AGUIRRE O LA LOCURA COLONIALISTA
POR PEPE GUTIÉRREZ-ÁLVAREZ
Se ha escrito y
mucho se ha hablado de la “aventura equinoccial” de Lope de Aguirre, un
personaje desmesurado donde los haya…Llamado loco, traidor, peregrino y
Libertador, entre otras muchas cosas. Para Unamuno se trataba de “un
desesperado consciente de su desesperación”; a Pío Baroja su historia le
“producía un poco la impresión que produce a niños Guignol cuando apalea al
gendarme y cuelga al juez. A pesar de sus crímenes y atrocidades, Aguirre me
era casi simpático” (Las inquietudes de Shanti Andía). Ramón J. Sender,
Giovanni Papini, Caro Baroja, Otero de Silva, el primer Fernando Savater, Abel
Posse, fueron algunos de los muchos escritores y ensayistas que han tratado
este fascinante personaje que después de la película de Werner Herzog tiene
para nosotros el rostro delirante de Klaus Kinski; un rostro que no nos haría
olvidar el ceñudo de Omero Antonutti (Padre Padrone) en la versión televisiva
de Carlos Saura (El Dorado), más rica en medios pero muy inferior.
A pesar de que
durante mucho tiempo, Aguirre ha figurado entre los “malditos” de la historia,
nadie podrá subestimar el elato de alguien que recorrió el temible Amazonas
dirigiendo a un grupo de hombres, todos vestidos con cosalete y su loriga, sin
apenas dormir, navegando en balsas averiadas. Que llegó hasta el mar, guerreó
contra las ciudades del rey Felipe II, al que declaró la guerra por injusto y
felón, que creó ciudades y se hizo temer y respetar porque su fiereza y
crueldad no conoció límites.
La conquista y la
colonización de Latinoamérica fue una aventure llene de grandezas y miserias
descomunales., Su objetivo fueron el oro, las posesiones y le conversión de un
territorio gigantesco y erizado de dificultades. En su época, finales del siglo
XVI, fue como un inmenso polo de atracción para todas aquellas personas que
aspiraban a enriquecerse aunque fuera a costa de toda clase de sacrificios. No
atrajo a los bien situados, sus protagonistas fueron principalmente los
aventureros, soldados, plebeyos, desarraigados misioneros, perseguidos por la justicia…
Gente que huía del medio que le circundaba y trataba de hallar algo distinto,
la riqueza, el poderío, la influencia, y porque no, otra manera de vivir.
El protagonista
inicial de esta aventura es don Pedro de Ursua que había conseguido que el rey
le facilitara los medios propicios para emprender la conquista de la ciudad
mítica de El Dorado —la «encarnación poética de los tesoros indianos-, según
Ciro Bayo. Ursua fue un capitán navarro, agraciado físicamente y con una gran
voluntad emprendedora. Su tesón y su gran confianza en sí mismo le creó amigos
y enemigos. Llegó muy joven a la conquista pero pronto se destacó. Explorará
con éxito los territorios de Nueva Granada (Colombia) y fundó las ciudades de
Tudela y Pamplona. Después descubrió una mina de oro en el terreno de los
indios «chitareros”, redujo a los indios «musos». Sus éxitos y su seguridad
levantaron ampollas y conoció grandes problemas en la región. Tuvo que escapar.
Acudió entonces al virrey del Perú, Don Eduardo Hurtado de Mendoza, quien para
probarlo le confió una expedición para reducir a los negros cimarrones que
mandados por su rey Bayamo amedrentaban a las autoridades españolas. Mostrando
su capacidad y su astucia, Ursua logró reducir al rey negro y traerlo
encadenado al Perú. Como premio el marqués de Cañete le confió la misión de El
Dorado.
Fue él el que la
organizó y el que la inició. Tan seguro andaba que no dudo ni en alistar gente
de lo más dudoso, ni de transportar a su amante, la hermosa criolla Inés de
Atienza, una aventurera. Por ella, Ursua descuidé el mando y creó un clima de
animadversión contra él entre los expedicionarios con los que se mostró
arrogante e injusto. Lope de Aguirre era de otro calibre. Era mayor (nació
entre 1511 y 1515) y sólo había conocido frustraciones. No está clara su
participación en la rebelión de Gonzalo Pizarro en Perú contra la corona, pero
es indiscutible que esta experiencia fue para él decisoria. Alimentó después la
convicción de que de haberse orientado bien podría haber “desnaturado” Perú de
España. Castigado por el licenciado Esquivel, no se detuvo hasta que lo
asesiné. Escapó pintado de negro cuando lo habían condenado a muerte Participó
en el completo de Sebastián de Castilla en Charcas. En 1559 se enteré que se
otorga el perdón a os querían acompañar a Ursua y aparece entonces
acompañado de su
hija Elvira para alistarse.
La leyenda d El
Dorado quitaba el sueño a los conquistadores. Hasta los más satisfechos no
dudaban que era cierta. Se creía que en algún lugar al gran río Marañón o Amazona.
Aguirre prefería la primera denominación, por eso llamaba a sus soldados
«marañones».
Allí vivía el
príncipe Dorado que, como se suele decir nadaba en oro. El día del gran
ceremonial de este pueblo desconocido, el príncipe era cubierto con láminas de
oro. Todos los habitantes, todos los edificios rezumaban este preciado metal.
Todo parecía posible y todo se ponía en el asador por este empeño mítico. Se ha
dicho que el Dorado —palabra universalizada que designa la búsqueda de un
tesoro incalculable e inexistente— existió, que fueron en concreto las Minas
Geraes del Brasil que hasta el siglo pasado dio una grandiosa producción de oro
y piedras preciosas. Pero lo cierto es que nadie encontró nunca el sueño de oro
que proseguía a través del Amazonas y la indomable selva que le rodea
tragándose a todos los que osaban profanarla.
Los expedicionarios
se concentraron en Santa Cruz, al norte del Perú y en donde habitaban los
indios motilones que llevaban la cabeza rapada. Los expedicionarios no fueron
precisamente seleccionados, se trataba de una soldadesca forjada en una
aventura dramática e increíble en la que no habían conseguido mucho. Este
“fluctuante e inquieta legión” alcanzaba la cifra de 300, aparte de ellos iban
también una gran cantidad de indios —que murieron antes que nadie— y de
sirvientes negros que además de hacer sus tareas, se dedicaban a cantar y
danzar en la primera ocasión que se les presentaba. Se avenían mejor a un
territorio que si se parecía a algún sitio era a África.
Los comienzos de la
expedición fueron plenos de dificultades. Lo que se buscaba El Dorado, no
estaba concretado de ningún modo. Casi todos los contactos con las tribus
ribereñas fueron conflictivos. Nadie aportó ningún dato importante para avanzar
en un sentido o en otro. Los grupos de soldados que salían para explorar las
zonas que podrían aclarar el camino o que, simplemente, buscaban asentamientos
para reposar y renovar las provisiones fracasaron una y otra vez. La selva iba
mostrando su implacable hostilidad, durante días y días, la expedición pasaba
hambre, calor y los ataques despiadados de mosquitos, tábanos y avispas, mucho
más dañinos que los habituales en climas más benignos. Unos mosquitos
chupadores picaban y morían cuando se hinchaban formando charquitos de sangre.
Los expedicionarios
llevaban dos bergantines y tres chatas e iban todos “tan mal acondicionados,
que al tiempo que los comenzaba a cargar se abrían ‘y se quebraban todos dentro
del agua, cuenta Francisco Vázquez el cronista de la aventura. El trabajo de
carpintería y reparaciones fue impresionante, ni siquiera Aguirre en su apogeo
criminal se atrevió a tocar a los que hacían este trabajo. La navegación por el
río, un río en el que una orilla no se divisaba desde la otra —en un momento
del viaje, el mar se cubre de mariposas que tras escapar precipitadamente de
una orille intenta llegar a la otra sin conseguirlo, el agua parece con sus
cadáveres un inmenso tapiz multicolor—, zozobra de un lado a otro, superar
escollos.
La muerte les
rondaba por doquier. El calor era tan insoportable que tenían que ir casi
desnudos. El hambre y las enfermedades hacían estragos entre los más des-
protegidos como los indios que venían de otras latitudes. Otras veces eran los
ataques de las tribus que defendían de los “castillas” y de sus desmanes.
Disparaban cerbatanas impregnadas de curare, un veneno mortal. La selva era
especialmente peligrosa. A veces algunos se perdían y no se les volvía a ver.
Sus animales eran feroces. Un jaguar estuvo a punto de acabar con tres de ellos,
un soldado y dos indios, eliminado uno tras otro por orden de su capacidad de
armamento. Finalmente el arcabucero pudo matarlo.
Los animales
venenosos eran una plaga, vieron una araña enorme que cazaba pájaros para
comérselos. Una pitón enorme y al parecer con cuernos, resultó que estaba
tragándose un buey. Los monos y las tortugas sin embargo, eran como manjares.
Pero los soldados y la tripulación tenían mala conciencia con matar monos. Les
parecían casi humanos.
El Amazonas también
estaba repleto de habitantes mortíferos. Descubrieron unos peces que no
atacaban cuando el que caía no estaba herido, pero sí tenía el más mínimo
rasguño lo dejaban como si nunca hubiera tenido carnes. Los cocodrilos formaban
parte del menú, pero no era fácil cazarlos. Tenían que herirlos en lugares muy
precisos. Parecían muy torpes, pero dejaban que se acercara un soldado,
entonces daba un giro total y destrozaban al desconcertado cazador. Cuenta
Vázquez que en una ocasión mataron a uno que tenía una víbora viva en su interior,
y que en el interior de ésta subsistía n sapo que todavía respiraba.
Naturalmente, el escenario marcó profundamente aquella historia de ambición y
muerte.
Lo hilos de la
conspiración contra Pedro de Ursua se fueron tejiendo poco a poco. El valiente y
altivo navarro –cuyos métodos nunca fueron limpios- estaba tan ensimismado en
pasión que el negro que fue a visarle de lo que se tramaba, no pudo hacerlo
porque estaba enrollado con Inés. Sus planes eran bastante unilaterales en sus
fines y medios, soñaba con ser el conquistador y el dueño del objetivo más alto
y los privilegios que ya gozaban eran como una avanzada que humillaba a los más
desheredados. Se granjeó notables enemigos por cuestiones falaces, que movidos
luego por Lope de Aguirre, Zalduendo, La Bandera y Martín Pérez acabarían por
asesinarlo.
Lo hicieron entre
todos para que nadie pudiera echarse para atrás. Después hicieron lo mismo con
sus amigos más fieles. Para todos ellos se trataba de un acto de justicia y
planearon su justificación ante las autoridades. Pero Lope sabía que nadie los
iba a creer, además tenía otro proyecto: completar la rebelión de Gonzalo
Pizarro, volver al Perú, formar un gran ejército con los negros liberados,
derrocar al virrey, confiscar todos los bienes y establecer un poder
independiente del rey felón. No era una idea novedosa ni totalmente
descabellada. Con ejércitos menos numerosos y aguerridos, hombres como Cortés y
Pizarro habían realizado grandes conquistas. La idea de una independencia de
España había cobrado fuerza desde que Felipe II proclamó las Nuevas Leyes de
Indias en 1542 que suprimían el carácter hereditario de los logros de los
conquistadores y algunos de sus privilegios. Las riquezas iban a parar a otras
manos.
Los conspiradores
nombraron general a Fernando de Guzmán, in joven de menos de treinta años y
perteneciente a le nobleza. .Lope de Aguirre fue nombrado maestre de campo, el
segundo en orden jerárquico. Cuando llegó el omento de firmar el documento por
el que se acusaba a Ursua del mal gobernante y de traidor, y en el que se ponía
a disposición de la corona las conquistas por lograr, Lope de Aguirre puso al
lado de su firma, traidor. Explicó entonces sus razones, criticó la Ingenuidad
de los firmantes y les conminó para volver al Perú, aquel sí que era un Dorado
más veraz. Los conjurados no estuvieron de acuerdo, aquello les pareció
excesivo, Lope transigió esperando tiempos mejores. Quizás fue entonces cuando
fue tomando conciencia que su voluntad y valor, su falta de escrúpulos le
colocaba en mejores condiciones que cualquier otro.
Mientras que los
demás se fueron perdiendo, superados por los acontecimientos —Fernando de
Guzmán, inmaduro que trató de “padre” a Aguirre cuando éste acaba con él— por
distraerse en otro asunto —Lorenzo de Zalduendo, perdidamente enamorado de doña
Inés que decía que la profesión de las mujeres en la conquista es como la de
ella, la de enviudar—, por vacilaciones —la Bandera—; Lope de Aguirre se fue
creciendo. Era el único que apenas dormía, que iba protegido y armado siempre.
Y sobro todo era el único que sabía muy bien lo que quería: conquistar el
Imperio Marañón.
Como escribió
Savater: “No hay resumen que pueda dar cuenta de la jornada que allí se inició.
Fue un asombroso delirio de poder y muerte, un Macbeth tropical”. De manera
implacable. Aguirre fue liquidando a sus enemigos. Cayó la infeliz doña Inés y
después, uno por uno, todos los cabecillas de la rebelión: Guzmán, Zalduendo,
La Bandera, hasta su fiel Martín Pérez que murió gritando ¡traición!, creyendo
que el atentado era contra el mando de Aguirre.
Un alemán por ser
alemán, otro por replicar, otro por comer aparte, otro por torpe, etc.
La muerte a manos
de dos negros, Carolino y Juan Primero, podía venir por cualquier cosa. Los
verdugos actuaban obedeciendo una orden escrita en papel mugriento, sin
conciencia exacta de lo que significaba aquello. Los indios que contemplaban
aquel rito de muertes continuadas, debieron justamente “sí eso se hace entre
ellos, ¡qué no harán con nosotros¡”.
El miedo era tal que
todos los expedicionarios hablaban en voz alta porque el simple hecho de hablar
bajo les hacía aparecer como sospechosos de Aguirre y su apiñado grupo de
“fieles marañones”. En estas condiciones de dictadura total, pudo un día
proclamar a don Fernando de Guzmán como príncipe para ser el rey del Perú al
llegar allí. Utilizó el noble para que la expedición se olvidara del documento
de justificación que había firmado y se decidiera de una vez de romper con la
Corona española. Su fuerza fue creciendo y hasta el punto que pudo prescindir
del “príncipe” y proclamarse el único dirigente de la empresa por el bien de
sus “marañones” a los cuales prometía rehaces todas las injusticias y
penalidades que habían sufrido como soldador de Felipe II. Una vez en la cúspide
el nombre de Aguirre comenzó a sonar y a atemorizar toda colonia. El mismo
gustaba de epítetos grandilocuentes: cólera de Dios, caudillo del Imperio
Marañón, etc.
A los “marañones”,
Lope les parecía al fin y al cabo uno de los suyos, alguien que pensaba en
ellos y que les prometía un destino Recorrieron todo el Marañón, superando todo
los obstáculos llegaron hasta el Atlántico. Bordearon la costa de Brasil, de
las Guayanas y de Venezuela. Atacaron varios puertos y ciudades, se apoderaron
de la isla Mararita (Guayana), engañando a los mandos que vivían a expensas de
los indios y de los negros. Allí Aguirre volvió, a destacar por sus crueldades
y por su personalidad.
Al llegar al pueblo
de Valencia, escribió una carta a Felipe II, al que consideró mucho más brutal
y criminal que él.
En ella le dice,
entre otras cosas: “Acúsote rey que cumple haya toda justicia y rectitud para
tan buenos vasallos como en esta tierra tienes, aunque yo, por no poder sufrir
más las crueldades que usan estos tus servidores, virrey y gobernadores, he
salido de hecho con mis compañeros cuyos nombres diré después de tu obediencia
y, desnaturalizándome con ellos de nuestra tierra, que es España. Voy a hacerte
la guerra más cruel que nuestras fuerzas pueden sustentar y sufrir, y esto cree,
rey y señor, nos obliga a hacer el no poder sufrir los grandes pechos, apremios
y castigos injustos que nos dan tus ministros, que por remediar a sus hijos y
criados han usurpado y robado nuestra fama, honra y vida, que es lástima, el
rey, el mal tratamiento que nos ha dado”.
En la carta, un
documento político revolucionario para su época. Aguirre arremete contra los
crímenes de Felipe II, contra la corrupción de la Corte, contra la explotación
de los conquistadores. También describe su viaje: “Sabe Dios cómo nos escapamos
de este lago tan temeroso”. Y añade más adelante: “Si vinieran cien mil hombres
ninguno escape, porque la relación (de Orellana, su predecesor) es falsa y no
hay en el río otra cosa que desesperar”. Al final, las fuerzas del monarca que
no puede consentir su rebelión le cercan. Sus “marañones” le abandonan. Antes
de morir, no duda en matar a su hija Elvira que tanto amaba porque no quería
que quedara como la hija de un traidor
Un acto que Valle
Inclán retomará para concluir su Tirano Banderas. Muerto estoicamente su cuerpo
será despedazado y distribuido como muestra de escarmiento por diversos,
lugares. Posteriormente será juzgado y condenado. Le quitaron a él y a sus
herederos toda pertenencia, pero él ni estaba, ni tenía nada: ni siquiera
herederos. El juicio fue a todas luces una advertencia contra otros posibles
López de Aguirre.
Tachado de criminal,
cierto es que sus crímenes’ no fueron superiores a los de otros conquistadores
e ínfimos comparados con los de Felipe II. Como soldado y conquistador fue de
los grandes. Como libertador de Latinoamérica fue un pionero. Así lo entendió Bolívar
que consideró su carta a Felipe II como el primer grito libertario del
continente. Siglos después, a pesar de sus barbaridades, la historia de Lope de
Aguirre nos sigue ilustrando sobre la locura colonialista
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