ORA GAZA Y
SUS MONSTRUOS
ATILIO BORÓN
De golpe me desperté, sobresaltado y bañado en sudor, en la
mitad de la noche. Miré al reloj y eran las 3.25 de la madrugada. Habían
regresado violentamente a mi cerebro las espeluznantes imágenes que viera pocas
horas antes en Dossier, el notable programa de Walter Martínez que Venezolana
de Televisión y teleSUR ponen al aire para decir y mostrar lo que los medios
hegemónicos ni dicen ni muestran.
No se trata de jóvenes vidas segadas criminalmente sino de una
interminable sucesión de imágenes horrorosas de niños despanzurrados,
reventados, acribillados. (Foto: Efe)
Siento como si estuviera en Gaza en el momento en que las
cobardes Fuerzas de Defensa Israelí (FDI) hacen saltar por el aire un edificio
de doce pisos, reducido a llameantes escombros en un abrir y cerrar de ojos,
cegando quien sabe cuántas vidas, proyectos, ilusiones, anhelos de gentes cuyo
único pecado era ser palestinos y en donde, presumiblemente, habitaba un jefe
militar de Hamas.
Es un insulto a la inteligencia aducir que un personaje de ese
rango estaría, en medio de la agresión israelí, sentado confortablemente en su
casa disfrutando del paisaje del Mediterráneo mientras conversaba con su
familia. Cobardes, repito, porque quienes así actúan no son guerreros –que antaño
compartían un código de honor- sino feroces asesinos que desde sus aviones,
drones, helicópteros, tanques, buques de guerra descargan su violencia genocida
sin arriesgar su pellejo mientras perpetran sus crímenes.
Para justificarse, el gobierno israelí dice que todo es
respuesta al infame secuestro y muerte de tres jóvenes colonos judíos en la
Ribera Occidental, aunque no hay pruebas definitivas al respecto.
Pero aún si las hubiera, la astronómica desproporción de las
víctimas condena sin atenuantes a las hienas que desde Tel Aviv y Jerusalén
gobiernan en Israel.
La maldad e inhumanidad de esta pandilla dirigente no tiene
límites, y en una repugnante involución genética –una kafkiana metamorfosis- se
convirtieron en la actual reencarnación de Hitler y su horda asesina.
Bombardean Gaza con más saña que la que emplearan las tropas nazis para
destruir el Gueto de Varsovia, y el ataque de su aviación es infinitamente más
letal que el que Hitler, con la complicidad de Mussolini y Franco, ordenara para
destruir a la heroica Guernica en Euskadi.
Pero su inmenso aparato propagandístico, extendido como una
plaga infecciosa por casi todo el mundo, nos informa que las hienas habían
advertido a los gazatíes que deberían marcharse, que la vecindad sería atacada
en pocos minutos más.
¡En pocos minutos más! ¿Cómo hacer para abandonar en tan breves
instantes un hogar, porque se trata de un hogar, no de una guarida? Un hogar
con niños, con ancianos, con hombres y mujeres aterrorizados por la infernal
orgía de sangre desatada desde hace varias semanas. Pero aún si pudieran
hacerlo: ¿adónde irían?.
Si todos saben que no hay lugar seguro en Gaza, que ni siquiera
las mezquitas o las escuelas de la ONU, para no hablar de los hospitales, son
refugio seguro contra la barbarie de las FDI. ¿Dónde podían ir? ¿Al Greenwhich
Village, al Central Park, al Upper West Side neoyorkino, al Barrio Latino de
París, a Trafalgar Square en Londres?.
Están atrapados y no tienen escapatoria. Son como los animales
de laboratorio, víctimas condenadas a morir en un experimento de “limpieza
étnica” meticulosamente planificado, como hacía el monstruoso doctor Josef
Mengele con los judíos en el campo de concentración de Auschwitz.
Gentes condenadas a estallar por los aires, ante la indiferencia
de los custodios de la “civilización occidental y cristiana” que se nutre de la
noble tradición judía sobre la cual vomitan los actuales gobernantes de Israel.
Ante tanta barbarie flota un silencio cómplice, como el que hubo
cuando Hitler masacraba a seis millones de judíos ante la pasividad
generalizada de Occidente.
Silencio de los gobiernos pero silencio aún más pesado e
insoportable, en el caso argentino, de los intelectuales judíos –inclusive de
quienes son conocidos por sus posturas progresistas y, en algunos casos, de
izquierda- que salvo pocas y honrosas excepciones se han llamado a un mutismo
absoluto que no los librará de su responsabilidad ante la historia y los
pueblos. (1)
Tan vergonzosa ha sido su capitulación que quedaron situados a
la derecha de Mario Vargas Llosa, que criticó con durísimos términos la
conducta del régimen israelí a quien acusó de convertirse de víctima en
victimario. En Israel, en cambio, no son pocos los que haciendo honor a la gran
tradición humanista del judaísmo han venido denunciando públicamente la
“limpieza étnica” y los crímenes de guerra del régimen de Netanyahu.
Y para honor de Nuestra América hubo miles de personas que
firmaron el Manifiesto titulado “En Defensa de Palestina” propiciado por una iniciativa
del Presidente Evo Morales y promovido por la Red en Defensa de la Humanidad.
Pero en Gaza la muerte sigue su curso, y la putrefacción del sistema de
Naciones Unidas muestra toda su ineptitud para detener esta carnicería. Los
medios hegemónicos, a su vez, pretenden re-editar la teoría de “los dos
demonios” y mostraron días pasados la foto de un niñito israelí, hijo de
inmigrantes argentinos, muerto a causa de un ataque de Hamas.
Se lo presenta luciendo una camiseta de la selección argentina
de fútbol y cualquier persona de buenos sentimientos no puede sino horrorizarse
ante una vida tronchada de esa manera, por culpa de la violencia desatada por
sus propios gobernantes. Pero esa misma prensa no exhibe fotos similares de los
niños palestinos cuando aún estaban vivos; sólo los muestran una vez que están
muertos.
No se trata de jóvenes vidas segadas criminalmente sino de una
interminable sucesión de imágenes horrorosas de niños despanzurrados,
reventados, acribillados. En un cierto sentido se los presenta como si jamás
hubiesen estado vivos, como sí lo hicieron en el caso del niño israelí.
El metamensaje sería algo así como que los palestinos siempre
estuvieron muertos; esto, lo de Gaza hoy, no es sino la confirmación de algo
que ya sabíamos, que estaban muertos y por lo tanto no se puede hablar de
asesinato. En cambio el otro, el israelí, estaba vivo y unos desalmados lo
mataron.
El infierno gazatí ha producido un sinfín de monstruosas
aberraciones. Entre ellas hay una que no ha tenido la atención que se merece y
que ha sido destacada por un agudo analista norteamericano, el profesor
Immanuel Wallerstein. Según él, resulta que el “Califato del Estado Islámico”,
a veces también llamado ISIS o ISIL, parecería ser “la fuerza militar más
entrenada y comprometida de la región” a excepción, claro está, del ejército
israelí. La pregunta que surge de inmediato es la siguiente: ¿cómo es esto?,
¿quién reclutó, financió, armó y entrenó a una fuerza militar tan poderosa?.
La respuesta es clara: Estados Unidos, sus “lamebotas” europeos
y sus compinches en las reaccionarias e hipercorruptas monarquías del Golfo
Pérsico. ¿Por qué lo hicieron? Porque querían producir un “cambio de régimen”
(léase: golpe de estado) para acabar con el gobierno de Bashar al-Asad en Siria
y para eso armaron un ejército de mercenarios, una verdadera “armada
Brancaleone” en la cual agruparon a matones, ladrones, violadores, prófugos de
la justicia y mercenarios de todo tipo y pelaje que los aparatos ideológicos
del imperio rápidamente ennoblecieron -como lo hicieran con los “rebeldes” en
Libia, y antes en Nicaragua- llamándolos “combatientes por la libertad”.
Con esta manipulación informativa pretenden disimular lo que no
es otra cosa que un sangriento asalto al poder y la destrucción de un país como
si fuera una “guerra civil” entre un régimen despótico y unas buenas almas
democráticas y libertarias, que lo combaten con las armas y la cobertura
política y mediática que le proporcionan los gobiernos -¡malditos gobiernos,
una y mil veces malditos!- de Occidente, entendido éste no como un dato
geográfico sino como la expresión geopolítica de la dominación del capital en
el plano mundial. Receta probada “exitosamente” en Libia y en Irak y que desde
hace poco más de tres años desangra a Siria, que el imperio necesita subordinar
para aislar a Irán y entorpecer los planes de Rusia en la región.
Y como la historia tiende a repetirse, en días pasados el
Califato decapitó públicamente al periodista estadounidense James Wright Foley,
y amenaza con convertir esta bárbara práctica en una rutina periódica como
respuesta al nuevo bombardeo de Washington en Irak. Ocurre con ese nefasto
engendro de Occidente lo mismo que antes sucediera con Saddam Hussein, con
Osama bin Laden, con Netanyahu y la dirigencia neonazi del estado de Israel:
Estados Unidos y sus clientes arman a estos rufianes hasta los dientes –en el
caso de Israel, con un impresionante arsenal nuclear- para que sirvan como
peones de sus estratagemas geopolíticas para luego observar, impotentes, como,
sus criaturas se independizan de sus creadores y se convierten en sus enemigos
o, en el caso de Israel, en incontrolables y criminales aliados. Se confirma
así la tesis de que el imperialismo es una máquina imparable de crear monstruos
políticos que asolan pueblos enteros y que, tarde o temprano, se vuelven contra
sus creadores.
La súbita irrupción del Califato y sus crímenes transmitidos en
tiempo real es otro desafío ante el cual no podemos permanecer en silencio y
que debemos condenar sin atenuantes. Pero ¿cómo harán quienes han sido
cómplices de las atrocidades de Israel para rasgarse sus vestiduras ante los
crímenes del Califato? ¿Con qué autoridad moral podrían hacerlo? Quienes
firmamos el manifiesto “En Defensa de Palestina” podemos juzgarlos y
condenarlos, pero quienes callaron ante los crímenes de guerra perpetrados en
Gaza deberán permanecer en silencio, ahora y siempre. Su autocastración moral
es una desgracia, no sólo para ellos, sino para la humanidad. Y es irreparable.
Recuerdo una frase que me impresionó de la Divina Comedia. Es la que el Dante
colocó a la entrada del Séptimo Círculo del Infierno. Decía textualmente: “este
lugar, el más horrendo y ardiente del Infierno, está reservado para aquellos
que en tiempos de crisis moral optaron por la neutralidad.” Dicho en términos
actuales, ese horrendo y ardiente lugar está reservado para quienes ante los
crímenes del estado de Israel optaron por el silencio. Para siempre.
(1) Hay que destacar algunas alentadoras excepciones: Bolivia y
Venezuela rompieron relaciones con Israel mientras que Chile, Ecuador, Brasil y
Perú han llamado a consultas a sus embajadores en Tel Aviv. La República
Bolivariana de Venezuela, además, ha enviado una importante ayuda humanitaria
para los habitantes de Gaza. Pero aún está sin revisar el Tratado de Libre
Comercio entre el Mercosur e Israel.
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