SÁNCHEZ COQUETEA CON EL ABISMO
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Pedro Sánchez llamó
durante la campaña electoral a la unidad de la izquierda para hacer frente a la
extrema derecha, luchar contra la desigualdad y recuperar derechos sociales. En
los debates se comportó como un colega de Pablo Iglesias, aunque por encima de
él. Negó que fuese a apoyarse en C’s para formar Gobierno. Y la noche del
triunfo hubo de escuchar el grito unánime de la militancia: “Con Rivera, no”.
Luego vino la obligación de pasar de las palabras y los gestos a los hechos. Y
dos meses después, aquí estamos, coqueteando de nuevo, de forma pugnaz e
irresponsable, con el abismo de la repetición electoral. Sánchez ha pasado de
no escuchar el “con Rivera, no” a no querer escuchar los reiterados noes de
Rivera.
¿Cómo hemos llegado
hasta aquí? El socio natural del PSOE, Unidas Podemos, exige estar en el
Gobierno, cosa habitual en cualquier democracia europea sin mayorías absolutas.
Pero Sánchez no ha ofrecido más que un gobierno de cooperación, mientras otros
dirigentes del PSOE tiran de excusas y de trucos. El más recurrente es el de
los sillones: decir que Podemos, a diferencia de todos los demás partidos, es
lo único que busca. Otro es anunciar que o Podemos traga con lo que se le dice
o habrá nuevas elecciones. Verdad o mentira, basta con que los medios poderosos
lo repitan para que el mensaje cale.
Iglesias de momento
resiste, así que le atacan por la retaguardia. En este caso, vía Ciudadanos. El
objetivo: forzar a Rivera a que se abstenga para investir a Sánchez renunciando
al apoyo de los 42 diputados y 3,7 millones de votos de Unidas Podemos. Por
supuesto, la trampa incluye no decir nada del fraude a los 7,5 millones de
votantes del PSOE que escucharon cómo en la campaña Sánchez denostaba a Rivera,
incluyéndolo en el Trifachito. Y tampoco se habla de que eso supondría
renunciar, al menos en buena parte, a una política de recuperación de derechos
y reducción de las desigualdades, reclamada por al menos once millones de
votos.
A Rivera se le
atribuye cambiar de posición según sople el viento, lo cual ha sido verdad
hasta no hace mucho. Pero no ahora. Dos meses antes de las elecciones, el
Comité Ejecutivo de Ciudadanos aprobó por unanimidad que no pactaría con
Sánchez tras las generales. Es llamativo cómo los medios han ensalzado la
marcha del diputado y miembro de la ejecutiva Toni Roldán, que votó contra la
alianza PSOE-C’s en aquella reunión. Pero basta con no contar ese detalle y
magnificar la noticia para que la presión sea efectiva.
El movimiento al
que asistimos estos días parece el enésimo Gatopardo del sistema de poder
nacido en 1978. La idea es devolver al PSOE y al PP la influencia perdida desde
que en 2011 estalló el 15M. El objetivo es doble: disciplinar a Ciudadanos, hoy
desmandado por el exceso de ambición de Rivera, y destruir o anular a Podemos,
convirtiéndolo en una IU postmoderna.
Si Sánchez está
dispuesto, como dice, a suscribir un programa de gobierno con Podemos, ¿qué
razones le llevan a rechazar la entrada de miembros de la formación morada en
el Ejecutivo? El argumento de Iglesias es conocido, porque lo ha dicho él
mismo: asegurar que se cumple de verdad ese programa, sin caer en la tentación
de ceder ante los poderes económicos, ante los barones propios y ajenos de la
vieja política y el poder mediático vinculado a ambos. La razón del rechazo de
Sánchez a que Podemos entre en el Consejo de Ministros es un misterio
insondable. El líder socialista no la aclara, y en los medios nadie se pregunta
por ella.
La afirmación de
que el PSOE quiere gobernar en solitario es un brindis al sol. Al contrario,
hay razones que aconsejan que no lo haga. La primera es que no cuenta con
diputados suficientes para apoyar su acción de gobierno. La segunda, que si
está dispuesto a pactar un programa con Podemos, nada debería impedirle tener
cada viernes en la sala donde se ejecuta ese programa a algunos miembros de la
formación morada. Ello garantizaría además que Unidas Podemos no se descuelgue
en las votaciones del Congreso ante algunas medidas impulsadas por
Moncloa/Bruselas. Presentarse a la investidura sin apoyos no hace sino levantar
sospechas. ¿Buscan Sánchez y su gurú, Iván Redondo, desembarazarse de Unidas
Podemos y llevar a los morados a la situación crítica de votar no para forzar
una repetición de elecciones? ¿O tratan solo de dar más tiempo a Ciudadanos
para pactar en septiembre con los naranjas?
Lo cierto es que
las presiones que Pedro Sánchez denunció en 2016 nunca han desaparecido. Aunque
el programa económico de Podemos no pasa hoy de ser socialdemócrata, y aunque
ha prometido lealtad en la cuestión territorial, el veto sigue vigente y todo
hace pensar que Sánchez comparecerá a la investidura para perderla. Podemos no
frecuenta los círculos del poder económico ni traga a la vieja guardia del 78,
pero eso más que un problema debería ser una virtud. El país necesita lo antes
posible un gobierno realmente progresista que haga una política laboral, social
y económica de izquierdas. Tras ser defenestrado por su propio partido, Sánchez
giró a la izquierda y decidió aliarse con Podemos y los nacionalistas en la
moción de censura. Lo que exhibió entonces fue arrojo, honestidad y coherencia.
Y los electores premiaron esa valentía y la de sus nueve meses de gobierno
posteriores. Su experiencia personal debería servirle de modelo ahora, si realmente
quiere volver a la Moncloa con un gobierno estable y sin defraudar a millones
de votantes progresistas.
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