ELEGÍA A MI ABUELO QUE FUE UN PADRE ESPECIAL.
(DE MI LIBRO POEMARIO DEL SUR)
Albertine Orleans
Se
escuchan las voces de la tortura al mar,
que
teje con agujas de hielo este hoy movedizo
hecho
un jirón corroído por las olas
de
desveladas larguras frías,
de
una orilla solitaria de ánimas de cierzo
en la
urna de los pavimentos marinos
que
tú, abuelo, en tu onda gravitatoria, golpeas,
con
el vidrio roto de tu tristeza…
El
odio de las dos Españas de la Guerra Civil,
te
encarceló en el Lazareto, campo de concentración de Gando,
donde
frente a los largos rompientes del océano
ocupabas
tus horas de humillaciones
tallando
collares de hueso cremoso para la abuela.
Allí,
se te cayeron todos los dientes sufridos,
envejeciendo
prematuramente
en la
mano de la noche de delgadas sombras
caminando
en fila india, respirando con esfuerzo
el
olor acre y denso de la libertad pudriéndose,
de la
que se escuchaban ruidos desde muy lejos,
parecidos
al latido de la sangre en una vena
con
los fragmentos impotentes de tu inocencia,
en la
premura instantánea
de la
guadaña del viento ordenado sobre el mar,
y de
allí, para no responsabilizarse de tu agonía,
tal
día como cualquiera te sacaron enfermo
en un
cobarde momento furtivo
de
helada vestidura oceánica…
La
abuela, te recogió con los ojos perdidos
y
fuiste a morir en sus brazos hundidos
de
mujer resignada en la desesperanza…
Ya no
es posible perder,
ya no
es posible ganar
invencible
de amores de nadie,
con
las ideologías que separan a los hombres.
Ya no
me es posible mirar tu rostro
desgastado
por el tiempo,
temblar
juntos con la relentada de la tarde
bajo
el ciruelero risueño
y
tocar las flores dormidas a lo lejos,
porque
la imagen de Dios en un exabrupto
de
patíbulo, fue despeñada en La Mar Fea…
Entre
tanta ceniza y humo
por
la costa de dunas,
entre
tanto amargor
en
las rocas marinas
con
sus clavijas insomnes,
entre
tantas noches
de
desprendidas olas de mar
que
caen en la orilla de cantos grises
en
una aterradora hemorragia de silencio,
ya no
es posible entre los dos
avanzar
y avanzar
por
la esperanza de la vida…
Quiero
estar entonces en tu dulzura,
abuelo,
quiero estar en tus labios sellados,
en
los libros que leías en el patio del instituto de Guía,
coger
tu mano, inventar tu biografía sin verdugos,
recoger
la sangre vertida de tus compañeros
y tu
sangre mía y mil veces mía,
hasta
que el recuerdo no sufra,
hasta
que tu latido sea nuestro…
Yo te
revelo, caballero leal y discreto,
contra
la ingrata muerte que más tarde
o más
temprano a todos nos cubre con el velo
del
olvido, y aquí, en la Isla te eternizo,
con
la mano en el corazón,
y sin
esperar entre el tiempo…
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