LA INSOPORTABLE LEVEDAD
DE PODEMOS
RAFAEL
NARBONA
La sobreexposición mediática de Podemos produce perplejidad y
desconfianza, pues casi nadie ignora que los grandes periódicos y las cadenas
televisivas pertenecen a poderosos grupos empresariales, sin otra inquietud que
proteger sus intereses. Podemos ha nacido bajo el signo del 15-M, que repudiaba
a los partidos y reivindicaba el modelo asambleario. Anunció que sería una
plataforma concebida para aglutinar a la izquierda, pero ha acabado
constituyéndose como partido y ha obtenido cinco inesperados escaños en las
elecciones europeas. Desde entonces, se ha situado en el centro de la vida
política española, levantando las iras de neoliberales y socialdemócratas.
Podemos intenta sumar fuerzas para impulsar un cambio político, pero su tibieza
y su miedo a perder votos le resta credibilidad. Su discurso exhibe una
insoportable levedad que siembra dudas y suspicacias. Para construir una
alternativa convincente, hay que arriesgarse y colocarse en primera línea. No
es suficiente soportar los ataques del bipartidismo, que no escatima mentiras,
argucias y malicias para sostener el régimen del 78. Es necesario dar un paso
más allá y mostrar un inequívoco compromiso con las víctimas del gobierno del
PP, cuyas medidas antisociales y antidemocráticas evocan el clima represivo del
bienio negro de la Segunda República española.
El ascenso de Pablo Iglesias ha provocado un pequeño terremoto.
La prensa del régimen (ABC, El País, El Mundo, La Razón y La Vanguardia) ha
olvidado sus pequeñas diferencias para crear un frente común contra Podemos,
“partido de chavistas, castristas, comunistas reciclados, rojo-separatistas,
perro-flautas y filo-terroristas”. Esperanza Aguirre, ex presidenta de la
Comunidad de Madrid, advierte en un artículo sobre el peligro que representan
“los chavistas de Podemos” (ABC, “Republicanos”, 9 de junio de 2014). Con su
agresividad habitual, señala que las huestes de Pablo Iglesias quieren acabar
con la Constitución de 1978 para implantar una de esas “repúblicas tiranas,
como las de Corea del Norte y Cuba”, donde “meterían en la cárcel a los que se
manifiestan a favor de la Monarquía o a cualquier ciudadano que lleve, por
ejemplo, una camiseta con la imagen del Rey”. Aguirre pide al PSOE que conserve
su lealtad a la corona y no se sume a “la onda de comunistas y chavistas”. No
es difícil adivinar que la audaz lideresa apila argumentos para justificar un
pacto entre el PP y el PSOE en las próximas elecciones generales. Esa alianza
revelaría definitivamente que el bipartidismo solo representa al mundo del capital
y su prioridad es contener o reprimir las protestas y reivindicaciones de la
clase obrera. Las invectivas de Esperanza Aguirre, una liberal que no esconde
su pasión por las leyes represivas –salvo cuando le afectan personalmente por
una trastada irrelevante, como intentar arrollar a un agente de movilidad en la
Gran Vía de Madrid-, conviven con la ofensiva lanzada por el diario El País,
que exige transparencia a Podemos y cuestiona su democracia interna, afirmando
que los conflictos entre sus líderes y los círculos constituyen “una bomba de
relojería”. Las tensiones se han agudizado cuando el comité de campaña de Pablo
Iglesias ha anunciado la celebración de unas elecciones internas para elegir un
equipo de 25 personas, cuya función sería definir el próximo otoño las
coordenadas principales de Podemos. Los círculos han exteriorizado su malestar,
pues se ha establecido un plazo ridículo –seis días- para constituir equipos
alternativos y la votación se realizará por internet, con listas cerradas y sin
posibilidad de integración. Pablo Iglesias presenta una lista con 25 personas
de su confianza, que previsiblemente obtendrá los apoyos necesarios para
constituir una cúpula organizativa. Las elecciones internas se han convocado
sin consultar a las bases y representan el fin de los debates previstos para
decidir el futuro de Podemos. El País sostiene que Juan Carlos Monedero
justificó la urgencia de convocar elecciones internas con listas cerradas para
frenar a fuerzas políticas externas que pretenden apropiarse de Podemos. Cierto
o no, este giro significa la liquidación del poder asambleario y la emergencia
de un pragmatismo donde prima la eficacia sobre los principios. Una vez más, la
“ética de la responsabilidad” derrota a la “ética de las convicciones”.
La izquierda radical hace mucho que le retiró su confianza a
Pablo Iglesias. Es una minoría, pero una minoría que desconfía de una
iniciativa organizada desde arriba, con una estrategia que recuerda al PSOE de
1982, cuyas promesas de salir de la OTAN y favorecer a la clase trabajadora se
convirtieron finalmente en la plena integración militar en la alianza atlántica
y en políticas de ajuste dictadas por la UE. En un pasado reciente, Pablo
Iglesias declaró antes las cámaras los objetivos irrenunciables de un partido
de izquierdas que ganara las elecciones generales en un país del Sur de Europa:
“salir del euro, devaluar la moneda para favorecer las exportaciones, suspender
el pago de la deuda, nacionalizar la banca para garantizar la inversión y el
crédito para las familias y las pequeñas y medianas empresas, establecer
sistemas de control para evitar la fuga de capitales y para proteger las
condiciones de trabajo dignas, ampliar la titularidad pública a las áreas clave
de la economía como la energía, el transporte, los servicios públicos y todos
los demás sectores estratégicos, iniciar un proceso de reindustrialización
mediante inversión pública, apostando por formas de economía verde y alta
tecnología, reformar la fiscalidad con un criterio altamente progresivo para
combatir fraude fiscal”. En un alarde de realismo, Pablo Iglesias reconocía que
estas medidas podrían incitar un golpe de estado y, además, resultarían
inviables en un solo país, por lo cual sería imprescindible que los países del
Sur de Europa se unieran para llevar a cabo una transformación tan profunda y
radical. Estoy completamente de acuerdo con los objetivos enunciados por Pablo
Iglesias, pero me pregunto por qué el programa electoral de Podemos en las
elecciones europeas no menciona ni una sola vez la palabra euro ni plantea
salir de la moneda común. ¿Cuál es entonces el verdadero programa de Podemos?
¿Podemos nos miente o hace populismo? ¿Es una alternativa real o una maniobra
gatopardista del régimen del 78, que se renueva como lo hizo en 1982 con
promesas destinadas a ser minuciosamente incumplidas? ¿Está traicionando a sus
bases? ¿Se han convertido los círculos en un problema para su estrategia de
partido? Invitar a los que disienten a salir por la puerta, no me parece ético
ni democrático. Podemos ha rentabilizado el 15-M, pero ahora descubre que el
modelo asambleario es “radicalmente inoperativo”, según palabras de Monedero.
El discurso de Podemos se ha vuelto blando, difuso, insoportablemente leve. Sin
transparencia ni coraje, despertará más pronto o más tarde un profundo
desencanto, que alimentará la ira, la rabia y el sentimiento de desamparo.
François Hollande generó esperanza, pero continuó con los recortes y desengañó
a sus electores, abriendo la puerta a Marine Le Pen, populista, xenófoba y
partidaria de la pena de muerte. Finalizaré con una pequeña historia. Cuando el
gobierno de Rajoy lanzó la infame Operación Araña, deteniendo a 21 internautas
con un ostentoso despliegue de la Guardia Civil, escribí un artículo
denunciando que se pretendía intimidar a los usuarios de las redes sociales,
con el pretexto de combatir el enaltecimiento del terrorismo. A través de
Twitter solicité el apoyo de Alberto Garzón y Pablo Iglesias. Alberto Garzón se
solidarizó enseguida, retwitteando mi artículo. Pablo Iglesias, tal vez
demasiado ocupado prestando su rostro a las papeletas electorales de Podemos,
respondió con un elocuente silencio, pese a que en una ocasión se había
dirigido a mí para excusar su reyerta callejera con unos individuos a los que
calificó de “lumpen y gentuza”. Que cada uno extraiga sus conclusiones. Me temo
que una vez más pierden los ciudadanos.
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