GARCÍA MÁRQUEZ EN EL RECUERDO
VÍCTOR CORCOBA HERRERO
El iluminado García Márquez fue un personaje de hondura, que
describió la naturaleza corrupta como pocos, el contexto de los hechos
violentos, los rasgos culturales de la especie, hasta inventarse la aldea de
Macondo condicionada a diversas circunstancias como resultado del lenguaje o
del mismo nudo de la soledad que impregna la totalidad de su obra, que nos
vuelve irreconocibles y solitarios.
Sus palabras tienen especial significado hoy para los ciudadanos
de todo el mundo. Por eso, aplaudo que Naciones Unidas le haya rendido tributo
a un hombre de pensamiento claro, que no sólo supo hablar hondo, también
descifró los tiempos venideros, sabiendo injertar literariamente la emoción del
cambio.
Sin duda, la perdurable obra de García Márquez nos insta a
profundizar en las múltiples situaciones a través del mágico diálogo de la
palabra, para reencontrarnos con la misteriosa existencia en sus afanes y
desvelos, con personajes sacados de la vida misma o imaginarios, pero siempre
dispuestos a dejarnos interpelar, porque para él lo fundamental de una novela
es «que mueva al lector por su contenido político y social, y al mismo tiempo
por su poder para penetrar en la realidad y exponer su otra cara».
García Márquez pensaba en una «nueva y arrasadora utopía de la
vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de
veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes
condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda
oportunidad sobre la tierra». Realmente, pienso que tenemos que obligarnos para
poder abrazar ese horizonte utópico, donde el ambiente armónico perdure para
todos, como también va a permanecer el deletreo de historias como las del novelista.
A lo largo de la novela Cien Años de Soledad, todos sus
personajes están predestinados a sufrir, como una losa, la soledad en carne
propia, el aislamiento y el olvido como si derivase de la naturaleza misma del
ser humano, una visión subjetiva en ocasiones que le llevará al
autoconocimiento. A mi entender, su literatura recrea como ninguna un fluir de
evocaciones y de saberes que nos dejan verdaderamente encandilados a este
transcurrir de los tiempos, en los que se funde el afecto de la pasión con la
irrealidad, la incomunicación con la muerte, el honor con la venganza, el
tiempo con la historia, la pasión con el entusiasmo, el humor con el poder; en
definitiva, todo aquello que sucede en el propio curso de la vida.
García Márquez se ha ido de este cauce visible, pero el recuerdo
lo ha inmortalizado. Sus historias son tan actuales, que llegan a confundirse
con las mejores crónicas escritas recientemente, cautivadas con la claridad de
un privilegiado poeta fascinado por la palabra. Ha sido un expedicionario de la
veracidad, con él la literatura trazó mundos posibles, rutas apasionantes. Él
creó y recreó la vida a su modo y manera. Llegó al corazón de las gentes, al
corazón de las culturas, y hasta, en ocasiones, asumo que escribió para no
morir. Pues ha ganado la batalla de escribir, tal vez para acompasar (y
acompañar) la soledad que le pesaba muy adentro, y en esto se marchó. Casi sin
decir nada. O diciéndolo todo, porque el silencio también nos habla de otra
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