LA CULTURA DE
LA VIOLACIÓN
CONCHA SOLANO
Era uno de esos días y a las tres y poco del mediodía no había
ni un alma. Iba con mi bicicleta pensando en mis cosas cuando giro la vista y
observo junto a un coche a un hombre que tenía la bragueta bajada y se
masturbaba ávidamente mientras me miraba pasar.
Volvía del trabajo a casa. La misma ruta de siempre, con mi
bicicleta. Circulaba por el carril bici por una avenida donde se encuentra
ubicada parte de la Universidad de Valencia. Con eso quiero decir que en el mes
de agosto está poco o nada transitada. Era uno de esos días y a las tres y poco
del mediodía no había ni un alma. Iba con mi bicicleta pensando en mis cosas
cuando giro la vista y observo junto a un coche a un hombre que tenía la
bragueta bajada y se masturbaba ávidamente mientras me miraba pasar. Algo en mí
brotó, una rabia visceral como nunca se había manifestado en situaciones
similares, que no han sido pocas. Mi reacción también aumentó si la comparo con
otras respuestas que he tenido ante el mismo hecho. Ayer había algo más. Frené
mi bicicleta en seco, tanto que casi me caigo de morros ya que la parte trasera
se levantó por encima de mi. Me dirigí hacia él, lo miré a la cara y comencé a
gritar socorro como si ese acoso, ese abuso sexual fuera una agresión, una
violación. Y es que lo era. En ese preciso instante me estaban violando a mí y
todas nosotras, otra vez, tantas veces. Todos los días nos violáis a todas y
cada una de nosotras continua e incesantemente, cuando nos miráis lascivamente,
cuando nos lanzáis improperios mal llamados piropos cada vez que ocupamos el
espacio público y os viene en gana, cuando os masturbáis a nuestra costa en
plena calle. que para eso es vuestra y para eso estamos nosotras allí, para ser
violentadas de una manera u otra, además de un largo etcétera de situaciones
que soportamos día a día sin nuestro consentimiento, porque sí, porque vosotros
tenéis esas y otras prerrogativas sobre nosotras. Tanto es así que lo veis, se
ve como natural y todo. Seguí gritando y al ver que no había nadie ni nadie
podía oírme salvo él, que enfundó su armamento en la bragueta y él en su coche,
supongo que sorprendido por mi "desproporcionada reacción" ante un
hecho tan cotidiano, le volví a mirar, esta vez a los ojos, y con toda mi ira
le advertí, "la próxima vez te corto la polla, cabrón".
Y es que este día ha sido un día duro para todas nosotras, como
si algo que hasta ahora había estado velado y que todas intuíamos se hubiera
manifestado de repente, aunque es cierto que con previo aviso, la crónica de
una muerte anunciada. Ya llevan tiempo advirtiéndonos del espejismo de la
igualdad, nos quieren hacer creer con sus acciones y leyes que nuestros cuerpos
no nos pertenecen , que están decididos a disciplinarnos a toda costa. Ejemplos
no faltan, contrarreforma de la ley del aborto, ordenanzas municipales que
regulan los cuerpos de las mujeres en el espacio público cuando hay
"apariencia de prostitución". Hemos recibido todas una noticia que
nos ha dejado en estado de shock, un varapalo que va a hacer historia y estoy
segura que habrá un antes y un después. Ha sido la gota que ha colmado el vaso.
Hoy sabemos que estamos fuera, que el sistema heteropatriarcal y sus
instituciones tienen la intención de proteger y perpetuar esta cultura de la
violación. Hoy tenemos la amarga certeza de que estamos solas en esta guerra,
que no hay aliados posibles y que solo nos tenemos a nosotras mismas.
Y es que estamos inmersas en una cultura que promueve la
violación de las mujeres, que nos enseña a nosotras a protegernos para no ser
violadas pero que enseña promueve e incentiva con todos los medios a su alcance
que los hombres puedan violarnos. Todo un entramado minuciosamente articulado
se encarga de estructurar este discurso, desde las declaraciones de políticos,
las leyes, la administración de justicia, el cine, la televisión, la
publicidad, la literatura, las discográficas o los medios.
El papel de los medios también ha contribuido a legitimar esta
cultura de la violación. El tratamiento de esta noticia me duele y son muchos
los interrogantes que se agolpan en mi mente y en mis vísceras. Nada de lo
leído me cuadra, los datos que nos muestran son contradictorios, pero hay cosas
que no puedo llegar a comprender.
Supongamos que soy yo, como podría ser cualquier otra la que
está trabajando en una caseta de feria. Supongamos que vienen cinco clientes y
que, según algunos testigos "soy amable con ellos" (entiendo que es
lo que se pretende de alguien que trabaja cara al público). Supongamos que
después de mi jornada laboral sigo con ellos charlando y tomando algo. Vayamos
más allá. Supongamos que la fiesta se alarga hasta la madrugada, que me pongo
cachonda y les invito o acepto que vayamos al polígono industrial a seguir la
fiesta, desoyendo, claro está, la instrucción del ministerio del interior de no
hablar con extraños. Supongamos que consiento todo el rato, supongamos que
consiento tener sexo con dos de ellos como ha afirmado el que dice que le robó
el móvil y el bolso. Supongamos que consiento que me filmen para que luego
puedan utilizar esa filmación para cualquier fin que se les ocurra. Supongamos
que consiento que me roben el bolso y el móvil. Supongamos que en un momento
determinado de la noche digo NO, es decir, dejo de consentir. Supongamos que
ellos se molestan y que encima me roban, como ha declarado uno de los chicos
"robaron el bolso y móvil de la chica al disgustarse con ella porque sólo
quería mantener relaciones con los otros dos".
Me aterra la idea de que la propia filmación de esta historia
fuera utilizada como prueba de la defensa. Me pregunto si se filmó con el
consentimiento de ella y con qué objeto lo estaban filmando. Y también me
pregunto si, según se ha dicho, se trataba de dos videos de menos de un minuto,
cómo la señora jueza puede concluir que de ellos "no puede derivarse
ningún indicio de acusación debido a que no se muestra ningún tipo de forcejeo
por parte de ella", como si tuviéramos que estar forcejeando todo el rato
para poder demostrar que la agresión no es consentida. También me sorprende que
se tenga en cuenta las declaraciones de testigos que afirman que ella estuvo
con ellos tomando algo, como si eso probara que posteriormente ella no fue
violada. Bajo mi punto de vista, si todo esto es cierto, el mensaje implícito
es que eso es lo que ocurre si damos signos de promiscuidad, el mismo
tratamiento y el mismo mensaje que encontramos en los casos de agresiones
sexuales o asesinatos de trabajadoras sexuales.
Otro aspecto que me ha llamado la atención es el tema del
informe del forense y las contradicciones a la hora de dar la noticia. El país
el 18 de agosto decía que "los médicos certificaron la violación",
mientras que el 20 de agosto el mismo diario dice que "la causa incluye un
informe médico forense que descarta la violación" cuya fuente, en este
caso, es el letrado de la defensa. Según otras fuentes," la mujer fue
examinada en el hospital por un médico forense, que confirmaba que la joven
sufría un desgarro vaginal y que la agresión sexual había sido consumada".
La cuestión es que se le ha dado la vuelta a la tortilla y ahora
es ella la culpable ya que el hecho de que la señora jueza archive la causa por
falta de pruebas contundentes se ha interpretado como que la denuncia es falsa.
Y así, los pobres muchachos que, según sus propias declaraciones se encuentran
«destrozados» por todo lo que ha ocurrido y aseguran que han recibido
"maltrato psicológico" o "amenazas por parte de la
policía", que les han querido
"destrozar la vida", "que "tienen miedo y vergüenza
de salir a la calle", que "n o hay derecho, hay justicia para la
mujer y también tiene que haberla para el hombre". Este estado de ánimo se
muestra claramente en la fotografía en la que aparecen tres de ellos sonrientes
y en actitud de victoria, uno de ellos con los brazos extendidos o en los
vitoreos y vivas que recibieron al salir del juzgado. Tanto es así que están
pensando en emprender acciones legales contra ella.
Todo este asunto me ha provocado un gran malestar. Opino que es
necesario que digamos basta y seamos intransigentes ante cualquier forma de
abuso de poder por parte sistema heteropatriarcal. Construir, tanto individual
como colectivamente mecanismos de ataque y defensa desde todos los ámbitos de
nuestras vidas, en las relaciones afectivas, sociales o amistosas, en casa, en
el trabajo, en la calle, en tu cama o en un polígono industrial. Se trata, bajo
mi punto de vista, de ocupar el espacio y los espacios que nos corresponden, el
primero de ellos nuestro cuerpo.
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