Ya nos dijo Aznar que "los
ricos no pagan"
ANA PARDO DE VERA
La revolución fiscal que nos prometía el presidente del Gobierno, José María Aznar, en su primera legislatura -respaldada por la CiU de Pujol y el PNV de Arzalluz- venía avalada por esta declaración rotunda: "Los ricos no pagan". El líder del PP la dijo en 1998 ante un grupo de periodistas, dos años después de echar a Felipe González (PSOE) de La Moncloa: no era cierto que, como decían los socialistas, esa reforma prometida pretendiera beneficiar a las rentas más altas, se defendía Aznar -inspector de Hacienda en excedencia, por cierto-, porque "según el IRPF, en España no hay ricos".
Estamos
en 2024, y aunque hemos mejorado un poco en los últimos años, hay tres
cuestiones clave que se desprenden del libro Los ricos no pagan IRPF. Claves para afrontar el debate
fiscal, de Carlos
Cruzado y José María Mollinedo (Capitán Swing), aparte de que es un texto que todos/as deberíamos
tener para enterarnos bien de ambas. Primero, como dijo el expresidente del
Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y del Tribunal Supremo, Carlos Lesmes, la ley está pensada "para el robagallinas" y no
para el gran defraudador,
por lo que la gran corrupción campa a sus anchas; segunda, los instrumentos que
tienen las grandes fortunas bien asesoradas para eludir impuestos son un
chollo, y tercero, si el gran defraudador es pillado con las manos en la masa,
los avisos previos para regularizar la
situación (Juan Carlos I, rey emérito, el ejemplo más sangrante),
le evitan obscenamente la responsabilidad penal, o los pactos entre el evasor y
la Fiscalía y la Abogacía del Estado -que representa a la Agencia Tributaria-
pueden llegar a beneficiarlo en comparación con lo que supondría una sanción
administrativa (en fraudes fiscales inferiores a 120.000 euros)
El
libro de Cruzado y Mollinedo es interesante de la primera a la página 240, para
estudiar, para subrayar, para retener y convencernos de que aquí se lo están llevando crudo los más ricos, con la bendición de
las leyes, mientras un grupo de infelices pagamos los impuestos que sostienen
un cada vez más precario Estado del bienestar. Una reforma fiscal
que no deje colarse a Messi, por ejemplo, con la salida más favorable y de la
forma más cuestionable para el futbolista ("La paradoja Messi", págs.
194-195), como fue la reforma Montoro de
2012 (el ministro fanático de la curva de Laffer que
se negó a sí mismo con una subida de impuestos que tumbó la comba) o, para ir
pronosticando el futuro, que no permita a defraudadores de brocha gorda,
factura falsa y Maserati, como la pareja de Isabel Díaz Ayuso,
alcanzar jugosos acuerdos cuando, al margen del presunto fraude fiscal y la
falsificación de documentos por los que ya está imputado-investigado, su afán
delictivo se nutrió de un momento de emergencia nacional, con las instituciones
colapsadas y la gente muriendo por cientos al día de covid.
La
reforma fiscal eternamente prometida por este Gobierno de coalición no es solo
un instrumento que la socialdemocracia más elemental califica de imprescindible
para el cacareado mantra del "quien más tiene más paga"; también es un instrumento de control y lucha contra la corrupción,
si realmente la intención de Pedro Sánchez es diferenciarse del PP en cuanto a
la prevención y la reacción contra la misma, como insisten en
decirnos. Expulsar a los corruptos, asumir responsabilidades políticas está
bien, muy bien teniendo en cuenta que por norma general, culpables y
responsables se quedaban enganchados como percebes a la roca del salario
público, pero esta sociedad necesita más. Necesitamos una reforma fiscal que
garantice herramientas y personal suficiente a Hacienda para el control de la
recaudación, una legislación más estricta que impida pasar al tiburón "tranquilamente" por la
telaraña donde quedan atrapados nada más que mosquitos y otros bichillos o un pacto político que no solo prohíba los
indultos a condenados por corrupción, por ejemplo, sino que penalice también a
los altos cargos por su responsabilidad in vigilando expulsándolos
inmediatamente de las instituciones. La necesitamos ya o no nos
creeremos nada de lo que dicen o dicen hacer.
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