MARÍA Y ALBA....
DUNIA SÁNCHEZ
María:
Quisiera volar donde la tierra fértil alimentara mi alma, diera fresco a mi
rostro cuando corriendo a ras de su verde espesura contara cada uno de mis sueños.
Alba:
Quisiera amar. Sí, enamorarme. Por qué no. Bajo la sombra de rosas amarillas
que dieran luz a mi espíritu para poder alcanzar la cima de la alegría.
María:
Quisiera. No sé. Desenvolverme bajo una cascada donde sus aguas abundantes
dieran calidez a mi cuerpo.
Alba:
Quisiera gravitar bajo los astros cuyos espejos fueran imagen mía, imagen de….
María:
Quisiera que me miraras. Hace tiempo que no lo haces. Atrás, de espaldas a este
árbol que quema sus últimos gritos de vida.
Alba:
Quisiera mirarte. Pero no más me atrevo. Existe cierta muralla invisible que no
me permite dar la vuelta. Me oprime. Me oprime.
El sol se asoma en su ventana más abierta.
Hostiga el rostro de ambas. El cuerpo de las dos, que desnudas permanecen de
espaldas una a la otra, la otra a la una en ese árbol que chupa todo el ritmo
de sus vidas.
María:
Quisiera virarme. Verte. Saber cómo eres. Pero hay cierto temor de entrar en la
oscuridad de nuestras vidas.
Alba: Ja. Ja.
La oscuridad…Acaso somos ecos de mayor oscuridad que esta. Aquí, a pleno sol.
En una tierra agarrada a la muerte. En
un árbol cuyas retorcidos candelabros de cenizas. Vírate. Espera. Espera.
Primero dame la mano. Agárrame fuerte
para cuando nos miremos las lagrimas nos no rompa.
Mano a mano. Manos que se tocan. Que se
rozan. Que esbozan cierto magnetismo cuando el deseo se impregna de una larga
espera. Así, no se miran. No se dan la
vuelta. Solo las manos en aquella tierra baldía. Solo un suspiro que nutrirá
sus corazones hasta caer en el agotamiento, en el abatimiento de que todo ha
acabado.
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