedro González de Velasco, promotor del Museo Nacional de Antropología. Allí estuvo expuesta hasta su traslado definitivo al MAN en 2015. Las autoridades canarias han requerido su regreso a las islas de forma recurrente durante décadas. Dichas demandas se intensificaron a partir de 2003, tras el éxito que supuso la vuelta de otros dos xaxos que poseía el Museo Municipal de Ciencias Naturales de Necochea, en Argentina. Hoy se sabe que existen xaxos también en museos de Londres y París, pero son más numerosos los restos humanos que conforman las exposiciones de los centros arqueológicos insulares, como El Museo Canario o el Museo de la Naturaleza y la Arqueología (MUNA).

 

Este panorama contrasta con la tendencia descolonizadora que se está abriendo paso a nivel planetario. Tras la publicación en 2018 del informe Sarr-Savoy, los gobiernos de las antiguas potencias europeas han iniciado un proceso de devolución de bienes y restos humanos despojados a sus antiguas colonias. Al mismo tiempo, se ha cuestionado éticamente el mantenimiento de aquellas colecciones constituidas gracias a la violencia colonial. Lo que se persigue es reconocer los crímenes inherentes al colonialismo y propiciar la restitución material y simbólica de las comunidades que los padecieron.

 

En Canarias, territorio indispensable para entender el avance de la Europa moderna hacia África y América, se ha tratado poco esta cuestión. Solo cuando el debate se ha extendido a todo el Estado sus instituciones han empezado a pronunciarse. No obstante, solicitudes de devolución como la del xaxo de Erques siguen obviando un tema central: ¿cómo restituir la humanidad de los restos indígenas que siguen expuestos en las islas?

 

Hay quienes niegan el problema y aseguran que los museos, en cuanto que organismos científicos, no tienen la capacidad de agraviar a la población precolonial. Otras personas expertas opinan que este dilema se resolvería con una advertencia acerca de los procesos de construcción del conocimiento que justifican el manejo actual de tales vestigios. Sin embargo, en Canarias aún no se ha documentado ni un solo caso en que hayan sido confiscados, expuestos o traficados otros cuerpos que no sean los de sus indígenas (a excepción de su población esclavizada procedente del África continental). En otras palabras, no existe ni ha existido jamás ningún espacio en que los restos de quienes conquistaron las islas y sus descendientes fueran expuestos en la misma forma y cantidad en que se ha hecho con su antigua sociedad.

 

Se puede afirmar, por tanto, que la colonialidad que legitimó el epistemicidio indígena en el archipiélago hace quinientos años, también justifica el trato dispensado a sus restos humanos en el presente. Y, frente a este proceso explícito de deshumanización indígena, las administraciones, la comunidad científica y la sociedad civil canaria tienen una enorme responsabilidad: llegar a acuerdos que afiancen en su memoria colectiva la dignidad que merecen dichas poblaciones.

 

Como he tratado de mostrar, este apego espectral por lo guanche es evidente a nivel social y cultural. De modo que, aunque es cierto que se siguen registrando agresiones a su patrimonio precolonial, cada vez son más quienes lo asumen como parte indisociable de su herencia cultural. Por eso la población canaria es, desde mi punto de vista, la más concienciada para liderar la descolonización de los museos impulsada por el Ministerio de Cultura.

 

Ahora bien, para lograrlo se debe superar el marco positivista que sigue negando los vínculos históricos entre ciencia y colonialismo. Tampoco ayudan a solucionar el asunto los marcos retóricos en los que se han enrocado la mayoría de las instituciones canarias. Me refiero, por ejemplo, a las que abogan por la repatriación de los cuerpos indígenas al tiempo que niegan su dignificación. Frente a estas opciones gana fuerza la idea de devolver sus restos, siempre que sea posible, a los túmulos y cuevas donde se sabe que fueron depositados, tal como propone la Fundación Tamaimos. Con ello, no solo se contribuiría a restituir el daño causado por su expolio, sino también se resignificaría el territorio insular otorgando un valor inédito a su pasado precolonial.

 

En conclusión, para suturar la herida que funda la sociedad canaria es preciso introducir transformaciones que afecten su realidad. Entre ellas destaca la admisión de formas inéditas de encarar el trauma colonial sobre el cual se ha escrito su historia. No creo que exista otra manera de afrontar el inevitable asedio que nos producen los vestigios del mundo indígena. Al fin y al cabo, lo espectral es algo más que eso: la proyección de un ideal de justicia, la construcción de un pasado por venir.

 

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Roberto Gil Hernández es doctor por la Universidad de La Laguna, donde da clases de Sociología. Ha publicado Los fantasmas de los guanches (Idea, 2019), En el Nombre de Canarias (TEA, 2021) y Patrimonializar todo (Gobierno de Canarias, 2023).

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