HUMANIZAR LO GUANCHE, DESCOLONIZAR
LOS MUSEOS
Las
instituciones canarias reclaman la devolución de cuerpos indígenas tratados
como simples curiosidades, pero no se han replanteado qué hacer con los restos
precoloniales expuestos en las propias islas
ROBERTO
GIL HERNÁNDEZ
Estatuas de los reyes guanche
Guise y Ayose e Fuerteventura,
Islas Canarias. / Cayambe
En un episodio de la novela Nos dejaron el muerto (1984), Víctor Ramírez relata cómo uno de sus personajes, don Ignacio Perpetuo, decide encerrarse en una cueva para “dejarse morir” como los antiguos canarios. Sus anhelos se cruzan con los del pensador ilustrado José de Viera y Clavijo, quien, dos siglos antes, en una carta enviada desde Madrid a su amigo Fernando de la Guerra, aseguraba que, cuando pensaba en regresar al archipiélago, le sobrevenía el deseo de unir sus “huesos con los de los guanches en las cuevas de sus sepulcros”.
Entre 1586 y 1590,
el historiador Gaspar Frutuoso relata que los descendientes de los indígenas
canarios todavía “se ofenden y se afrentan mucho si alguien osa tocar” las
cuevas donde descansan los restos de sus antepasados. Mientras que, en plena
Transición, una de las primeras movilizaciones que se producen en las islas es
por la “conservación de la cultura material y espiritual canaria” a través del
yacimiento arqueológico de El Agujero-La Guancha, donde también había restos
indígenas.
Todas estas
anécdotas no son fruto de la casualidad. Obedecen, por el contrario, a una
pauta que evidencia los afectos que la sociedad canaria aún profesa hacia su
cultura precolonial. Esta querencia espectral se concreta en numerosos ejemplos
que abarcan desde su conquista hasta la actualidad, aunque dicha tendencia no
ha impedido que los restos humanos de sus primeras poblaciones continúen siendo
tratados como objetos. La colonialidad histórica del archipiélago ha legitimado
no solo su incautación, tráfico y destrucción, sino también su exposición
pública como si estos fueran simples curiosidades, souvenirs.
Semejante trasiego
de cuerpos indígenas siempre ha generado una fascinación siniestra. De hecho,
la momia guanche o xaxo más conocida se exhibe en el Museo Arqueológico
Nacional (MAN), en Madrid. Se trata de un hombre fallecido en la primera mitad
del siglo XIII, de unos 40 años, cuyos rasgos coinciden con los de una persona
negra. Su cuerpo fue sustraído de una cueva sepulcral con cuantiosos restos
humanos ubicada en el barranco de Erques, en Tenerife, probablemente en 1764.
Una vez en la
capital de España, el xaxo de Erques fue obsequiado a Carlos III, permaneció en
el Real Gabinete de Historia Natural y, a finales del siglo XIX, pasó a formar
parte de la colección del doctor Pedro González de Velasco, promotor del Museo
Nacional de Antropología. Allí estuvo expuesta hasta su traslado definitivo al
MAN en 2015. Las autoridades canarias han requerido su regreso a las islas de
forma recurrente durante décadas. Dichas demandas se intensificaron a partir de
2003, tras el éxito que supuso la vuelta de otros dos xaxos que poseía el Museo
Municipal de Ciencias Naturales de Necochea, en Argentina. Hoy se sabe que
existen xaxos también en museos de Londres y París, pero son más numerosos los
restos humanos que conforman las exposiciones de los centros arqueológicos
insulares, como El Museo Canario o el Museo de la Naturaleza y la Arqueología
(MUNA).
Este panorama
contrasta con la tendencia descolonizadora que se está abriendo paso a nivel
planetario. Tras la publicación en 2018 del informe Sarr-Savoy, los gobiernos
de las antiguas potencias europeas han iniciado un proceso de devolución de
bienes y restos humanos despojados a sus antiguas colonias. Al mismo tiempo, se
ha cuestionado éticamente el mantenimiento de aquellas colecciones constituidas
gracias a la violencia colonial. Lo que se persigue es reconocer los crímenes
inherentes al colonialismo y propiciar la restitución material y simbólica de
las comunidades que los padecieron.
En Canarias,
territorio indispensable para entender el avance de la Europa moderna hacia
África y América, se ha tratado poco esta cuestión. Solo cuando el debate se ha
extendido a todo el Estado sus instituciones han empezado a pronunciarse. No
obstante, solicitudes de devolución como la del xaxo de Erques siguen obviando
un tema central: ¿cómo restituir la humanidad de los restos indígenas que
siguen expuestos en las islas?
Hay quienes niegan
el problema y aseguran que los museos, en cuanto que organismos científicos, no
tienen la capacidad de agraviar a la población precolonial. Otras personas
expertas opinan que este dilema se resolvería con una advertencia acerca de los
procesos de construcción del conocimiento que justifican el manejo actual de
tales vestigios. Sin embargo, en Canarias aún no se ha documentado ni un solo
caso en que hayan sido confiscados, expuestos o traficados otros cuerpos que no
sean los de sus indígenas (a excepción de su población esclavizada procedente
del África continental). En otras palabras, no existe ni ha existido jamás
ningún espacio en que los restos de quienes conquistaron las islas y sus
descendientes fueran expuestos en la misma forma y cantidad en que se ha hecho
con su antigua sociedad.
Se puede afirmar,
por tanto, que la colonialidad que legitimó el epistemicidio indígena en el
archipiélago hace quinientos años, también justifica el trato dispensado a sus
restos humanos en el presente. Y, frente a este proceso explícito de
deshumanización indígena, las administraciones, la comunidad científica y la
sociedad civil canaria tienen una enorme responsabilidad: llegar a acuerdos que
afiancen en su memoria colectiva la dignidad que merecen dichas poblaciones.
Como he tratado de
mostrar, este apego espectral por lo guanche es evidente a nivel social y
cultural. De modo que, aunque es cierto que se siguen registrando agresiones a
su patrimonio precolonial, cada vez son más quienes lo asumen como parte
indisociable de su herencia cultural. Por eso la población canaria es, desde mi
punto de vista, la más concienciada para liderar la descolonización de los
museos impulsada por el Ministerio de Cultura.
Ahora bien, para
lograrlo se debe superar el marco positivista que sigue negando los vínculos
históricos entre ciencia y colonialismo. Tampoco ayudan a solucionar el asunto
los marcos retóricos en los que se han enrocado la mayoría de las instituciones
canarias. Me refiero, por ejemplo, a las que abogan por la repatriación de los
cuerpos indígenas al tiempo que niegan su dignificación. Frente a estas
opciones gana fuerza la idea de devolver sus restos, siempre que sea posible, a
los túmulos y cuevas donde se sabe que fueron depositados, tal como propone la
Fundación Tamaimos. Con ello, no solo se contribuiría a restituir el daño
causado por su expolio, sino también se resignificaría el territorio insular
otorgando un valor inédito a su pasado precolonial.
En conclusión, para
suturar la herida que funda la sociedad canaria es preciso introducir
transformaciones que afecten su realidad. Entre ellas destaca la admisión de
formas inéditas de encarar el trauma colonial sobre el cual se ha escrito su
historia. No creo que exista otra manera de afrontar el inevitable asedio que
nos producen los vestigios del mundo indígena. Al fin y al cabo, lo espectral
es algo más que eso: la proyección de un ideal de justicia, la construcción de
un pasado por venir.
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Roberto Gil
Hernández es doctor por la Universidad de La Laguna, donde da clases de
Sociología. Ha publicado Los fantasmas de los guanches (Idea, 2019), En el
Nombre de Canarias (TEA, 2021) y Patrimonializar todo (Gobierno de Canarias,
2023).
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