¿Quiénes son los jóvenes venezolanos?
Alejandro
Fierro
Los
medios de persuasión de masas difunden estos días que la juventud de Venezuela
es la que protagoniza las manifestaciones contra el Gobierno. Según este
relato, los miles de chicos y chicas que, efectivamente, salen a las calles a
protestar representarían el sentir de la totalidad de los jóvenes.
El malestar que
expresan por la inflación, la inseguridad o la supuesta ausencia de democracia
se extendería a los más de siete millones y medio de venezolanos de entre 15 y
29 años.
Bajo estos
términos, la imagen que describe la prensa es sumamente favorable para la
oposición. Por un lado, unos muchachos que demandan un futuro mejor, con todas
las connotaciones positivas que implica la juventud: rebeldía, libertad, fe,
generosidad… Al otro extremo, las fuerzas policiales represoras al mando de un
Ejecutivo, el chavista, satanizado hasta un punto grotesco.
Sin embargo, si
este escenario es real, surge una pregunta. ¿Por qué el chavismo ha ganado 18
de las 19 elecciones celebradas desde 1998? Ya no cabe justificarlo en el
carisma de Hugo Chávez. En los pasados comicios municipales de diciembre, a
diez meses de su fallecimiento, la opción chavista triunfó con diez puntos de
ventaja, una distancia impresionante después de tres lustros en el poder. Para
quienes siguen anclados en la teoría del fraude electoral, cabe recordar que la
limpieza de cada proceso ha sido acreditada por una nutrida observación
extranjera y por la comunidad internacional. Esto comprende a jefes de Estado
tan poco simpatizantes del chavismo como el colombiano Santos, el chileno
Sebastián Piñera o el mexicano Peña Nieto. Hasta la delegación del Parlamento
español validó la victoria de Nicolás Maduro en abril de 2013, con la firma de
los dos representantes del Partido Popular incluida.
De ser cierto
el relato de los medios internacionales sobre el hartazgo de la juventud, hace
tiempo que el chavismo tendría que haber sido derrotado en las urnas, puesto
que el 60% de la población venezolana tiene menos de 30 años.
La demoscopia
puede arrojar alguna luz sobre tan extraño misterio. Recientemente se ha
publicado la II Encuesta Nacional de la Juventud. Hacia veinte años que no se
realizaba un estudio de estas características. Constituye un gigantesco
esfuerzo –10 mil entrevistas personales a personas de entre 15 y 29 años de
todo el país- para radiografiar a un sector de la población que poco tiene que
ver con sus padres, dados los enormes cambios experimentados en las dos últimas
décadas.
Los resultados
distan mucho de la imagen de una juventud frustrada, pesimista ante el futuro,
cansada de la falta de oportunidades y sedienta de una libertad que se les
niega. El 90% cree que su titulación académica le brindará “muchas o bastantes
posibilidades laborales”; un 93% sostiene que puede aspirar a un empleo mejor
que el que tiene en la actualidad; un 98% continuará formándose, ya que piensa
que los estudios le servirán para lograr un trabajo satisfactorio. Compárese
esos índices con los de la España del 56% de desempleo juvenil y de los
centenares de miles de nuestros universitarios que se preguntan para qué les
han servido tantos años de estudio. Por el contrario, las respuestas de los
venezolanos destilan optimismo acerca del porvenir.
Un 77% de los
jóvenes señala que se quedará en su país, por tan sólo un 13% que afirma que se
quiere marchar. Estos porcentajes refutan la propaganda mediática de que la
juventud desea salir huyendo de Venezuela. Y en cuanto a la supuesta dictadura
en la que se ha convertido el país, baste un dato esclarecedor: el 60%
considera que el mejor sistema es el socialismo frente a un 21% que prefiere el
capitalismo. A partir de estas evidencias científicas se comprende mejor por
qué el chavismo encadena victoria tras victoria.
¿A quién
representan entonces los jóvenes que protestan en Caracas y otras ciudades del
país si no es a su mismo espectro de edad? Obviamente, a su clase social. Esto
es, a las clases medias y medias altas, además de a la casta empresarial que
sigue detentando un gigantesco poder. Y este sector es minoritario frente a las
clases populares, que suponen más del 60% de la población.
Venezuela es un
país tremendamente clasista, a pesar de que en la última década la desigualdad
ha decrecido más que en ninguna otra nación de Latinoamérica, según Naciones
Unidas. La división de clase se refleja también en lo racial y en lo
geográfico, como se ha ratificado en las manifestaciones. La proporción de
personas blancas ha sido abrumadora, aunque son tan sólo el 20% de una
población que se caracteriza por la mezcla. Y el epicentro de las
concentraciones se localiza en el eje La Castellana-Altamira-Palos
Grandes-Sebucán, las zonas de Caracas donde el metro cuadrado es más caro. Para
situar al lector español, sería como si salieran a manifestarse los vecinos del
barrio de Salamanca de Madrid o de Pedralbes en Barcelona.
Lo que ocurre
estos días en el país caribeño es el enésimo capítulo de la lucha de clases,
esa que según el multimillonario estadounidense Warren Buffett la empezaron los
ricos y la van ganando. En Venezuela comenzó hace cinco siglos y también la
iniciaron los ricos. Ocurre que desde hace quince años acumulan derrota tras
derrota.
Alejandro
Fierro
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