DE VUELTA A CASA....
DUNIA SÁNCHEZ
De vuelta a casa.
Camina bajo la sombra de cipreses que le induce algo temeroso, algo apagado.
Sus pasos rectos, se pierden en esta espesura que no acaba, que no acaba. Su
estomago se revuelve, vomita cierto distanciamiento ante los que allí habitan.
La armonía familiar se ha acabado y una nube gris y pesada corre bajo sus
espaldas. La casa se halla allí, donde el golpear de las olas sobre las rocas
llega como un estremecimiento en sus paredes. Abre la puerta con el cimbrar de
sus manos. Dos manos delgadas, curiosas. Parece que no hay nadie. Pero lanza un
saludo como es costumbre en ella.
-Hola ¿Dónde andáis?
- Hola, hola, hola.
Pero donde vamos a estar hija, aquí. Siempre con tu educación. Vienes mojada.
Ándate quítate esa ropa.
-No madre. No me
quitaré la ropa.
-Pero qué dices.
Pareces chalada.
- Por qué he de
quitármela. Esta humedad…
-Sí está humedad que
te enfermará si no lo estás ya.
-Siempre lo mismo. Tus
palabras despectivas me hieren.
-Déjate de bobadas. Y
quítate la ropa.
-No madre.
-Pues aquí no entras.
Si estás mal vete a un loquero.
-No estoy mal. Son tus
formas de decir las cosas.
-Anda, anda. Que soy
tu madre y puedo decirte lo que me viene en gana.
Se va. Se difumina en la distancia de su
casa. Coge la dirección norte. Aun llueve. Allí el cabalgar efímero de las olas
sobre las rocas le rocía cierta ternura a su rostro, a su cuerpo. Siente ganas
de gritar. Por qué no. Vacía esa represión que llevamos dentro o nos induce a
ella. Ahora si se quita la ropa, se descalza. Y una mezcla de llovizna y gotas
salinas la acogen en el esplendor de sentirse libre. Sí, libre. Siente ganas de
lanzarse a esa mar que hace remolinos blancos ante su mirada. Y se lanza. Bucea
las entrañas de ese misterioso océano. Encuentra una caracola vacía y vuelve a
la superficie. Entre rocas se sienta mientras el golpeteo de las olas y esa
caracola emite voces lejanas. Voces que como las de ella son desahogo ante la
represión, ante los prejuicios.
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