POR QUÉ SOY
DE EXTREMA IZQUIERDA
POR RAFALE NARBONA
Soy de extrema izquierda porque Esperanza Aguirre odia a la
extrema izquierda. Cada vez que oigo sus rebuznos, acusando de terroristas a
los que luchan por un futuro sin pobreza, exclusión y precariedad, advierto que
mi corazón se incendia de rabia y fervor revolucionario. Soy de extrema
izquierda porque el asno de José María Aznar calumnia a Ernesto Che Guevara,
afirmando que es un terrorista y yo creo que es un héroe, un hombre honesto,
valiente y comprometido. José María Aznar cobra sueldos millonarios por
impartir conferencias –algo incomprensible- y asesorar empresas –algo no menos
asombroso-, mientras el Che renunció a cualquier privilegio cuando triunfó la
Revolución cubana y continuó su actividad insurgente en el Congo y Bolivia,
enfrentándose con entereza a la muerte. Soy de extrema izquierda porque el Che
combatió hasta el último momento, con los pies envueltos en vendas y el pelo
enredado. En cambio, Aznar no sale de su casa sin peinarse el bigote, domar con
gomina su melena de pijo y comprobar que la chacha ha dejado brillantes sus
mocasines. Soy de extrema izquierda porque me repugna la jeta de
Ruiz-Gallardón, con sus cejas de energúmeno fascista, y no soporto la cara
avinagrada de Cristina Cifuentes, con su frente hirviendo de fantasías
truculentas. La Delegada del Gobierno de Madrid añora el garrote vil, la rueda
de despedazamiento y la pira inquisitorial. Soy de extrema izquierda porque
nada me produce más regocijo que la imagen de un guerrillero, con su fusil
dispuesto a asaltar los cielos y sus ojos llenos de coraje y determinación.
Soy de extrema izquierda porque me sobrecojo de espanto cuando
me cruzo con la Guardia Civil y siento deseos de orinar en los muros de la
Audiencia Nacional, imitando a los poetas de la Generación del 27 que
descargaron sus vejigas en la fachada de la Real Academia de la Lengua. La
Guardia Civil siempre estará asociada a la tortura, la lucha contra el maquis y
la represión de los jornaleros que se atrevieron a rebelarse contra el amo. El
tricornio es un símbolo profundamente español. Nadie olvidará la masacre
provocada por los guardias civiles que dispararon balas de goma y munición real
–según algunos testigos- contra los subsaharianos que intentaban pisar la playa
El Tarajal, peleando contra el agua para no morir ahogados. Los guardias
civiles gritaban “¡Vamos, cabrones!”. Eso es muy español. La Audiencia Nacional
también es muy española, pues se creó para combatir a rojos y separatistas. No
importa que ya no se llame Tribunal de Orden Público. En su interior, solo
acontecen infamias. Se protege a los torturadores del franquismo y se condena a
prisión a los raperos que escriben canciones llenas de legítima ira. Soy de
extrema izquierda porque en el Estado español hay presos políticos, como
Arnaldo Otegi y tal vez en un futuro no muy lejano Pablo Hásel, que no se ha
dejado intimidar por la indignidad de unos togados serviles y arribistas. No
reconozco ninguna autoridad moral a la justicia española, pues el régimen de incomunicación
y los ficheros FIES son una forma de tortura y los jueces colaboran con esta
aberración, pese a las protestas internacionales. En España, se violan los
derechos humanos y en el Congreso de los Diputados –la peor cueva de bellacos y
ladrones que han visto los siglos- solo unos pocos se aventuran a denunciarlo.
Sabino Cuadra es una de esas excepciones, pero no es español, sino vasco. Creo
que Euskal Herria no es España y apoyo el derecho de autodeterminación de los
pueblos. Ser de extrema izquierda significa solidarizarse con los oprimidos.
Palestinos, saharauis, mapuches, vascos. No importan las banderas, sino la
esperanza. Al final, siempre se trata de la misma batalla.
Nací en el putrefacto Madrid, pero odio ser español. Soy de
extrema izquierda porque España no me parece una nación, sino un estercolero
alumbrado por los Borbones y los espadones que han demostrado su valor,
exterminando a maestros, sindicalistas, anarquistas, comunistas, socialistas,
liberales, republicanos, ateos, poetas, feministas. Soy de extrema izquierda
porque volaría el Valle de los Caídos, el mayor monumento fascista del planeta
y una horrible basílica que exalta la violencia y la política genocida de la
dictadura franquista. Volar el Valle de los Caídos no es terrorismo, pues una
demolición controlada sería tan ética y necesaria como la destrucción de la
mansión de Hitler en los Alpes bávaros. Los jueces de la Audiencia Nacional le
devuelven el pasaporte a Billy el Niño, un psicópata que torturó impunemente a
centenares de luchadores antifranquistas, y persigue a los jóvenes vascos que
pegan carteles pidiendo el fin de la dispersión penitenciaria. Soy de extrema
izquierda porque no creo en la presunción de veracidad que se atribuye a las
Fuerzas de Seguridad del Estado. Los esbirros de la UIP lloriquean cuando les
aporrean, pero nadie les pide cuentas cuando mutilan a los manifestantes con
pelotas de goma. ¿Qué sucede con los dos jóvenes que perdieron la visión de un
ojo y un testículo el 22-M por el delito de participar en una manifestación
contra las políticas de austeridad? ¿Acaso no son compatriotas de Jorge
Fernández Díaz, Ministro del Interior, que felicitó a la UIP por su actuación y
no mostró ninguna preocupación por esos dos jóvenes, condenados a vivir con
graves limitaciones físicas?
Soy de extrema izquierda porque España levanta muros y coloca
concertinas para frenar una inmigración instigada por la desesperación y el
hambre. Soy de extrema izquierda porque la actriz y chabolista Carina Ramírez
ha ingresado en prisión por robar chatarra hace cinco años, mientras se
encontraba en paro y, en cambio, José María Aznar y Felipe González, ambos
responsables de crímenes contra la humanidad (Irak, Afganistán, el GAL), se
pasean tranquilamente por foros públicos, impartiendo lecciones de moralidad.
Soy de extrema izquierda porque los desahucios me parecen un crimen execrable.
En España, el suicidio ya es la primera causa de muerte violenta. Soy de
extrema izquierda porque opino que los bancos deben ser expropiados y la CEOE enviada
a Groenlandia para coexistir con los pingüinos, aprendiendo de estas nobles
aves el arte de la supervivencia en un medio hostil. Las SICAV y el IBEX-35 no
son las siglas de prósperas empresas o turbios paraísos fiscales, sino el
terrorífico anagrama de un nuevo Imperio galáctico, cuyo propósito es dominar
el mundo, sometiendo a la clase trabajadora y aniquilando a los alborotadores.
Soy de extrema izquierda porque odio los toros y aborrezco el diario El País,
que ha engañado a sus lectores durante décadas. Al menos yo, me siento estafado
y me gustaría que me devolvieran hasta el último céntimo –o la última peseta-
que me he gastado, comprando y tragándome sus repulsivas mentiras. Soy de
extrema izquierda porque José Ignacio Wert, Ministro de Educación, Cultura y
Deporte, ha lanzado una cruzada contra las familias pobres, con el perverso
objetivo de que los hijos de los obreros ya no puedan estudiar en la
universidad. Wert se parece a Nosferatu y juraría que se alimenta de sangre
humana. Hay muchos más motivos para ser de extrema izquierda, pero no quiero
extenderme más y, sencillamente, finalizo este panfleto, vociferando: “¡Soy de
extrema izquierda porque me sale de los cojones y porque ser de extrema
izquierda significa estar al lado del pobre, el paria, el excluido, el enfermo
y el marginado!”. Que cada uno escoja su bando. Yo tengo muy claro dónde está
mi trinchera y apunto hacia un porvenir con libertad, justicia, dignidad e
igualdad.
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